jueves, 20 de diciembre de 2012

Mejor mirar hacia atrás... (II)

Auténticos precursores
Radio Futura en su apogeo


Esta vez es imprescindible empezar con la banda sonora: “Divina” de Radio Futura… No os perdáis lo guapísimo que estaba Santiago Auserón (y cómo bailaba… Es tan joven que hasta duele). Me imagino que ya sabéis que esta canción se la dedicaron a Alaska, que para entonces era ya todo un icono.

Y es que os había dejado justo justo cuando la modernidad ochentera entró en mi vida. Y claro, algo tenía que cambiar en mí, así que empecé con el pelo, que era lo primero que un moderno de la época se cambiaba. Me di unos reflejos rubios espantosos que más parecían tiras de cuerda extendidas por mis sienes hasta la media melena ochentera que empezaba a crecer por detrás. El flequillo, claro, largo y decolorado. Y por arriba… ¡volumen, que no falte el volumen! Vamos, un cuadro. Pero un cuadro que me acercaba mucho a mis ídolos de Duran Duran o Spandau Ballet.


Duran Duran
Spandau Ballet
Todos queríamos ser “Wild boys”, como ellos. Así que en mi vida entraron las hombreras, las chorreras, guardapolvos, broches y pañuelos anudados por todos los sitios… Pero sobre todo, volumen, mucho volumen. El otro día mi amigo de correrías de la época, Josu, me recordaba cómo éramos capaces de salir un sábado noche con un bote de laca en el bolsillo para no perder en ningún momento ese preciado volumen hacia arriba, ese pelo pincho extendido hacia todas las direcciones posibles… Recuerdo que usábamos todo lo que el mercado ofrecía para conseguirlo: gomina, espuma, laca, cerveza (muy buena si alguna vez te encuentras en la situación en que necesitas gomina y no la tienes a mano…), cola de pescado (lo usaba nuestra compañera punki de universidad y os aseguro que yo la vi levantarse por la mañana con una cresta de casi medio metro perfecta) y hasta mostaza le llegamos a poner una noche a una amiga en el pelo, porque lo tenía tan lacio la pobre que no había nada que lo sujetara, así que probamos con lo que teníamos en la mesa del local… Y claro, no funcionó, sólo se lo puso grumoso y… bastante oloroso. Y así me  enteraría de que, por fin, ya era miembro de una tribu urbana: la de los Nuevos Románticos. Mi amigo Josu sin embargo era más de los siniestros y siempre le comparaban con Robert Smith de The Cure.


The Cure sonaba siempre en el Gaueko
La de veces que habremos bailado esa canción en el Gaueko, local nocturno alternativo por antonomasia al que ningún sábado noche faltábamos. Nos encantaba su toque cutre posmoderno (en aquella época todo era posmoderno, si no eras posmoderno mejor ni te levantabas de la cama), con los inodoros y los lavabos pegados por las paredes de azulejos blancos por todo el bar. La música era muy buena, desde luego The Cure era uno de los favoritos. Y claro, allí se daba cita toda la modernidad realmente alternativa del momento en Bilbao, en pleno Casco Viejo. Y allí nos encontrábamos con la mitad de nuestros compañeros de facultad, porque tampoco había tantos sitios a los que pudieras ir… Y además era el paso previo a subir las escaleras de Solokoetxe para llegar al Txoko-Landan. Era nuestro sitio favorito de la noche. No tenía ningún tipo de pretensiones, pero había que pasar el visto bueno de un portero que te abría la puerta, más que nada porque como era el único sitio de todo Bilbao que se significaba como local gay (de hecho era el centro de la asociación gay de Bizkaia) tenían que evitar posibles problemas (por aquel entonces la mayoría de locales gays funcionaban así, llamabas a un timbre, un portero te abría la puerta, comprobaba que no ibas a dar problemas y te dejaba pasar). Y dentro… Dentro todo era fiesta.


Alaska y los Pegamoides, con Ana Curra, Carlos Berlanga, Nacho Canut...,  jóvenes,  rebeldes...
“Bailando” era como pasábamos el tiempo en el Txoko-Landan. Allí bailábamos todos, gays y heteros, travestis, lesbianas, guapos y feos, jóvenes y mayores (para nosotros cualquiera de más de 25 lo era…), borrokas o apolíticos… Y no bailábamos sólo los últimos hits del momento, sino que lo mismo te ponían a Rafaela Carrá o a Massiel que a Marlene Dietrich cantando “Lili Marlene”, canción con la que cerraban siempre a las 3 de la mañana y que Josu y yo salíamos a bailar a lo agarrado (cuando oíamos las primeras notas nos buscábamos por el local y, aunque estuviéramos cada uno a lo suyo, acudíamos fieles a nuestra cita), cosa que no era muy habitual entonces, la gente llegaba incluso a aplaudirnos, y desde luego, se pensaban que éramos novios (que nunca lo fuimos, por cierto, y por eso seguimos siendo tan amigos).

 

Modern Talking
Después la noche transcurría por lugares menos originales, el bar de la Otxoa, que ni me acuerdo cómo se llamaba, y donde de portero estaba el guapo hermano de uno de mis novios… Pero fuéramos donde fuéramos, siempre había que acabar en el Distrito 9, cuya pista dividía el local entre la parte gay y la hetero. Era bastante aburrido y estaba lleno de “divinas” que no pertenecían a ninguna tribu y que ni siquiera trataban de ser modernas… Aunque alguna la había, como La Eléctrica (todo un personaje, ¿qué habrá sido de él?) o La Duquesa… ¡Qué malos éramos! A saber cómo nos llamarían a nosotros… La música allí solía ser mucho más horrenda, tipo Modern Talking, y cuando alguien intentaba ligar contigo (que era siempre quien no te interesaba, claro, eso nunca cambia, ni entonces ni ahora, ni gay ni hetero) pues el glamour me impedía no pedir otra cosa que no fuera… ¡una copa de champán! ¡Pero qué hortera! ¡Y qué resaca!


The Communards
Para entonces ya habíamos hecho nuestro primer viaje a Londres (paso obligatorio de cualquier moderno que se preciase) y todos en la facultad (o casi todos) estábamos imbuidos de una cierta moda seudo proletaria ochentera, tipo The Communards (con Jimmy Somerville a la cabeza), Culture Club (liderado por Boy George), Fine Young Cannibals (con el atractivísimo Roland Gift al frente)… Vestíamos con camisas atadas hasta el último botón a modo de trabajador japonés, vaqueros anchos doblados hacia arriba, doc martens, rasurados desiguales, 
Culture Club
Fine Young Cannibals
camisetas blancas… Y nos deleitábamos con películas como “Mi hermosa lavandería”, del gran Stephen Frears (recuerdo haberla visto en versión original, doblada al castellano e incluso al euskera), que nos descubrió a un jovencísimo y guapísimo Daniel Day Lewis, “Elígeme”, del maestro indie Alan Rudolph, o la maravillosa (incluso hoy)La ley del deseo(por mucha antipatía que el Almodóvar de hoy me produzca). Además, como era menester en el tiempo, viajábamos religiosamente una vez al año a Madrid para asistir a ARCO, la feria internacional de arte (quién me iba a decir que acabaría viviendo allí casi 15 años y que me compraría mi primera vivienda en su centro). Allí me crucé por primera vez con Eusebio Poncela, mi héroe de “La ley del deseo” (años más tarde le entrevistaría, ¡qué decepción!) y siempre veíamos a una pareja espectacular, dos chicos altísimos y modernísimos, los dos con melena larga, uno rubio y otro moreno… Luego aprendería que se trataba de Las Costus, una pareja de artistas que representaron la Movida como nadie y que murieron trágicamente (de amor). Fueron la primera pareja gay que vi, y me pusieron el listón (de modernidad y de amor) muy alto.

  
Maravillosa escena de "La ley del deseo"
Lesley Ann-Warren y Keith Carradine en "Elígeme"
http://www.youtube.com/watch?=uPudE8nDog0

Estos viajes a Londres o a Madrid nos ponían al día en tendencias, nos ayudaban a encontrar esas gorras que nadie vendía en Bilbao y, sobre todo, nos ayudaban a mantener el espíritu de modernidad que en nuestro pueblo de la margen izquierda escaseaba (de hecho, a nosotros, nos conocía todo el mundo por nuestras pintas, incluso se daban la vuelta a mirarnos y nos señalaban). Pero la facultad de Bellas Artes era otra cosa. Allí campaban a su aire posmodernos, nuevos románticos, punkis, rockabilies, siniestros, borrokas, hippies aún sin reciclar, modestos, damas victorianas, geishas, muñecas de porcelana, modelos subidas de peso, modelos subidos de erección… Había muchas fiestas (las mejores las inauguramos nosotros, incluso establecimos la entrega de premios de los “Manolo”, parodia de los Oscar), encerronas (empezamos la carrera con una encerrona de 15 días en el aula magna y una huelga de 4 meses), ocupaciones (el antiguo Museo de Bellas Artes), manifestaciones, pancartas... Pero sobre todo mucha locura. Siempre recordaré a mi amiga Mª Mar (todo el mundo la conocía porque se dedicaba a cantar ópera por los pasillos de la facultad) con la mitad del cuerpo sacado por la ventanilla del 2 caballos del compañero que nos bajaba al pueblo al final del día, metiéndose a gritos con todos los que hacían dedo y lanzándoles obscenidades ante sus caras de asombro… O María la punki ofreciéndose a robarte el material que necesitaras para la siguiente clase de pintura a un precio más que módico. O las bajadas a la playa nudista para sacar fotos para los trabajos de clase, con más de seis personas en cada coche gritando a las viejas por la carretera…
Obra de Costus protagonizada por Alaska

Las Costus
 















Pero también recuerdo las tardes de charlas interminables tras las clases de la uni en el Bizitza, sentados en la parte de arriba, en las mesas de mármol, criticando las exposiciones… No teníamos ni idea de lo que nos iba a traer el mañana (hoy ya el ayer) y tampoco nos recuerdo particularmente preocupados por el tema, a pesar de la crisis de la reconversión industrial, de la falta de trabajo, de las peleas diarias de los trabajadores de Euskalduna contra la policía en el puente de Deusto… El Casco Viejo se reconstruía después de las salvajes inundaciones del 83, pero a pesar de ello todo Bilbao estaba cubierto por una patina gris, de contaminación, de lluvia, de niebla, de industria… Las fachadas de los edificios señoriales no se podían ni apreciar de tanto gris que las inundaba, y el espacio donde hoy se ubica el Guggenheim era una tierra de nadie, antiguos muelles desocupados por donde campaban a sus anchas yonkis y quinquis de la peor calaña… Y de paseos por la ría ni hablar. El agua era de color caldoso, olía y era mejor evitarla, de hecho, recuerdo el Campo Volantín como un paseo triste, que intentaba evitar la mirada a la ría… Pero si hay algo que recuerdo siempre con intensidad es esta canción, “La chica de ayer”, de los inmortales Nacha Pop. Para mí simboliza la década, con todo lo bueno y lo malo. Me retrotrae particularmente a una tarde de lluvia bajando de la universidad en la tartana de mi amigo Álvaro (una de esas amistades perdidas que, aún a veces, echo de menos). La batería se agotó, como siempre, tuvimos que salir en mitad de la lluvia para intentar repararlo con unas ¿pinzas? (mis conocimientos de mecánica y mi memoria fallan). Nos empapamos, claro, pero eso no nos evitó bajar al Bizitza, para otra tarde de filosofía con los colegas del momento. Algunos lo siguen siendo.

Y hasta aquí llega mi rememoración de hoy de los 80. Quizá algún día profundice en el tema. Claro, si es que mañana no se acaba el mundo. El caso es que hoy me enteraré de si he ganado la lotería de la semana, pero puede que nunca consiga cobrarla (sería irónico). Y llegados a este punto no puedo dejar de acordarme de un corto magistral de Antonio Mercero (antes de "Verano azul"), “La Gioconda está triste”, en el que el fin del mundo llegaba porque la gente se había olvidado de sonreír e incluso la Gioconda había perdido la sonrisa. 


Los políticos y banqueros consiguen que hasta La Gioconda esté triste...

Que no nos pase lo mismo. No dejemos que estos criminales que nos dirigen se queden con nuestras sonrisas. Sigamos luchando y sigamos sonriendo. Porque si mañana llega el fin del mundo, acordémonos de los 80 y que nos quiten lo bailao. 

Adam Ant, mi icono de la época
Siouxsie Sioux, la Campanilla punki


  
Los Electroduendes
 


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Mejor mirar hacia atrás... (I)

Fijaros bien en este calendario maya...

Bilbao 2012, año del fin del mundo. Mes del fin del mundo. Y es más, a sólo a unos días de la fatídica fecha marcada por los mayas agoreros. Ya sabéis que yo soy de los que piensan que el fin del mundo, tal y como lo conocíamos, ya está aquí, porque es el fin de la sociedad en la que hemos crecido y que creíamos eterna, el fin del estado del bienestar (progreso para todos, cultura, salud y educación universales…). Y por eso mismo, la semana pasada, cuando llegó el 12 del 12 del 12 (fijaos qué fecha tan bonita, que no es capicúa, como me hizo saber mi marido que en esto de números es muy ducho él: 12-12-12) yo me empeñé en buscar una señal, algo que nos dé aliento o nos confirme el desaliento de una vez por todas… Así que me puse a ello con todos mis sentidos, escuchando la radio (Radio 3, claro, estoy enganchado, la oigo todo el día), viendo las noticias (o sea, “El Intermedio”, que por lo menos me río y no tengo la sensación de que se están riendo una vez más de mí, y de todos, a la cara, como pasa ya con “La 1”) y nada: lo mismo de siempre, que si Wert ha dicho, que si Gallardón ha dejado de decir (ahora resulta que le va el sado, por eso de que “le gusta hacer daño”), que si la Botella no irá a la cárcel (¡sigh! sería un auténtico logro para la humanidad, al menos para la mía), que si suben los parados, que si nos quitan más derechos, que si el gobierno sigue tomándonos el pelo, que si cada vez más pobres… Pero vamos, de señales, ni una. Hasta que de pronto, lo vi claro: el papa, el sumísimo pontífice, había lanzado a las ondas que nos aturden el cerebro su primer twiteo. ¿Y qué podía decir semejante personaje, tan conectado con las masas y con la vida actual, tan sabio en lo que las parejas necesitan…? Pues obviamente un simple: “Os bendigo a todos”. ¡Qué horror¡ Esa era la señal. Cuando un ser que se parece al diablo como dos gotas de agua lanza una bendición universal, significa que estamos todos (sí, incluso los homosexuales y los infieles) definitivamente condenados… Así que… uniendo esto al hecho de que mi participación para el concurso de bloggers de BilbaoCentro no tuvo éxito más que entre mis fieles seguidores universales (podéis leer la entrada ganadora en http://bilbaocentroexperience.com/2012/12/10/bilbao-centro-by-laura-chamorro/ y juzgar por vosotros mismos), decidí que lo mejor que se podía hacer ante tamaña e inminente desgracia, era… echar la vista atrás. Es decir, regocijarnos con nuestro propio pasado…

"Abróchense los cinturones..."
Os lo había venido prometiendo en algunos de mis primeros cuentos de este blog. Sí, por fin ha llegado el momento de hablar de los 80, y de cómo era Bilbao en esa época que últimamente nos empeñamos en glorificar… No tengo otra que volver a remitirme a mi querida Bette (Davis, se sobreentiende): “abróchense los cinturones, señoras y señores, porque va a haber tormenta”. Y claro, como no podía ser menos, hablando de esa década tan musical, tendremos que empezar con la banda sonora:


Es "Cantante de ópera", una canción que nunca he sabido a quién pertenecía pero que para mí inauguró la década, o al menos mis memorias de esa época. Se trata de “U.A.”, que sólo editó este single (ya sabemos todos lo erráticos que eran los artistas de entonces). Y a mí me pilló siendo aún un crío, en lo que recuerdo como mi último verano infantil, en el pueblo de la Rioja donde veraneaba mi querida prima y en donde pasé los mejores momentos de mi infancia. Recuerdo en particular aquella mañana en la que salimos con las bicis toda la cuadrilla y nos fuimos de excursión por carreteras secundarias y caminos. Hacía uno de esos días de bochorno pegajoso, nublado, a punto de llover, y nosotros desfilábamos por la carretera cantando todos a una esta maravillosa canción que ya suponía para mí el anuncio de una época distinta. Al poco de volver del verano daría unos pasos en la asimilación de mi sexualidad que marcarían toda la década. Pero en aquella mañana de verano aún era inocente y disfrutaba con mis amigos cantando a coro por las carreteras el estribillo de esta “cantante de ópera”. Recuerdo cómo, en una curva del camino, vimos un aspersor, de esos que dan vueltas y giran sobre sí mismos mientras riegan los cultivos… ¡Y hacía tanto calor! No nos lo pensamos dos veces, dejamos allí mismo las bicis, junto al camino, y empezamos a correr alrededor del aspersor, usándolo como improvisada ducha giratoria al aire libre… Se nos pegaron las camisetas al cuerpo para el resto del camino. Un camión pasó en ese momento y empezó a pitarnos con alegría. Debíamos formar un espectáculo digno de verse… Lo recuerdo a cámara lenta, el aspersor, las gotas de agua a nuestro alrededor y el camión saludando al pasar… Éramos aún adolescentes y la década no había hecho más que empezar.

Para entonces Mecano ya hacía de las suyas, y su primer éxito había sido la banda sonora de la primera excursión que hice con mis amigos del instituto, a la playa: 


Matábamos por esas telas...
(flipar con el look que llevan en el vídeo, no tiene desperdicio) Era un sábado. Menos mal, porque nos achicharramos todos como primerizos, y el lunes en clase estábamos todos rojos como cangrejos, despellejados, contando nuestras historias de cómo no nos habíamos podido levantar la mañana siguiente al día de playa. Una de las chicas, que vivía en un caserío, narraba con gracia cómo el domingo su madre se la había tenido que colgar a la espalda para sacarla hasta la cocina, para que pisara las baldosas frías del suelo y así se aliviara algo de la quemazón. Recuerdo cómo mi eterna compañera de pupitre apareció con una chamarra de raso de las que llevaban Los ángeles de Charlie, porque era lo más fino que se podía poner para que no le rozara la quemada espalda (paradójicamente, este verano quedé con ella y llevaba casi una reproducción exacta de aquella chamarra, se la había robado a su hija quinceañera).

En muchos de aquellos fines de semana de inicios de los 80 recuerdo que el programa musical “Aplauso”, a pesar de lo convencional que era, traía gente aquí aún desconocida, como aquella gloriosa tarde en la que vi algo que me cambiaría la vida… Los Thompson Twins. Flipé. Flipé y reflipé. Aquella estética me hizo ver que había un mundo más allá de la convencionalidad que me rodeaba y me di cuenta de que yo, también, iba a formar parte de él. 
   

Llegaban los 80...
En el instituto sólo mi amiga Fioya y su grupo intentaba aproximarse de alguna manera a aquella estética, creando sus propios diseños y cosiéndolos ellas mismas, para luego desfilar por la clase ante nuestras risas (aquella blusa verde lechuga de manga de murciélago consiguió incluso un comentario de la profa de Geografía). Pero el instituto fue para mí aún un aprendizaje. Allí salí del armario a mi cuadrilla cuando todavía ni siquiera se había inventado eso tan habitual hoy en día de “salir del armario”. Se lo tomaron con la mayor naturalidad del mundo (aunque luego alguna me haya confesado que casi le da un vahido…) y me apoyaron siempre que lo necesité.

Si seguís escuchando a los Thompson veréis que la canción no ha perdido la marcha a pesar del paso del tiempo. Yo ya me he echado unos bailables… Para así poder llegar a la uni. Como ya sabéis yo vivía en un pueblo obrero de la margen izquierda, con lo que llegar a una universidad que estaba en lo alto de un monte (Leioa), rodeada de vacas y caseríos pero habitada por miembros de todas las tribus urbanas que habían surgido en la aún joven década, fue como descubrir la vida. Sí, ésa, la moderna, la vida moderna, vamos… Tenéis que tener en cuenta que me matriculé en Bellas Artes y que en esa facultad, en los 80, en Bilbao, se reunía lo más moderno de lo moderno. Y yo allí ya vi que los Thompson Twins tenían razón, que la estética había cambiado y que al lado de la margen izquierda, había una capital llamada Bilbao que estaba llena de posibilidades…

(continuará antes del fin del mundo)

  
Bilbao versión años 80



©RM Bilbao versión años 2000


domingo, 2 de diciembre de 2012

Una jornada particular... en Bilbao IV. (continuación del capítulo III)

©RM

(Inevitablemente la banda sonora para el episodio final sólo podía ser ésta: ya sabéis, abrir el link en otra ventana, cerrar publicidad y disfrutarlo mientras leéis)  http://www.youtube.com/watch?v=HCABYrjFEro

Secuencia 16. Exterior – día. Museo Guggenheim Bilbao.

La siguiente mañana me pilló apostado junto a Puppy, aguantando el frío con rigor. Acabábamos de entrar en diciembre y, sorprendentemente, el sol había hecho su aparición. Pero la helada matutina no había faltado a su cita. A pesar de ello había ya varios turistas sacando fotos, algo ya habitual en el día a día de la ciudad. Menos mal que antes de llegar me había tomado el café en el Iruña, para entrar en calor y tener el cerebro despierto. Sólo esperaba que la ginkana del día anterior me pusiera las cosas más fáciles hoy y pudiera desentrañar los misterios que me rodeaban. Había pasado la noche soñando con George Clooney poteando por Bilbao con Brad Pitt, y Audrey Hepburn de compras por la ciudad con Marilyn Monroe… Pero ninguna de las imágenes me había desvelado qué ocultaba el misterioso maletín.

©RM

Mis esfuerzos se vieron recompensados. Ahí estaba Mr. Clooney, tan elegante como siempre. Miró a su alrededor como temiendo que alguien le estuviera siguiendo (¿os extraña, después de no perderle de vista ayer…?). Para mi desesperación, paró un taxi, se montó y salió disparado. Menos mal que pasaba otro justo en ese momento. Me monté como si en ello me fuera la vida. Y por fin pude decir esa frase que todos deseamos usar en algún momento: “Siga a ese taxi”. Me sentía como en una película de Humphrey Bogart. El vehículo de enfrente nos fue dirigiendo, entre la tranquilidad propia de un sábado por la mañana temprano, hacia Hurtado de Amézaga. Allí se paró frente a la Camisería Pascual, un clásico donde los haya que también esconde sus secretos. George se bajó del taxi y miró a su alrededor de nuevo como para asegurarse de que no le habían seguido (si él supiera… ¿O acaso ya lo sabrá?).

Secuencia 17. Interior – día. Camisería Pascual.

Entró en el establecimiento, donde le recibieron como si fuera un cliente habitual, con esa simpatía que les caracteriza (y yo que pensaba que su especialidad en clientela famosa eran los políticos, incluyendo al ex lehendakari Ibarretxe). Me colé intentando mantener un perfil bajo. La verdad que el sitio tiene su encanto, con tres pisos cubiertos de madera, escalinata también de madera e incluso un pequeño saloncito donde te puedes tomar un café. Allí estaba el actor, tan campechano, tomándose uno que no pertenecía a la marca que anuncia. La dueña le estaba enseñando unas prendas que venían… ¡Con pendrive incorporado! Y no sólo eso, además se trataba de prendas perfumadas con unos olores muy sutiles... Me pareció el colmo de la sofisticación, muy adecuada para la situación. Obviamente están ampliando el mercado a las nuevas generaciones. Clooney se probó unos cuantos trajes y acabó comprándose uno (que le quedaba como hecho a medida, claro, especialidad de la casa, el tallaje personalizado) que decidió llevarse puesto (¿intentará despistar?). Yo, mientras tanto, miraba y remiraba unas chaquetas con coderas y unos detalles muy de hoy en día, que me encantaron (ya volveré en otro momento). El actor se despidió dando dos besos a la dueña, que se lo tomó con la mayor naturalidad del mundo, vamos, como si a uno le besaran las estrellas todos los días.

 
©RM Camisería Pascual, Hurtado de Amézaga 40
















Secuencia 18. Exterior – día. Calles de Bilbao.

©RM Mil Rosas, Ercilla 25
Salí pitando tras él para no perderle la pista. Igual que el día anterior, Mr. Clooney parecía conocerse los rincones de Bilbao como la palma de su mano. Así que, callejeando, me llevó casi hasta Moyua, donde al principio de la calle Ercilla, se paró en Mil Rosas, la coqueta floristería especializada en esa variedad. No me extraña que el actor la conozca porque yo siempre me detengo cuando paso para ver uno de los escaparates más llamativos y de más gusto de la zona. De allí salió George con una bonita rosa amarilla (no me preguntéis el significado, googlearlo) y se dirigió hacia la Gran Vía. ¿Dónde iría ahora? Le seguí,  dejando un poco de distancia para que no me descubriera… Y claro, sus pasos le llevaron hacia la Joyería Suárez, donde le esperaba… Audrey Hepburn, preciosa en su delgadez, vestida de negro y comiéndose un croissant mientras contemplaba las joyas en el escaparate con envidia…  Se dio la vuelta con encanto y se le iluminó la cara al ver la rosa que le ofrecía Clooney. Se limpió las migas del croissant de las comisuras de los labios con el delicado gesto de un dedo enguantado. Y entonces, justo cuando se disponía a abrazar a su ¿amigo?, lo vi. El maletín reposaba sobre la fachada del edificio. Se lo había traído para devolvérselo. O quizá hubiese cambiado los contenidos…  Los dos actores se abrazaron con cariño y Audrey le entregó el dichoso maletín. En ese momento un coche deportivo negro frenó justo delante de ellos. Tenía las ventanillas de espejo. Audrey lo vio y se lo señaló a George. Una ventanilla bajó suavemente y en su interior, un sujeto con sombrero y gafas de sol (y un gesto de desprecio en el rostro) les miró amenazadoramente. Clooney reaccionó inmediatamente. Dio un beso de despedida a su amiga y echó a correr maletín en mano, entre las hordas de gente que hacían ya sus compras navideñas por las calles principales de Bilbao. Yo intenté seguirle el paso pero era imposible, enseguida se metió por las zonas peatonales de la calle Diputación para despistar al coche que le perseguía. Y allí, entre la multitud, perdí la pista a George Clooney. Definitivamente.

©RM Joyería Suárez, Gran Vía 43
 
Frustrado con mis pocas dotes de detective privado, me abroché la gabardina porque el sol del mediodía no evitaba que sintiera el frío norteño. Empezó a chispear y no se me ocurrió otra cosa que volver al punto de inicio, al Puppy. Allí, de haber sido fumador, me hubiera acabado un cigarro mientras recomponía las ideas. Pero ni siquiera me dio tiempo a pensarlo. En la carretera, a mi lado, paró un taxi. Bajó la ventanilla y, para mi sorpresa, el rostro de Clooney me sonrió directamente. No dijo nada, pero en un gesto rápido y elegante… ¡Me lanzó el maletín! Lo cogí al vuelo mientras el actor me hacía un gesto de despedida con la mano, aún sonriendo, y le decía al taxista que siguiera su viaje. Me quedé allí sin saber qué hacer. Tenía el maletín de Clooney (y de Hepburn, no lo olvidemos) en mis manos y ni siquiera me atrevía a abrirlo, aunque me explotase la cabeza de curiosidad… Sólo tenía que abrir la cremallera para saber qué contenía… Entonces, un pensamiento inoportuno pasó por mi mente: “¿de qué demonios voy a escribir para el concurso de bloggers…?”


The end

Una jornada particular... en Bilbao III. (continuación del capítulo II)

©RM El Corto Maltés, María Díaz de Haro 20

(Para la banda sonora de esta tercera parte de la historia: abrir en otra ventana el siguiente link, saltar la publi y escucharlo según leéis) 

Secuencia 9. Exterior - día. Calles de Indautxu.

Ya no me queda más remedio que rendirme a la evidencia. He perdido total y completamente la razón. Estoy siguiendo a George Clooney y a Audrey Hepburn, que andan cogidos del brazo por las calles de Bilbao Centro. Y él sigue llevando ese misterioso maletín en la mano… Se paran a mirar el escaparate de El Corto Maltés. Les debe llamar la atención la decoración vintage y lo comentan entre risas. Parece que se conocen de toda la vida. Me pregunto si también conocen al personaje que da nombre al bar. Por un momento hasta me parece ver al aventurero personaje de cómic reflejado en el cristal… Lo que me faltaba. 

©RM Gozatu, Maestro Gª Rivero 6
Secuencia 10. Interior – día. Gozatu.

George y Audrey deben tener hambre, porque han entrado sin pensárselo en el Gozatu. Entro detrás de ellos y, aunque ya nada debiera sorprenderme, la cantidad (y variedad) de pintxos en la barra, me deja casi exhausto pensando cuál voy a elegir. Ellos no se lo piensan tanto y se sientan tranquilamente a ponerse al día y a la vez, a atiborrarse a pintxos (¿cómo conservarán esa línea, si parece que no han comido en tres días? Eso sí, todo con mucha elegancia) Me empiezo ya a preguntar si todas las llamadas que ha recibido Clooney a lo largo de la tarde serían solamente códigos de una kedada entre amigos (o amantes, ¿quién sabe?). Pero, ¿por qué acudir con un maletín a una cita tan entrañable? Me dan ganas de preguntárselo directamente y así poder irme de una vez por todas al concurso de bloggers, que es donde debería estar, pero prefiero no romper el encanto y simplemente les observo desde la barra. Nadie más lo hace, así que son todo míos. Audrey mira al reloj y de repente parece que se le ha hecho tarde. O más bien, tardísimo. Recogen sus cosas precipitadamente y salen. Yo, para variar, les sigo.

©RM La Alhóndiga, Pza Arrikibar
   







Secuencia 11. Exterior – noche. Calles de Bilbao.

Pasan por delante de infinidad de comercios, locales, bares, restaurantes… Pero sólo parece llamarles la atención uno. De donuts. Estos americanos… (pero Audrey era europea, ¿no? Se habrá contagiado)  La verdad que no me extraña porque Doopies and Coffee atrae, por su iluminación, por la decoración, o quizá por la gula.
©RM Rguez Arias 39
 Ellos deben estar ya llenos, porque se dirigen hacia la Alhóndiga y no deben tener tanta prisa como parecía. Se paran a comentar el edificio. O quizá sea parte de su misión secreta. Porque Audrey señala una de las ventanas de la parte superior donde se ha encendido una luz. Alguien (sólo se vislumbra una sombra) la enciende y la apaga varias veces, como si fuera un código oculto. La Hepburn, ni corta ni perezosa, saca del bolso un coqueto espejito y refleja con él la luz de las farolas, abriéndolo y cerrándolo también varias veces. Clooney la mira con interés mientras ella se comporta como una auténtica espía internacional. Está claro que ha pasado por esto más veces. Y yo me maldigo por no haber hecho caso de aquellos cursillos de señales de barcos que seguí en Algorta cuando aún pretendía convertirme en agente secreto.  Audrey cierra el espejito y le susurra algo al oído a su amigo actor. Siguen su recorrido. La luz en lo alto de la Alhóndiga se apaga definitivamente. Cruzan la plaza de Arrikibar y se dirigen hacia la calle Ercilla. Claro, allí sólo podían ir al Hotel. El Ercilla, desde luego.

Hepburn en el Ercilla, 
Secuencia 12. Exterior – noche. Hotel Ercilla.

Van a entrar (¿serán definitivamente amantes? Cada vez hay más misterios en esta historia y yo sin descubrir aún ninguno). Pero allí mismo, en la entrada, se despiden con un pacato beso en la mejilla.  Y entonces es cuando ocurre un momento clave. Lo veo a cámara lenta, claro. Tras el inocente beso y un mohín de niña mimada por parte de ella… él le pasa el maletín. O sea que era para la actriz todo el tiempo… ¿Pero qué hay dentro?  Clooney se queda mirando cómo la estrella de otros tiempos entra elegantemente al hotel, casi como si flotara en lugar de andar. ¿Qué hago? ¿Entro y pregunto a la recepcionista en qué habitación se aloja Audrey Hepburn? Seguro que llama a la Ertzaintza. Mejor me quedo con Clooney, que ya es para mí como un viejo amigo.


Secuencia 13. Exterior – noche. Gran Vía-Calle Ledesma.

Le veo callejear esta vez casi sin rumbo. Entra en la Gran Vía (ya iluminada con el mismo azul de los últimos años, que le da un aspecto tan irreal como la historia que estoy viviendo esta tarde) y pasea. Cruza Moyua. Pasa por delante de la BBK y se queda mirando un enorme anuncio que publicita la exposición de Fernando Botero en el Museo de Bellas Artes (seguro que le conoce personalmente). Sigue su paseo y tuerce hacia la calle Ledesma. Allí, sin pensárselo demasiado, se mezcla con la gente que se amontona en el exterior del Bar que recibe su nombre de la calle.

Secuencia 14. Interior – noche. Bar Ledesma.

Se ha debido quedar con hambre, porque desde fuera veo cómo se devora uno de los estupendos pintxos de tortilla en los que se especializan. Ha elegido el de torti de champiñones (detalle a tener en cuenta si alguna vez le invitáis a cenar). El bar está a tope pero nadie parece reconocerle y él está obviamente a gusto, disfrutando del anonimato. Da las gracias al camarero y sale. Sigue su ruta incierta.

  

Secuencia 15. Exterior – noche. Calles de Bilbao.

Pero claro, ¿dónde podría dirigirse el protagonista de “Ocean´s eleven”? Está claro, al Gran Casino de Bilbao. Antes de llegar se para a mirar un cartel gigante con la cara de su amigo Brad. Brad Pitt, claro, que anuncia un conocido perfume de mujer que en su tiempo ya anunciara otra gran diva de Hollywood: Marilyn Monroe (¿sabéis que la rubia inmortal fue la primera opción para interpretar a Holly Golighty en “Desayuno con diamantes”? Al final todo acaba encajando en el puzle).

©RM El Gran Casino, Ada. Urquijo, 13
Le dejo en el Casino, creo que la única apuesta que puedo hacer en este momento es sobre cuál será el contenido del maletín o por qué nadie parece reconocer a estas macro estrellas allá donde vayan. Estoy decidido a descubrir el misterio. ¿Qué hay en ese endiablado maletín? ¿Dinero? ¿Cosméticos que les hacen inmortales? ¿Joyas? Mañana a primera hora me panto en el Dómine y no dejaré de seguirles hasta descubrirlo todo. Vuelvo a pasar por la Gran Vía iluminada y, camino de casa, me encuentro con el escaparate de Arnaga. Este año han hecho un auténtico esfuerzo por mantener (o incluso crear) un espíritu navideño. El laberinto de detalles, entre cajas, papeles y pequeñas puertecitas secretas te hace desear que existieran las cookies mágicas de “Alicia en el País de las Maravillas” para reducirte de tamaño y pasar horas y horas descubriendo sus vericuetos. Lo que me recuerda de nuevo el concurso de bloggers. Ya se me ocurrirá una excusa. No quiero pensarlo hoy, ya lo pensare mañana (Escarlata dixit).

 (to be continued)
Arnaga, Colón de Larreategui 8