miércoles, 8 de junio de 2016

ACT supera la maldición del 13


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Tras pasar por debajo de una escalera, tener la sala infestada de gatos negros, abrir paraguas bajo techo y vestirse de amarillo sin miramientos, la 13ª edición del Festival de Teatro Corto ACT ha conseguido salir airosa y volver a llenar sus salas con espectáculos de calidad. Ni siquiera tuvieron la mala suerte de que les mirase un tuerto (o lo que es lo mismo, que un miembro del PP tocara su financiación ni metiera mano en la caja). Y nadie les conectó con ninguna oscura trama en Venezuela, o sea que el fatídico número no les hizo mella.


El que sí que ha tenido suerte he sido yo, amante secreto de la danza contemporánea, que por casualidad acudí a los pases con más muestras de este tan poco apreciado arte. Desde el número inaugural organizado por BAI (Centro de Formación Escénica de Bizkaia), al igual que el resto del festival, en el que tres presentadores vestidos con monos amarillos y paraguas rememoraban el clásico “Bailando bajo la lluvia” (y yo que pensaba que los trajes eran alusión a los presos americanos y a series como “Orange is the new black”, a veces me paso de listo, o de moderno, lo sé), hasta la gala de clausura con el estupendo fragmento de “Carne”, “Latza (Crudo/Bare)”, obra dirigida por Fer Montoya (también director de BAI), con una impactante puesta en escena musical, dos cantantes femeninas subidas a un podio interpretando ópera mientras los bailarines se contorsionan por el escenario hasta quedar totalmente desnudos (y yo pensé: -¡Qué huevos! ¡Con lo jóvenes que son!- y no pude evitar rememorar los tiempos en los que algo tan simple como quitarse la ropa sobre un escenario causó semejante escándalo en los aún dictatoriales años 70: en la vida real fue la actriz Mª José Goyanes, en la reinterpretación de ficción de “Cuéntame”, cómo no, fue uno de los Alcántara, la hija Inés).

"Macho Macho"

En medio de todo ello hubo mucho lugar para el disfrute y ninguno para la mala suerte. El ganador de la edición anterior, el bosnio Igor Vrebac nos volvió a deleitar con su maravilloso cuerpo casi desnudo (quiero decir con su arte y profesionalidad) hablando sobre la homosexualidad en “Homo sapiens” y dejando un charco de orina sobre el escenario (hay que romper moldes como sea). El último día también nos ofreció su nueva obra realizada en la escuela BAI especialmente para el festival (parte del premio de cada año) que, obviamente, se llamaba “Macho macho” y para la cual había elegido a dos (muy atractivos) actores de la escuela. Una pieza sin diálogo esta vez, pero con mucha testosterona, semidesnudos, sensualidad y claro homoerotismo en la competición de machos con clímax y cigarrito incluido.

Destacaron también sorpresas tan agradables como contemplar al francés Charlie Denat (LaBerlue) (¿hacen casting de guapos en este festival?) con su sencilla y curiosa obra “La main dans le sac”, en la que muestra cómo no hace falta más que una sencilla bolsa de plástico blanca para crear un idílico cuento pequeño y etéreo, soñador, cómico y desde luego muy original. Lo que no fue sorpresa es que se llevase uno de los premios.

La Berlue
Disfruté de otras piezas de danza, como “Atávico”, de los madrileños Poliana Lima, que aparte de ganar otro de los premios, le dio a una de sus intérpretes una lesión de rodilla que casi le impide subirse al escenario a recoger el galardón. Y no era para menos, pues la energía y agresividad con la que sus intérpretes femeninas (ataviadas con prendas
"Atávico"
interiores reminiscentes del neorrealismo italiano pero también de las piezas ortopédicas de farmacia)
chocaban contra la única y rotunda presencia masculina, subió la temperatura de una coreografía llena de fuerza y pasión.

Pero para mí, lo que me dejó casi sin respiración (sí, ya sé, soy un poco exagerado) fue la pieza de los iraquíes MokhalladRasem/Toneelhuis, “Body revolution”. Efectiva puesta en escena usando simplemente proyecciones sobre sábanas que hacían el papel de pantallas de las que emergían los tres bailarines transformados a su vez en pantallas en movimiento. La fuerza de las imágenes, algunas fijas, otras en movimiento, representando los horrores de la guerra, lograban encontrar
"Body Revolution"
belleza en lo que ya nos hemos acostumbrado a ver todos los días en las noticias, las luchas que suceden a miles de kilómetros de distancia, las matanzas en las que Occidente tiene tanto que ver y de las que luego nos lavamos las manos como si no fuera con nosotros. Me tocó, de verdad, que consiguieran extraer ritmo, plasticidad, emoción, de la tragedia y el horror…


Y lo principal: lo bien que lo pasamos durante el festival, el ambiente tan relajado, la maravilla de gente joven que viene con muchas ganas de teatro y disfruta de algo tan alternativo y sensorial, el gusto que da que en Bilbao, año tras año, este festival, ACT, se convierta en una cita con la creatividad de grupos del todo el mundo que, si no fuera por los esfuerzos de sus organizadores, nunca llegaríamos a conocer. Un oasis cultural en un país enroscado en la incultura. Recordadlo el año que viene, finales de mayo, primeros de junio, llega ACT, no os lo perdáis.