Foto publicada en El País sobre las protestas en Grecia contra Merkel |
Ahora
sí. Ahora sí que puedo volver a escribir eso de “Bilbao, 2012. Año del fin del mundo”. Porque ya estoy de vuelta en
mi tierra, después de uno de los veranos más duros que recuerdo. Lo que decía,
ya lo venía vaticinando en este blog desde su principio: esto se acaba, muchachos
y muchachas. Los mayas tenían razón. ¿O eran los aztecas? El calendario acaba
aquí. La fecha dada es diciembre de 2012. Y la verdad que desde que he vuelto
de Oriente Próximo cada vez lo veo
más claro. Si allí la primavera árabe
todavía colea en muchos de sus países, mientras en Siria la guerra civil es una doliente realidad que deja miles de
refugiados cada día en los países vecinos (con
los que nadie sabe qué hacer y que se apilan en zonas desérticas), aquí, en
plena civilización occidental, el estado de bienestar ya se ha acabado y el
mundo, tal y como lo conocíamos, ha llegado a su fin. ¡Y lo que queda por
llegar! Mi visión esta vez une las realidades de Grecia, Italia, Portugal y España, es decir, la Europa mediterránea, o más bien lo que ha sido
siempre, la Europa pobre, que se ve invadida por protestas callejeras cada vez
más violentas mientras sus respectivos gobiernos continúan castigando a la
población con nuevos recortes, con nuevas pérdidas de libertades, con nuevas
miserias, ajenos por completo al sentir y el pensar de su gente. Pero llegará
un día en que en uno de estos países (puede
que por una muerte violenta a manos de la policía en una manifestación, puede que por otro cambio de
ley particularmente doliente…) el pueblo se eche a la calle definitivamente
y tome el parlamento expulsando a sus políticos del gobierno. Entonces el país
de al lado seguirá su ejemplo, y luego el siguiente y el siguiente. Y puede que
hasta en algunos de los países ricos se produzca el contagio, quién sabe, en Inglaterra por ejemplo, o en Francia. Y entonces la Merkel y los gobernantes de los demás
países ricos, quizá se den por enterados y se den cuenta de que no es posible
gobernar de espaldas al pueblo, de que no es posible fustigarlo continuamente
sin darle agua de vez en cuando. Y quizá decidan cambiar su estrategia, o quizá
les entre el miedo y se vayan por su propio pie. O quizá esperen a que su
pueblo, también harto, acuda a las escaleras del parlamento para derrocarlo.
Quién sabe. Pero esto se acaba, está claro. ¿Qué vendrá después? Ésa es la gran
incógnita. Por lo pronto, y aquí mismito, el gobierno español (al que tantos piden ya que dimita) está
esperando a anunciar nuevos recortes (y
cómo no, el consabido rescate con
todo lo que conlleva) a que pasen las elecciones
en Euskadi y Galicia, para no
perder aún más votos de los que ya les vaticinan todas las encuestas (ésas que según qué periódicos las
publiquen, se inclinan más hacia un lado o hacia otro, como todo en este país
de pandereta).
Pero
no os echéis las manos a las cabezas (las
varias que tenemos cada uno en estos tiempos de multitasking), al fin y al cabo si realmente algo no funciona
siempre será mejor intentar cambiarlo. Y está claro que estos políticos (no solamente los españoles, la crisis no la iniciaron ellos, aunque
contribuyeran y mucho) no han hecho más que llevarnos a la ruina mientras
ellos se enriquecen. Así que ha llegado el momento de que dejen de gobernarnos.
Quizá parezca una utopía, pero a lo largo de la historia ya ha ocurrido en
múltiples ocasiones, sin ir más lejos ahí queda la Revolución Francesa, o el poder pacifista de Gandhi o la ya mencionada primavera
árabe. Francia nunca volvió a ser la misma (aunque
hayan llegado a un punto muy parecido al nuestro, allí al menos van a grabar
las grandes fortunas con más impuestos…). Las primaveras árabes aún están
por mostrar sus efectos a largo plazo. Y en cuanto a Gandhi… No sé yo si hoy en
día funcionaría. Muchos se preguntarán “¿qué va a pasar con mi trabajo? ¿Qué va
a pasar con mi casa?”... Pues vaya usted a saber. Si por lo menos tenéis una
casa o un trabajo por el que preocuparos es que no estáis tan mal… Pero hay
muchos, cada día más, que no pueden decir lo mismo, que se agolpan los lunes al
sol en las colas del INEM o de LANBIDE, o que esperan con incertidumbre a que
unos desalmados del banco lleguen a echarles de sus viviendas. Lo que está
claro es que lo que no podemos hacer es quedarnos en casa calladitos, como
quiere nuestro señor presidente
(fumándose un puro). Eso ya pasó a la historia. Y por mucho que él se
dirija a su pueblo como si fuera el mismo que agachaba la cabeza bajo el yugo franquista, no se da cuenta de que
ese pueblo ha evolucionado mucho, se ha educado y se ha culturizado, está
conectado y tiene muchas formas de saber lo que pasa en realidad y de asociarse
y reunirse, independientemente de cuánto hayan manipulado las informaciones
institucionales desde sus canales de televisión (la mayoría públicos, pagados por todos nosotros) o sus periódicos.
Es un pueblo que sabe leer y pensar por sí mismo (aunque viendo las audiencias de Sálvame
uno hay veces que lo duda). Y que sabe decir: “Santo Pedraz, qué razón tienes en cuanto a la decadencia de la clase
política…”
©RM Un desfiladero te lleva a la ciudad escondida de Petra |
Esto es lo que me he encontrado a mi regreso de Jordania, tras un verano que me gustaría borrar de mi memoria. No voy a entrar en detalles. Sólo os contaré que un par de semanas después de mi vuelta soñé con mi amigo Iñaki. Iñaki murió de SIDA en los años 90 y era una de las personas más cariñosas y luchadoras que he conocido, un auténtico amigo de sus amigos. La última vez que lo vi, en el hospital, cuando físicamente era ya una sombra de lo que había sido, aún mantenía la chispa en los ojos y en la sonrisa. Le hizo mucha ilusión que fuéramos a verle y me dijo algo que nunca he olvidado: “los amigos son como un jardín, lo tienes que regar todos los días un poco porque si no se marchita”. Quizá por eso soñé con él hace poco, porque necesitaba que alguien me lo recordase, para no caer en lo fácil y pensar que el jardín se pudre en cualquier momento y que no ha merecido la pena. De todas formas, hasta de la peor experiencia se puede sacar algo positivo. Y el conocer una cultura como la palestina, es algo que nunca olvidaré. Como tampoco olvidaré el haber paseado por los caminos llenos de polvo del desierto de Petra, esa misteriosa ciudad que debió de ser increíblemente exuberante en su momento álgido. Os prometí que os la relataría y aquí está: “Petra, una ciudad mágica”. El misterio empieza incluso desde el momento de la entrada. Porque al estar rodeada de montañas de roca, a su interior se accede a través de un irreal desfiladero, por un camino estrecho rodeado de rocas gigantes por el que hace ya cientos de años transitaron mercaderes de todo el mundo montados en caballos y camellos, transportando sus mercancías a la luz de faroles encendidos con aceite… Más de un kilómetro por este camino te lleva a la primera sorpresa: un espectacular templo labrado en la roca y conservado a base de calor. No se puede acceder a su interior, pero da igual, ahí queda su fachada. Y a partir de ahí ya no paras, se abre toda una ciudad cavada en colinas de rocas
©RM El camino a Petra iluminado por farolillos mágicos |
©RM Petra |
©RM El auténtico templo de Indiana Jones |
Tras
el accidentado verano, la vuelta tampoco fue fácil. Al de poco de llegar, una
amiga del instituto me llamó para comunicarme que un compañero nuestro había
muerto. De cáncer. Sabíamos que
tenía metástasis, pero le habíamos visto poco antes de mi viaje y, aunque
dañado físicamente, conservaba su espíritu luchador y una actitud muy positiva.
Lo mismo que su mujer. Hacía poco que habían adoptado un niño y tenían mucho
por lo que pelear. No le sirvió de mucho, sólo aguantó un año desde que le dijeron
que tenía metástasis. Es duro tener que decir adiós a gente que ha estudiado
contigo, a la que conociste siendo casi un niño… Me acuerdo hace unos años,
cuando planeaba mi primer documental (organicé
una reunión de toda mi promoción del instituto, en el mismo edificio, para
celebrar que hacía 20 años que habíamos acabado nuestros estudios allí) y
trataba de que mis compañeros de promoción se confesaran delante de la cámara
para contar su trayectoria vital desde que habíamos saltado a la vida con 18
añitos. A él no lo había visto probablemente desde entonces, pero en cuanto le
conté mi idea por teléfono me dijo inmediatamente que sí, que confiaba en mí y
en lo que hiciera con ese material. Me sorprendió cómo el vínculo que habíamos
creado de adolescentes seguía vigente después de tantos años sin vernos, cómo
la confianza sobrevivía al paso del tiempo. Ahí me demostró que él también era
de los que creía en los jardines bien regados. Hay más gente cercana a mí que
en estos momentos están luchando contra el cáncer. ¿Quién no tiene o ha tenido
a alguien? Esta batalla me hace pensar siempre si en algún momento declararán
esta enfermedad como epidemia. Sí, ya sé que no se contagia, pero al final se
lleva en los genes, ¿no? ¿Y qué estamos haciendo tan mal para que se haya
extendido tanto? ¿Será nuestra forma de vivir, será que nos están envenenando
las grandes compañías a las que nadie se atreve a investigar, será un poco de
todo esto?
Y
para dejaros con un sabor más animoso en la boca (sí, ya sé, me ha salido una entrada bastante oscura, será reflejo de
mi estado de ánimo últimamente), os voy a contar un último episodio de mi
estancia en Palestina, porque
siempre hay luces entre las sombras. Para ello os tendréis que conectar con el link
de la última canción de la estupendísima Adele, que será banda sonora de James Bond:
No
sé si os acordaréis de que durante el rodaje nos alojábamos en el hostal de la
granny, esa abuelita que se empeñaba en que comiéramos más huevos antes de
irnos a trabajar cada mañana. Bueno, pues cuando ya llevábamos unos días allí y
habíamos descubierto que había una terraza en la parte de arriba del edificio
donde se podía cenar (lo que nosotros
lleváramos, claro, generalmente humus, raciones de queso frito, paté de
berenjenas para untar…). Bueno, pues en una de estas improvisadas cenas en
las que nos reuníamos todo el equipo, agotados tras otra larga jornada de
rodaje, apareció un personaje misterioso. Era así como fuertote, de ojos claros
y mirada turbia, vestía siempre con una camisa verde militar y decía que era
americano (aunque su acento nos hacía dudar).
Desde el primer momento mostró mucho interés en lo que hacíamos, pero nosotros
le evitábamos. Principalmente porque algunos (o sea, yo) estábamos obsesionados con que el Mossad (servicio de
inteligencia israelí) nos estaría ya investigando y seguro, pero vamos,
segurísimo, que nos iba a poner un espía. O sea, que íbamos a tener nuestra
propia versión, en israelí, de James
Bond (de nuevo Sean Connery, encima no
nos iba a caer el blando de Roger Moore). Así que claro, enseguida le
adjudicamos el pape al recién llegado. Lo más sospechoso era que, nos levantáramos
a la hora que nos levantáramos (y en un
rodaje de esas características esto varía mucho de un día a otro), él
siempre estaba allí para desayunar con nosotros. Una noche en la que nuestro
técnico de sonido se encontró a solas con él en la terraza, le acabó contando
todo lo que hacíamos (me imagino que
motivado por ciertos fumeteos) y allí ya, nuestro agente secreto vio la
oportunidad para empezar a preguntarnos por el documental cada mañana, que
quién lo financiaba, que si habíamos hablado con algún representante del
gobierno israelí… Claro, nosotros nos salíamos por los cerros de Úbeda y en
cuanto podíamos pasábamos a hablar en castellano (la mitad del equipo éramos de aquí). El caso es que nuestro agente
secreto se convirtió en parte de nuestras bromas diarias durante el rodaje y un
día se me ocurrió testarle para saber si también hablaba español. Así que a la
siguiente mañana, cuando me lo volví a encontrar en la mesa del desayuno (rodeados de huevos), en cuanto bajaron
mis colegas me puse a soltar una perorata absurda en castellano, a una
velocidad que ni el que leía las instrucciones a las viejas de “Aquí no hay
quién viva”… Era algo así como: “Esta mañana me he levantado muy pronto y he
visto a la abuela recogiendo huevos en una cesta, mientras bailaba un aurresku
y tocaba el txistu cantando una sardana…” Mi colega, el dire de foto, se me
quedó mirando como si me hubiese vuelto loco, pero al segundo siguiente
respondió con la mayor naturalidad del mundo: “No sé, no la veo yo a la granny
como para bailar muchos aurreskus…” El agente secreto (que lo era) simplemente continuó mirándonos con esos ojos turbios y
una cierta sonrisa… A la mañana siguiente había desaparecido sin dejar rastro. ¿Acabaría en una de las cuevas excavadas en Petra?
©RM Al entrar en Petra te encuentras con esto... |
Y para acabar, en estos tiempos en los que la cultura
parece que ya no le importa a nadie (desde
luego no a los mandatarios), os dejo este link y os recomiendo que lo disfrutéis
en pantalla completa. ¿Es necesaria la cultura? ¿Es imprescindible la belleza? Vosotros
diréis.