La B de Bilbao. Foto sacada por mi amiga Lidia |
Bilbao 2012, año del fin
del mundo. Anoche fui al concierto de La
Casa Azul (conciertazo, vaya directo,
no paramos de bailar) y me quedé con una frase que dijo Guille Milkyway: “si
esto es el fin del mundo, que nos pille felices, bailando…” Así que esta vez sí
que sí, hay que comenzar con música. Sin lugar a errores. Pegaros este link en
otra pestaña y que os sirva de guía rítmica por este nuevo relato:
Sí, se trata de “MacArthur Park”, uno de mis temas
preferidos de Donna Summer, conocida
como “la reina de la música disco”. Porque con ella, en los años 70, las pistas
de baile se llenaron de lentejuelas y de esas bolas de cristalitos plateados que
se han convertido ya en símbolo de una época… ¿Y por qué es esta canción una de
mis favoritas de esta gran reina que acaba de dejar su trono vacío? Pues porque
aparte del ritmo endemoniado que hace que estés donde estés tus pies no puedan parar
y se vayan por sí solos y te apetezca ponerte a hacer posturitas a lo John
Travolta en la cola del bus o en el supermercado, además tiene las letras más
surrealistas que haya escuchado nunca en una canción. Parece un tema super
dramático. Y realmente lo es. Pero no por las razones que nos esperamos. Y si
no, escuchad la estrofa principal:
“Alguien se ha dejado el
pastel en la ventana bajo la lluvia, y no creo que pueda superarlo, pues me
llevó tanto tiempo cocinarlo… Y jamás volveré a conseguir la receta. ¡Oh, no…!”
Esto podría ser la vida hoy en día... |
¿Es esto surrealismo o qué?
Y pensar que a mí, de joven (o sea, de
más joven) no me gustaba el surrealismo... Pero según me voy haciendo mayor
me parece lo único que tiene sentido en esta vida, el surrealismo. Porque la
vida es surrealismo puro y duro. Y si no, abrid un periódico cualquiera por una
página cualquiera. Seguro que lo que leáis podría ilustrarse con un cuadro de Dalí. Pero no, hoy no os voy a hablar
de política. Ni de religión. Que ya sabéis cómo me pongo. Hoy quiero hablar de
grandes divas que se van. Y de homofobia. Mejor aún, voy a hablar de
grandes divas y de homofobia a la vez, porque son ingredientes que se mezclan
muy bien en el mismo plato (de discos, se
entiende). Como os podéis imaginar todo esto viene porque Donna Summer nos
dejaba este pasado jueves, día 17 de
mayo. Murió relativamente joven. Y digo lo de relativamente porque a mí,
los 63 años cada vez me parecen más jóvenes. Sobre todo para morir. ¿Que por
qué me ha afectado tanto la muerte de la Summer? Hombre, pues lo primero porque
aparte de reina de la música disco, también fue una de las primeras divas gays, antes incluso de que se
inventara ese término, antes incluso de la llegada de Madonna. Sin embargo, para cuando empezó a brillar la Summer con sus
lentejuelas y su pelo leonino, ya había habido alguna diva gay anterior. Y si
no que se lo digan a Judy Garland,
auténtico símbolo de todos los gays anglosajones de las décadas de los 40, 50 y
Judy Garland, la diva |
60. ¿Por qué? Pues me imagino que porque fue la única que se supo poner los
zapatitos rojos que la llevarían por el camino de baldosas amarillas hasta el
mundo de Oz, ése en el que todo era posible.
O porque tenía una sensibilidad atormentada y desgraciada con la que muchos
gays de la época se identificaban. O porque se casó con dos gays y siempre
estuvo rodeada de amigos homosexuales. O porque se suicidó, como tantos gays de
la época (y de mucho después) hacían.
El caso es que su muerte en 1969 fue lo que motivó el inicio del movimiento gay tal y como se conoce hoy
en día. Fue en Stonewall, un bar de
Nueva York frecuentado por homosexuales y transexuales, donde sus clientes,
especialmente sensibles ante la muerte de su adorada diva y hartos de las continuas
redadas y hostigamientos de la policía de la ciudad, decidieron rebelarse y enfrentarse
a ellos. Los vecinos de Greenwich Village se les unieron y les sacaron la cara,
dando lugar a unos cuantos días de auténtica batalla campal contra las fuerzas de
seguridad, que hoy se reconoce como el inicio de la lucha del movimiento gay
por sus derechos civiles. Menuda catarsis debió ser. ¿Algún 15M tendrá tanto efecto?
©RM
En todas partes sigue habiendo homofobia |
Mucho han mejorado las
cosas desde entonces, al menos en los países del primer mundo. De hecho en
muchos de ellos ya hasta nos podemos casar legalmente (aunque el partido que gobierna ahora aquí sigue teniendo en pie un
recurso ante el Tribunal Constitucional para evitar que los gays podamos
disfrutar de los mismos derechos civiles que los heterosexuales, en una
demostración más de que ellos y ellas no creen en la igualdad). Y todo esto
viene a cuenta de que mucha gente se piensa que ya está todo conseguido, que no
necesitamos hacer más ruido. Y están muy equivocados. El 17 de mayo moría Donna
Summer, ¡qué paradoja! Porque era el día internacional de lucha contra la homofobia (también la lesbofobia y la transfobia, pero como eso complica mucho el
término yo prefiero usar sólo el primero, que lo engloba todo). Y porque la
Summer había sido, en sus mejores tiempos, una de las pioneras en esto del
“divismo gay”. Muchos de sus seguidores pertenecían a dicha comunidad. ¿Por
qué? Pues me imagino que porque salían mucho de marcha y les encantaba bailar
la música disco que ella hacía. Y porque veían en ella a una mujer de
personalidad fuerte que, a pesar de ser negra, había llegado a la cima. Un
auténtico ejemplo a seguir. Sin embargo la Summer protagonizó su propia bajada
a los infiernos. Hubo un momento en su carrera, ya en los 80, cuando (¡oh, horror de los horrores!) se
convirtió al cristianismo renacido (una
facción dentro de la Iglesia católica que lleva todo a sus extremos, algo así
como la filosofía de Rouco Varela
mezclada con la del obispo de Alcalá,
ups, había prometido no hablar de religión). Y ahí llegó su caída. Dicen (y esto nunca ha sido confirmado, ya que
ella misma lo desmintió, no sabemos si porque realmente no lo dijo o porque vio
peligrar las ventas de sus discos) que en un concierto en 1983 les dijo a
un reducido grupo de fans gays con los que charlaba entre bambalinas: “He visto
el mal de la homosexualidad salir de vosotros, el SIDA es vuestro pecado”. Rápidamente fue publicado en la revista gay
“The Advocate” y el rumor corrió
como la pólvora. Muchos locales gays dejaron de pinchar su música. Yo mismo
recuerdo cómo, a finales de los 80 y aún a principios de los 90, en algunas
discotecas gays, nos salíamos de la pista si ponían una de sus canciones. La
carrera de la diva nunca se recuperó. Quizá no fue realmente por esto, sino
porque su nueva forma de pensar la llevó a hacer un tipo de música que ya no
encajaba con su público, que para entonces ya había encontrado sustitutas en
las figuras de Madonna o Kylie Minogue.
¿No os parece paradójico que Donna Summer, envuelta en esa polémica, muriese
precisamente el día internacional de la lucha contra la homofobia? ¿Qué pensarán
de esto los fanáticos religiosos?
Madonna en pose |
Kylie en plan diva |
No sé si será cierto o no.
Pero lo que sí es indudable es que la Summer nos dejó una serie de canciones
que son todo un himno a la alegría del baile. Y si no, comprobadlo en el
siguiente link:
Se trata de “No more tears
(Enough is enough)”, que cantó junto a otra diva, Barbra Streissand, en el año 1979. Y a esta canción le debo yo
muchos momentos inolvidables de mi trayectoria. Recuerdo bailarla sin parar a
altas horas de la madrugada en mitad de los 90, con mi amiga Marta, en un
apartamento perdido de algún barrio de Londres.
Habíamos ido a una fiesta de disfraces de temática años 20 a casa de un ligue
de Cerdeña que yo tenía por aquel entonces. Recuerdo cómo fuimos en el autobús,
vestidos para matar, Marta con sus flecos y su vestido de cintura caída, con
cinta en el pelo para bailar el charleston, y yo con un smoking super elegante
con pajarita y pelo engominado con onda… Ciertamente dábamos el cante incluso
en una ciudad anónima como es Londres. El caso es que cuando ya nadie tenía
ganas de fiesta, serían ya las 7 de la mañana, a alguien se le ocurrió poner
esta canción. Recuerdo el suelo del salón enorme, de baldosas blancas y negras,
como un tablero de ajedrez, con la primera luz del día entrando por las
ventanas. Y Marta y yo, muy años 20, bailando como descosidos al ritmo setentero
de Summer y Streissand. En cuanto acabó la canción, Marta agarró un puchero y
se puso a cocinar pasta para los invitados, la mayoría de ellos italianos. Años
después, ya en Madrid, la misma canción nos sorprendió a Marta y a mí,
siguiendo a una de las carrozas del Orgullo Gay. Y cómo no, la volvimos a
bailar como si nos fuera la vida en ello. Sólo por eso, para mí Donna Summer es
y será siempre, una gran diva.
Lo que no quiere decir que
no haya que seguir luchando contra cualquier forma de homofobia, ya sea en
declaraciones de esposas de ex presidentes sobre peras y manzanas o en sermones de obispos en misas televisadas o en
insultos por la calle. Porque, perdonad que os diga, si nunca os han insultado
por la calle, si nunca os han llamado “maricón”,
así, con odio y resentimiento, ya sea en el colegio o en cualquier parte donde
hayas andado con todo tu derecho y toda tu pluma o ausencia de ella, entonces
no podéis entender lo que es la homofobia. Porque a pesar de los cambios en la
sociedad, sigue habiendo ataques homófobos, incluso crímenes homófobos, o
suicidios adolescentes provocados por la homofobia de sus compañeros de clase.
Y ocurre aquí, en nuestro propio país, en nuestro barrio, no sólo en uno de los
80 países que aún condenan la homosexualidad con penas de cárcel y hasta con la
muerte. Los que piensan que el SIDA fue un castigo divino aún andan entre
nosotros. Sin ir más lejos la semana pasada en Grecia, miembros de un partido neonazi
se fueron al barrio gay de Atenas y se manifestaron con antorchas y pancartas
que decían: “Ahora son los inmigrantes, los siguientes seréis vosotros”. Por
eso, sigue siendo necesaria la lucha contra la homofobia. Y mientras palabras
como “maricón, mariquita, marica, mariconada, tortillera, camionera, sarasa,
pluma” y tantas otras, se sigan usando como parte de nuestro vocabulario
habitual, la homofobia seguirá estando vigente en nuestra sociedad. Sólo en un día de la Semana Grande de Bilbao del año pasado se cometieron tres agresiones homófobas. Sin embargo, un reciente
estudio dice que el 81% de los jóvenes vascos están a favor del matrimonio
entre personas del mismo sexo. Mientras este tipo de estudios se tengan que
seguir haciendo, eso quiere decir que la homofobia sigue existiendo. Aquí y
ahora. Mientras no haya políticos, futbolistas, camioneros, actores, abogadas, alcaldesas,
cantantes, fontaneros, electricistas, que vivan abiertamente su homosexualidad o
transexualidad, mientras a tanta gente le siga preocupando lo que cada cual hace
en su propia cama y se sientan con derecho a opinar sobre ello, eso quiere decir
que aún vivimos en una sociedad malsana. Todavía hay quien nos considera enfermos.
Y yo me pregunto, ¿quién está enfermo de verdad? Ya sólo me queda parafrasear a
la Summer y decir: “Enough is enough”.
©RM
Atardecer en la ría de Bilbao |
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