miércoles, 10 de octubre de 2012

Por fin de vuelta

Foto publicada en El País sobre las protestas en Grecia contra Merkel
Ahora sí. Ahora sí que puedo volver a escribir eso de “Bilbao, 2012. Año del fin del mundo”. Porque ya estoy de vuelta en mi tierra, después de uno de los veranos más duros que recuerdo. Lo que decía, ya lo venía vaticinando en este blog desde su principio: esto se acaba, muchachos y muchachas. Los mayas tenían razón. ¿O eran los aztecas? El calendario acaba aquí. La fecha dada es diciembre de 2012. Y la verdad que desde que he vuelto de Oriente Próximo cada vez lo veo más claro. Si allí la primavera árabe todavía colea en muchos de sus países, mientras en Siria la guerra civil es una doliente realidad que deja miles de refugiados cada día en los países vecinos (con los que nadie sabe qué hacer y que se apilan en zonas desérticas), aquí, en plena civilización occidental, el estado de bienestar ya se ha acabado y el mundo, tal y como lo conocíamos, ha llegado a su fin. ¡Y lo que queda por llegar! Mi visión esta vez une las realidades de Grecia, Italia, Portugal y España, es decir, la Europa mediterránea, o más bien lo que ha sido siempre, la Europa pobre, que se ve invadida por protestas callejeras cada vez más violentas mientras sus respectivos gobiernos continúan castigando a la población con nuevos recortes, con nuevas pérdidas de libertades, con nuevas miserias, ajenos por completo al sentir y el pensar de su gente. Pero llegará un día en que en uno de estos países (puede que por una muerte violenta a manos de la policía en una  manifestación, puede que por otro cambio de ley particularmente doliente…) el pueblo se eche a la calle definitivamente y tome el parlamento expulsando a sus políticos del gobierno. Entonces el país de al lado seguirá su ejemplo, y luego el siguiente y el siguiente. Y puede que hasta en algunos de los países ricos se produzca el contagio, quién sabe, en Inglaterra por ejemplo, o en Francia. Y entonces la Merkel y los gobernantes de los demás países ricos, quizá se den por enterados y se den cuenta de que no es posible gobernar de espaldas al pueblo, de que no es posible fustigarlo continuamente sin darle agua de vez en cuando. Y quizá decidan cambiar su estrategia, o quizá les entre el miedo y se vayan por su propio pie. O quizá esperen a que su pueblo, también harto, acuda a las escaleras del parlamento para derrocarlo. Quién sabe. Pero esto se acaba, está claro. ¿Qué vendrá después? Ésa es la gran incógnita. Por lo pronto, y aquí mismito, el gobierno español (al que tantos piden ya que dimita) está esperando a anunciar nuevos recortes (y cómo no, el consabido rescate con todo lo que conlleva) a que pasen las elecciones en Euskadi y Galicia, para no perder aún más votos de los que ya les vaticinan todas las encuestas (ésas que según qué periódicos las publiquen, se inclinan más hacia un lado o hacia otro, como todo en este país de pandereta).

Pero no os echéis las manos a las cabezas (las varias que tenemos cada uno en estos tiempos de multitasking), al fin y al cabo si realmente algo no funciona siempre será mejor intentar cambiarlo. Y está claro que estos políticos (no solamente los españoles, la crisis no la iniciaron ellos, aunque contribuyeran y mucho) no han hecho más que llevarnos a la ruina mientras ellos se enriquecen. Así que ha llegado el momento de que dejen de gobernarnos. Quizá parezca una utopía, pero a lo largo de la historia ya ha ocurrido en múltiples ocasiones, sin ir más lejos ahí queda la Revolución Francesa, o el poder pacifista de Gandhi o la ya mencionada primavera árabe. Francia nunca volvió a ser la misma (aunque hayan llegado a un punto muy parecido al nuestro, allí al menos van a grabar las grandes fortunas con más impuestos…). Las primaveras árabes aún están por mostrar sus efectos a largo plazo. Y en cuanto a Gandhi… No sé yo si hoy en día funcionaría. Muchos se preguntarán “¿qué va a pasar con mi trabajo? ¿Qué va a pasar con mi casa?”... Pues vaya usted a saber. Si por lo menos tenéis una casa o un trabajo por el que preocuparos es que no estáis tan mal… Pero hay muchos, cada día más, que no pueden decir lo mismo, que se agolpan los lunes al sol en las colas del INEM o de LANBIDE, o que esperan con incertidumbre a que unos desalmados del banco lleguen a echarles de sus viviendas. Lo que está claro es que lo que no podemos hacer es quedarnos en casa calladitos, como quiere nuestro señor presidente (fumándose un puro). Eso ya pasó a la historia. Y por mucho que él se dirija a su pueblo como si fuera el mismo que agachaba la cabeza bajo el yugo franquista, no se da cuenta de que ese pueblo ha evolucionado mucho, se ha educado y se ha culturizado, está conectado y tiene muchas formas de saber lo que pasa en realidad y de asociarse y reunirse, independientemente de cuánto hayan manipulado las informaciones institucionales desde sus canales de televisión (la mayoría públicos, pagados por todos nosotros) o sus periódicos. Es un pueblo que sabe leer y pensar por sí mismo (aunque viendo las audiencias de Sálvame uno hay veces que lo duda). Y que sabe decir: “Santo Pedraz, qué razón tienes en cuanto a la decadencia de la clase política…”

©RM Un desfiladero te lleva a la ciudad escondida de Petra





Esto es lo que me he encontrado a mi regreso de Jordania, tras un verano que me gustaría borrar de mi memoria. No voy a entrar en detalles. Sólo os contaré que un par de semanas después de mi vuelta soñé con mi amigo Iñaki. Iñaki murió de SIDA en los años 90 y era una de las personas más cariñosas y luchadoras que he conocido, un auténtico amigo de sus amigos. La última vez que lo vi, en el hospital, cuando físicamente era ya una sombra de lo que había sido, aún mantenía la chispa en los ojos y en la sonrisa. Le hizo mucha ilusión que fuéramos a verle y me dijo algo que nunca he olvidado: “los amigos son como un jardín, lo tienes que regar todos los días un poco porque si no se marchita”.  Quizá por eso soñé con él hace poco, porque necesitaba que alguien me lo recordase, para no caer en lo fácil y pensar que el jardín se pudre en cualquier momento y que no ha merecido la pena. De todas formas, hasta de la peor experiencia se puede sacar algo positivo. Y el conocer una cultura como la palestina, es algo que nunca olvidaré. Como tampoco olvidaré el haber paseado por los caminos llenos de polvo del desierto de Petra, esa misteriosa ciudad que debió de ser increíblemente exuberante en su momento álgido. Os prometí que os la relataría y aquí está: “Petra, una ciudad mágica”. El misterio empieza incluso desde el momento de la entrada. Porque al estar rodeada de montañas de roca, a su interior se accede a través de un irreal desfiladero, por un camino estrecho rodeado de rocas gigantes por el que hace ya cientos de años transitaron mercaderes de todo el mundo montados en caballos y camellos, transportando sus mercancías a la luz de faroles encendidos con aceite… Más de un kilómetro por este camino te lleva a la primera sorpresa: un espectacular templo labrado en la roca y conservado a base de calor. No se puede acceder a su interior, pero da igual, ahí queda su fachada. Y a partir de ahí ya no paras, se abre toda una ciudad cavada en colinas de rocas 
©RM El camino a Petra iluminado por farolillos mágicos 

©RM Petra 
por donde transitaron las mejores sedas e inciensos de su época (no pude evitar imaginarme al guapo Marco Polo de aquella serie de televisión de los primeros 80, montado en camello, llegando a esta ciudad sacada de “Las 1001 noches”). Creo que un río atravesaba este escondido valle y lo convertía en un vergel vibrante de actividad, muy diferente al centro turístico que es hoy, en mitad de un desierto, con sólo unos cuantos mercaderes que viven de vender souvenirs sin demasiado interés a turistas que ya no se dejan asombrar por falsos brillos. Parece que viven allí mismo, dentro de las paredes y las cuevas, (a veces en improvisadas tiendas de campaña, sin agua ni ninguna comodidad) esperando día tras día la llegada de algún nuevo turista que les dé unos dinares. Había una niña particularmente lista con la que nos encontramos al principio y al final del día. Tenía unos ojos enormes, llenos de vida, grandes y almendrados, que miraban con soltura y descaro. Se acordaba de ti y te recordaba lo que habíais hablado anteriormente, se comunicaba en un inglés aceptable y sabía regatear. En cualquier otro sitio saldría adelante sin problemas. Allí, la verdad, no sé lo que será de ella. La ruta sigue y la visita se convierte en algo realmente impresionante cuando, tras una subida de casi una hora por un angosto camino que te lleva a la cima de una de las montañas de roca, llegas al último templo. “El templo”, magnífico, gigantesco, sin sentido(su interior es casi diminuto comparado con el exterior).  Allí se rodó una de las películas de Indiana Jones, creo que la tercera. Me imaginaba a los actores y al equipo siendo trasladados todos los días hasta allí en helicóptero, porque no me los puedo imaginar, ni siquiera al estupendo (entonces)  Ford (uno de mis iconos de adolescencia, esa sonrisa de medio lado de Han Solo, ese hoyuelo…) ni al ya maduro Sean Connery, durmiendo en tiendas de campaña en lo alto de la montaña. Aquí quedan algunas de las fotos que os prometí, como prueba de tanta maravilla.

©RM El auténtico templo de Indiana Jones
 
Tras el accidentado verano, la vuelta tampoco fue fácil. Al de poco de llegar, una amiga del instituto me llamó para comunicarme que un compañero nuestro había muerto. De cáncer. Sabíamos que tenía metástasis, pero le habíamos visto poco antes de mi viaje y, aunque dañado físicamente, conservaba su espíritu luchador y una actitud muy positiva. Lo mismo que su mujer. Hacía poco que habían adoptado un niño y tenían mucho por lo que pelear. No le sirvió de mucho, sólo aguantó un año desde que le dijeron que tenía metástasis. Es duro tener que decir adiós a gente que ha estudiado contigo, a la que conociste siendo casi un niño… Me acuerdo hace unos años, cuando planeaba mi primer documental (organicé una reunión de toda mi promoción del instituto, en el mismo edificio, para celebrar que hacía 20 años que habíamos acabado nuestros estudios allí) y trataba de que mis compañeros de promoción se confesaran delante de la cámara para contar su trayectoria vital desde que habíamos saltado a la vida con 18 añitos. A él no lo había visto probablemente desde entonces, pero en cuanto le conté mi idea por teléfono me dijo inmediatamente que sí, que confiaba en mí y en lo que hiciera con ese material. Me sorprendió cómo el vínculo que habíamos creado de adolescentes seguía vigente después de tantos años sin vernos, cómo la confianza sobrevivía al paso del tiempo. Ahí me demostró que él también era de los que creía en los jardines bien regados. Hay más gente cercana a mí que en estos momentos están luchando contra el cáncer. ¿Quién no tiene o ha tenido a alguien? Esta batalla me hace pensar siempre si en algún momento declararán esta enfermedad como epidemia. Sí, ya sé que no se contagia, pero al final se lleva en los genes, ¿no? ¿Y qué estamos haciendo tan mal para que se haya extendido tanto? ¿Será nuestra forma de vivir, será que nos están envenenando las grandes compañías a las que nadie se atreve a investigar, será un poco de todo esto?

Y para dejaros con un sabor más animoso en la boca (sí, ya sé, me ha salido una entrada bastante oscura, será reflejo de mi estado de ánimo últimamente), os voy a contar un último episodio de mi estancia en Palestina, porque siempre hay luces entre las sombras. Para ello os tendréis que conectar con el link de la última canción de la estupendísima Adele, que será banda sonora de James Bond:

No sé si os acordaréis de que durante el rodaje nos alojábamos en el hostal de la granny, esa abuelita que se empeñaba en que comiéramos más huevos antes de irnos a trabajar cada mañana. Bueno, pues cuando ya llevábamos unos días allí y habíamos descubierto que había una terraza en la parte de arriba del edificio donde se podía cenar (lo que nosotros lleváramos, claro, generalmente humus, raciones de queso frito, paté de berenjenas para untar…). Bueno, pues en una de estas improvisadas cenas en las que nos reuníamos todo el equipo, agotados tras otra larga jornada de rodaje, apareció un personaje misterioso. Era así como fuertote, de ojos claros y mirada turbia, vestía siempre con una camisa verde militar y decía que era americano (aunque su acento nos hacía dudar). Desde el primer momento mostró mucho interés en lo que hacíamos, pero nosotros le evitábamos. Principalmente porque algunos (o sea, yo) estábamos obsesionados con que el Mossad (servicio de inteligencia israelí) nos estaría ya investigando y seguro, pero vamos, segurísimo, que nos iba a poner un espía. O sea, que íbamos a tener nuestra propia versión, en israelí, de James Bond (de nuevo Sean Connery, encima no nos iba a caer el blando de Roger Moore). Así que claro, enseguida le adjudicamos el pape al recién llegado. Lo más sospechoso era que, nos levantáramos a la hora que nos levantáramos (y en un rodaje de esas características esto varía mucho de un día a otro), él siempre estaba allí para desayunar con nosotros. Una noche en la que nuestro técnico de sonido se encontró a solas con él en la terraza, le acabó contando todo lo que hacíamos (me imagino que motivado por ciertos fumeteos) y allí ya, nuestro agente secreto vio la oportunidad para empezar a preguntarnos por el documental cada mañana, que quién lo financiaba, que si habíamos hablado con algún representante del gobierno israelí… Claro, nosotros nos salíamos por los cerros de Úbeda y en cuanto podíamos pasábamos a hablar en castellano (la mitad del equipo éramos de aquí). El caso es que nuestro agente secreto se convirtió en parte de nuestras bromas diarias durante el rodaje y un día se me ocurrió testarle para saber si también hablaba español. Así que a la siguiente mañana, cuando me lo volví a encontrar en la mesa del desayuno (rodeados de huevos), en cuanto bajaron mis colegas me puse a soltar una perorata absurda en castellano, a una velocidad que ni el que leía las instrucciones a las viejas de “Aquí no hay quién viva”… Era algo así como: “Esta mañana me he levantado muy pronto y he visto a la abuela recogiendo huevos en una cesta, mientras bailaba un aurresku y tocaba el txistu cantando una sardana…” Mi colega, el dire de foto, se me quedó mirando como si me hubiese vuelto loco, pero al segundo siguiente respondió con la mayor naturalidad del mundo: “No sé, no la veo yo a la granny como para bailar muchos aurreskus…” El agente secreto (que lo era) simplemente continuó mirándonos con esos ojos turbios y una cierta sonrisa… A la mañana siguiente había desaparecido sin dejar rastro. ¿Acabaría en una de las cuevas excavadas en Petra?

©RM Al entrar en Petra te encuentras con esto...
©RM Las estancias excavadas en la roca
  
















Y para acabar, en estos tiempos en los que la cultura parece que ya no le importa a nadie (desde luego no a los mandatarios), os dejo este link y os recomiendo que lo disfrutéis en pantalla completa. ¿Es necesaria la cultura? ¿Es imprescindible la belleza? Vosotros diréis.