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¡Qué joven en "27 horas"! |
A los actores (titiriteros, cómicos, no es un insulto) se les acusa en este país de sol y cerveza de meterse donde no les llaman, de dar sus opiniones cuando nadie las quiere oír. Sin embargo, los que no las quieren oír son esos mismos políticos fascistas de la derecha que ha destruido históricamente este país de señoritos feudales acostumbrados a que se les diga sí con la cabeza agachada (y a poder ser con el culo en pompa), aquellos que no soportan que se les lleve la contraria o que se critique cualquiera de sus decisiones. Porque ellos se creen poseedores del poder por derecho divino y cuando lo pierden, como ya ocurriera en las elecciones de 2004 (debido a sus mentiras y artimañas urdidas en torno al 11M, aprovechándose del dolor de casi 200 muertes) se encabronan y gritan a los cuatro vientos que les han robado eso que les pertenece… El poder. Y no se dan cuenta de que ya no gobiernan a los borregos que gobernó su idolatrado Caudillo (cuyos crímenes nunca han condenado, ¿no debería eso ser motivo suficiente para ilegalizar su partido?), sino que gobiernan a un pueblo cultivado y enterado (gracias a las redes sociales, no a las televisiones o periódicos mediatizados de este país de playas y sangría) que tiene el derecho de manifestar sus opiniones cuando y como quiera. Y si los actores tienen la posibilidad de subirse a un escenario y de hablar de lo que les preocupa o lo que les enfada, pues olé sus huevos. Ya nos gustaría a muchos tener esa misma facilidad para expresarnos. Y no hay que olvidar que antes que nada, los actores son ciudadanos. Y que todo ciudadano tiene el derecho a arrepentirse de algo que haya hecho en el pasado y de corregirse o simplemente tiene derecho a cambiar de opinión (¿cuántos no habremos trabajado para empresas opresoras?). Y si encima lo hace con la belleza de una Ava Gardner española vestida de Dior (porque le da la gana, no todos tienen que vestir a la española) pues más que mejor.

Quizá si
“ellos” contasen los millones que ha defraudado Bar-cenas, la Casa Real,
las subvenciones que se lleva la Iglesia
(y no los actores), los gastos del
ejército y de los viajes oficiales y dietas de tanto politicucho de tres al
cuarto, pues igual este país sería definitivamente diferente, pero no por su
sol o sus playas o sus bares o su paella, sino por sus investigadores, sus
actores, sus creadores, sus médicos y profesores, y hasta su transparencia. Y
que no me digan a mí que esta noche es la gala de los Oscar, porque me importa un bledo (como bien decía el Gable en
“Lo que el viento se llevó”). Yo, con el repaso que les dio Eva Hache y con la Verdú, estoy más que satisfecho. Acepto su manzana y espero que
los envenenados sean los otros.
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