Bilbao,
año 7 d.c. (después de la crisis). ACT: cuatro días, 15 obras de teatro, danza y performance,
pequeño formato, dos salas (Teatro Barakaldo y Kafe Antzokia), un público entregado (y dispuesto a saltar al escenario en cualquier momento), un
ambiente alternativo inigualable para una ciudad como Bilbao, muchos desnudos (mira que a estos actores modernos les encanta
quitarse la ropa), John McEnroe, Bjorn Borg, Rocío Jurado, txistu silbado,
seguiriyas en euskera, 70 países donde la homosexualidad
está aún penalizada, inmigrantes que esperan sus papeles para tener una vida
normal (o al menos como la tuya y la mía),
druidas trasnochados, hermanas siamesas danzantes,
presentaciones trilingües (inglés, euskera y castellano) y por encima de todo, muchas ganas
de disfrutar.
Este
ha sido el 12º año que se celebra ACT, festival singular que trae a Bilbao
compañías de todos los rincones del mundo. En esta edición hemos tenido a
Corea, Reino Unido, Holanda, España, Euskadi, Cuba, Alemania, Irak, Bélgica y
Francia. No está mal para un festival de bajo presupuesto, inversamente
proporcional a la diversión que provocan las obras que nos ofrece. ACT lo
organiza el Centro de Formación Escénica BAI, escuela ya de larga trayectoria que divide sus actividades entre
Barakaldo y Bilbao. Un buen día decidieron que ya era hora de animar el
panorama bilbaíno con propuestas abiertas a las nuevas tendencias escénicas y a
las interrelaciones internacionales. Vamos, que uno de sus objetivos ha sido
siempre el de que su propuesta sirva de punto de conexión entre compañías de
todo el mundo. Y que se conozcan aquí, en Bilbao, tomando potes y probando
pintxos.
Por
todo eso la energía que se respira durante la celebración de ACT es muy difícil de explicar. El
público es mayoritariamente joven (pero
hay gente de todas las edades), con inquietudes (pero seguro que hay incluso algún aburrido), muchos actores (e incluso hasta científicos e informáticos)
y muy pocos prejuicios. De hecho, todos los que vamos allí sabemos que en
cualquier momento podemos acabar sobre el escenario haciendo las cosas más
absurdas. Por ejemplo, el primer día de actuaciones, cuatro asistentes acabaron
interpretando el mítico encuentro de 1981 entre McEnroe y Bjorn Borg en
Wimbledon. Sí, habéis oído bien, eran cuatro. Aunque había sólo dos jugadores,
claro. Pero los otros dos espontáneos tenían adjudicados papeles no menos
importantes: uno sujetaba un huevo, la otra apretaba un desatascador contra el
suelo para imitar el sonido de la pelota de tenis al golpear la raqueta… Se
trataba de la propuesta del gurú/druida/actor/genio británico Jamie Wood y su
“Beating McEnroe”. Un despropósito que llevaba los límites del surrealismo al
extremo (acabó en calzoncillos, claro)…
Pero
antes de eso nos habían invadido… las plantas. Una propuesta multimedia
conseguía
que el protagonista (La casa en
el árbol) de “La invasión de los ladrones de cuerpos” nos trasladase su
angustia a través de una mini cámara que proporcionaba diferentes puntos de
vista sobre su relación con varios maniquíes inquietantes que acababan clonados
por plantas. Como tú, como yo, como toda la sociedad. Sus piernas se
transformaban en las de su novia, su orgasmo era el de ella, y a la vez era
otro, era otra, era todos. Muy ingenioso su juego con la pantalla. Y acabó en
calzoncillos, claro.
"La invasión de los ladrones de cuerpos" |
Si
Hannah Sullivan (Reino Unido - si esto
fuera una revista aquí pondría su edad, yo, sinceramente, prefiero su
nacionalidad) nos hizo bailar los ritmos noventeros de su juventud para que
nos fijásemos en cómo baila
la gente que nos rodea, para mí lo más impactante
fue ver bailar a dos hermanas siamesas vestidas de glamurosas chicas años 30 y
con cara de plástico. Corte de pelo a lo Clara Bow (estrella del cine mudo), aspecto de personaje opresivo de
cualquier cómic de Didier Comès… Era
la representación de Katja Heitmann (Holanda,
y aquí sí, aquí tengo que poner su edad, porque cuando ella y su hermano-nohermana
se quitaron las máscaras descubrimos que tienen… ¡15 años!), “Me, my selfie and I”. ¡Qué energía, qué manera de moverse, qué simetría! Al principio pensé
que era sólo una persona delante de un espejo, pero no, eran dos, con una mini pantalla
en medio que representaba su inquietante rostro de muñeca de plástico… Estos no
se quedaron en calzoncillos, pero al quitarse las máscaras nos descubrieron
mucho más: su esencia infantil, su potencial, su genio. Si hacen esto con 15
años, ¿qué harán con 25?
"Me, my selfie and I" |
"Waiting" |
La gente espera. Pero espera, ¿a qué? Sus
imágenes en primer plano nos hablan desde tres sábanas en el escenario, nos
cuentan su aburrimiento al esperar, sonríen, comparten sus miedos y poco a poco
desentrañan un laberinto de historias de inmigrantes que esperan papeles para
tener una vida, aquella que añoraban cuando abandonaron su país. Muy potente la
propuesta de Mokhallad Rasem en “Waiting”: tres bailarines vestidos de negro
inician una danza que los acaba transformando en pantallas de cine en
movimiento. Entre los tres componen y descomponen las imágenes de esas personas,
esos seres humanos que, al igual que sus imágenes sobre el escenario, se
desfragmentan porque nuestra sociedad no quiere que tengan papeles.
"Homo sapiens" |
Y
por supuesto, el ganador de ACT 2015: Igor Vrebac (bosnio, residente en Holanda).
Nada más llegar al primer día de ACT, sin saber quién era, su presencia entre
el público ya nos cautivó a todos (y a
todas), alto, cuerpo de escándalo, sonrisa perenne y esa gracia al andar
que sólo tienen los bailarines. Su obra, “Homo sapiens”, profundiza en sus
recuerdos como niño y adolescente gay en una sociedad machista y
heterocentrista; de una manera intimista nos abre su corazón (en calzoncillos, claro) y nos recuerda
que, aunque en 70 países todavía se condena con penas de cárcel o incluso de
muerte a las personas que
aman a personas de su mismo sexo, en el fondo todos
somos Homo Sapiens. Según ciertos comentarios, fue también la meada más poética
que nunca se había visto sobre un escenario.
"Homo sapiens" |
Uno
de los puntos fuertes de ACT es que sus participantes se quedan durante la
duración de todo el festival, ven las obras de sus compañeros y están allí al
alcance de cualquiera que desee compartir con ellos sus opiniones sobre lo que
han representado. Hacen falta más festivales, más expresiones artísticas como
esta, con esa energía, con esas ganas de disfrutar y de compartir. Estando
allí, te dan ganas de reír, de bailar, a veces de llorar, en fin, te dan ganas
de expresarte, de ser artista. ¡Enhorabuena, ACT!
Estupendo comentario para estupendo festival
ResponderEliminar