domingo, 27 de abril de 2014

Mi otro yo

Debido al título de la última entrada en mi nuevo blog, Facebook ha decidido capar cualquier posibilidad de publicar enlaces hacia mi "inocentísimo" blog de cine y televisión. No se trata de un blog de crítica en realidad, sólo vierto en él opiniones personales sobre lo que veo en las pantallas (grandes y pequeñas). Se llama "Cuéntame la tele y el cine", un título con el que semi homenajeo la única serie española que sigo (y a la que ya he dedicado una entrada que podéis encontrar allí). Echadle un vistacillo. Y claro, no os perdáis el último post con la palabra "prohibida" en el título... ¿Es esto el siglo XXI, la era de la comunicación? Tengo mis serias dudas. Sobre todo cuando pasan cosas como esta y luego echas un vistazo a la actualidad (rancia) y ves cómo hoy mismo han santificado a dos papas a la vez (con otros dos papas presentes) saltándose todas las normas que ellos mismos han creado. Entonces te preguntas si realmente no habremos caído en la máquina del tiempo (otra vez) de H.G. Wells, pero esta vez hacia atrás, hacia esa otra época más oscura, más pobre (en todos los sentidos) y sobre todo, más rancia. Esa época franquista que nuestros dirigentes (rancios) y los banqueros (sanguijuelas) y los empresarios (latifundistas) están creando. Yo, sinceramente, me quedo con el grito de Parálisis Permanente y digo: "Quiero ser... ¡¡¡SANTA!!!": 














A lo dicho, Ahí va ese pedazo de escándalo que escribí anoche y que ya ha conseguido ser censurado...



sábado, 5 de abril de 2014

Walking Dead en Melilla


Bilbao, año 6 d.c. (después de la crisis). Hoy os invito a un experimento morboso, desagradable, incluso de mal gusto. Os invito a descubrir cuál de las imágenes que uso en este post pertenecen a la afamada serie americana “Walking dead” y cuál a la realidad que se vive últimamente en Melilla. ¿A que es casi imposible?

 

En la serie los muertos vivientes deambulan sin rumbo en su desesperada búsqueda de alimento (en este caso cerebros vivientes). En la realidad miles de africanos deambulan cada día por los alrededores de Melilla (sí, esa colonia cuya situación tanto se parece a la de Gibraltar pero con la que nunca se compara) con un objetivo muy concreto: cruzar una valla; al otro lado piensan que van a encontrar el paraíso. O por lo menos, un mundo mejor al que han dejado atrás. Para ello han cruzado cientos de kilómetros, han arriesgado la vida y lo siguen haciendo; muchos la han perdido ya, otros lo harán en breve. Acaban colgados de una valla como si fueran víctimas de un naufragio. Y quizá lo sean. Del que hemos creado entre todos en esta sociedad esquizofrénica, en la que matar a pelotazos de goma a seres humanos que luchan contra las olas resulta no ser un crimen sino una obligación laboral por la que nadie va a pagar. Nunca.






La valla me recuerda a otro muro que tuve la mala suerte de visitar: el que divide las tierras legítimas de los ciudadanos palestinos ocupadas por los soldados (ilegítimos) israelíes desde hace décadas con el beneplácito o la inactividad de la mayoría de potencias mundiales. Allí comprobé en persona los estragos que un muro divisorio causa en las personas. A las reales, a las que día a día lo tienen que cruzar para ir a trabajar, para acudir a un hospital a parir o para visitar a sus familias que quedaron al otro lado. En todos estos años desde la ocupación no se ha solucionado nada, como mucho la situación ha empeorado, con más y más seres humanos atrapada en la franja de Gaza y en Cisjordania (en realidad todo esPalestina, incluso Israel). Si queréis saber cómo viven los habitantes hacinados en la franja de Gaza no tenéis más que echar un vistazo a los reportajes que Gonzo ha realizado para El Intermedio recientemente. Reflejan muy bien la realidad. No os recomendaré el documental que yo hice allí porque no me lo han pagado y porque de la manga se han sacado otro en el que no acreditan mi trabajo.  








Con esto sólo os quiero decir que los muros nunca han solucionado nada. Que el afán de mejorar de vida es imparable, que aunque les dupliquen las cuchillas que cuelgan de la valla, seguirán encaramándose a ella hasta desangrarse, que aunque les tiren granadas cuando intentan cruzar a nado, lo seguirán haciendo. Que los políticos sólo ponen tapones para ocultar un problema mientras están en el poder, que haga el mínimo de ruido posible “a ver si nadie se da cuenta y nos siguen votando”. Pero el ruido de los muertos vivientes ha tomado por completo el mundo de “Walking dead”. Y por mucho que se empeñen, el clamor de las miles de personas que escapan de guerras, miseria, violaciones, niños soldados y enfermedades, no se puede parar con vallas ni con muros. Ni aquí ni en Palestina.