Año
23 d.c. (después de la crisis), o lo
que es lo mismo, año 2031 del antiguo calendario, el que se reseteó ya hace
tanto, cuando empezó a quedar claro que aquella supuesta “crisis” no era tal, sino una nueva situación social, un hecho
histórico que comenzó como consecuencia de un plan subterráneo y oculto (como la mayor parte de la historia) aquel
aciago año de 2008 en que las bolsas mundiales cayeron sin remedio y una serie
de agencias internacionales (de las que
nadie había oído hablar hasta entonces) empezaron a controlar la política
mundial. Los países de la Europa del Sur, o sea, los PIGS (Portugal, Italia,
Grecia y España) o “los cerdos”, como prefieran, quedaron particularmente
tocados por esta trama oculta, maquiavélica e ilegal. Más bien habría que decir
que quedaron completa e inevitablemente hundidos. El mundo nunca volvió a ser
como antes. Por eso se reseteó el calendario empezando de cero. Por eso
nuestras vidas cambiaron sin remedio.
A
este lado de los PIGS todo empezó con recortes en Sanidad, Educación y Cultura. La Sanidad quedó en manos de
los familiares de los políticos, la Educación en las de la Iglesia y la Cultura… La Cultura simplemente desapareció. Algunos
vieron en ello una venganza del gobierno contra un sector que tantos dolores de
cabeza les había dado durante mandatos anteriores, siempre quejándose, siempre
manifestándose, siempre mostrando una opinión distinta a ellos (¿cómo se atrevían?)… Así que se les
cortaron las subvenciones y se les dejó morir poco a poco. Después llegó la
desaparición de cualquier beneficio social, empezando por el paro, los subsidios, becas y ayudas de cualquier tipo. Entonces,
cuando la gente aún no salía de su asombro, cayeron las pensiones. Simplemente, los pensionistas dejaron de recibir sus
ingresos, así, sin más, “por el bien mayor”… Pero por si eso no fuera
suficiente, los siguientes en caer fueron los funcionarios, miles y miles de trabajadores con plaza fija la
perdieron sólo para dar entrada a adeptos al régimen. Porque para aquel
entonces ya había quedado claro que aquel gobierno
no era tal, sino que era un régimen.
Sí, como el del dictador que aterrorizó a la población durante casi 40
años. Pero el pueblo, el de aquellos
años, no era ya la masa inculta y fácilmente manipulable que el caudillo había conseguido mantener bajo
su yugo. Era aún una gran masa, eso sí, pero de gente cualificada con un nivel
cultural muy alto y con buenas conexiones a internet (aún existía, sí) que les permitía estar enterados en tiempo real de
lo que realmente estaba ocurriendo (y no
de lo que el régimen les contaba en sus declaraciones en diferido –y siempre
sin derecho a preguntas). Así que lo inevitable acabó ocurriendo: el asalto
definitivo al parlamento. Pero esa vez no se limitaron a rodearlo pacíficamente,
no, esa vez entraron. Y lo hicieron armados con todo lo que habían podido encontrar
en sus casas y en la calle, palos, hierros, cuchillos de cocina, hachas,
antorchas… Lo destrozaron todo a su paso, los asientos del congreso, los
retratos de los ministros, los muebles, las cortinas, las puertas, los ipads,
los aparatos para votar, los retretes… Y en el camino cayeron varios de los
parlamentarios que tuvieron la mala suerte de haberse retrasado en su huída.
También se dijo que había caído el presidente del gobierno, pero eso nunca se
pudo demostrar. Hacía tanto que no daba la cara que la gente no se acordaba ni
de cómo era. El caso es que, desde aquella tarde, nunca más se volvió a saber
de él.
La
consecuencia inmediata fue como una avalancha de sucesos cuyo orden era ya
imposible de seguir. Las redes sociales cayeron, internet se interrumpió (y de hecho, ya nunca ha vuelto) y la
gente tuvo que seguir los trágicos acontecimientos a través de la radio o la
televisión, lo que quiere decir que cada emisora retransmitía únicamente de
acuerdo a su ideología o a una posible audiencia. La familia real, que ya tenía la cabeza al borde de la guillotina
debido a los numerosos casos de corrupción y dispendio en los que habían estado
involucrados, abandonó el país con destino indefinido (y con las maletas llenas de billetes, bonos, cheques, tarjetas de
crédito y pagarés de todo tipo). Con ellos (o por lo menos al mismo tiempo) se fueron todas las marquesas,
baronesas, duquesas y duques que formaban la corte. Lo mismo hicieron los Jesuítas, acojonados de que la turba
repitiese actuaciones que ya habían vivido durante la Segunda República. En cuanto a los políticos de todo signo, los que
pudieron también escaparon. Los que no tuvieron esa suerte, perdieron la
cabeza, literalmente. No sólo los que estaban imputados en los miles y miles de
casos de corrupción que ya se habían convertido en la norma dentro de su clase,
sino incluso los honrados, los que nunca habían robado un solo euro. Los que no
escaparon a ningún sitio fueron los gerifaltes del ejército. Todo lo contrario. Por fin encontraron una excusa para
sacar su fuerza a la calle, para demostrar lo que habían estado reprimiendo
durante años de forzada contención. Y vaya si lo hicieron, fue una masacre
total. Miles y miles de personas asesinadas en las calles, hogares destruidos,
medios de transporte condenados a no volver a funcionar nunca calcinados en
mitad de su último trayecto (donde
permanecerían durante años por venir)… Hasta que ya nadie se atrevió a
salir a la calle, los tanques
vigilando cada movimiento, cada luz que se encendía o apagaba…
Pasaron
meses de incertidumbre, de miedo e incluso de hambre. La Comunidad Europea (como ya
había hecho durante la dictadura
franquista) no se atrevió a inmiscuirse, quitando importancia en sus
comunicados a las “mínimas reyertas callejeras”. Como las empresas de telefonía
habían dejado de dar cobertura, ya no se podían mandar fotos a los medios de
comunicación extranjeros. Los bancos, claro, habían cerrado sus puertas, con lo
que cada uno tenía que sobrevivir con lo que tuviera en ese momento, volviendo
en la mayoría de los casos al trueque. El vacío de gobierno (los militares fueron incapaces de saber qué
hacer con un país sin dinero que se moría de hambre y poco a poco fueron
desapareciendo también del ojo público) dio lugar a todo tipo de
movimientos autonómicos de independencia,
ya nadie quería pertenecer a ese país arrasado por la corrupción y la
violencia. Ni siquiera se habló de elecciones o referéndums, simplemente se
fueron formando pequeños grupos de poder en torno a lo que anteriormente habían
sido comunidades autónomas, pero en algunos casos incluso en torno a provincias
o a municipios. Los siguientes en desaparecer fueron los canales de televisión:
las audiencias cayeron junto a las conexiones eléctricas y la publicidad…
¿Quién podía ya comprar algo? Lo mismo ocurrió con radios y periódicos. La
información, per se, dejó de existir. A la gente ya sólo le interesaba lo que
pasaba en su entorno más inmediato, en su pueblo o en su propio barrio. Como
los medios de transporte ya no funcionaban, la movilidad era muy reducida, ni
siquiera entraba gasolina en el país, con lo que hacer funcionar un coche se
convirtió en algo del pasado. Sus esqueletos calcinados o roñosos, se podían ver aparcados en cualquier
sitio, a veces en mitad de la calle, como monumentos absurdos a una civilización consumista que nos había
llevado a aquella situación.
Pero
poco a poco, la vida fue empezando un nuevo rumbo. La gente se moría (de cáncer, principalmente, ya que no había
tratamientos suficientes para semejante epidemia ni centros médicos donde
paliar el dolor) y la gente nacía. Sí, después de un par de años en los que
casi no habían nacido niños (por miedo,
principalmente, y por una bajada de libido generalizada), se empezaron a
oír de nuevo lloros de niños en las viviendas. Claro, que lo que también había
ocurrido fue una migración generalizada hacia el campo. Ante la falta de
alimentos, todo aquel que tuviera una casa fuera de la ciudad, en un pueblo o
cerca de la costa, había abandonado las urbes. Mucha gente también se echó al
monte y construyó allí viviendas de madera, de metal, de cartón, chabolas,
cualquier refugio que le permitieran sus medios o su pericia manual. Las
comunidades se fueron haciendo cada vez más pequeñas y se organizaban en torno
a equipos de trabajo. En cada una había gente que sabía trabajar la tierra,
algún médico, alguien que insistía en transmitir sus conocimientos a los niños (aunque esto cada vez tenía menor
importancia, lo importante era sobrevivir) y, desde luego, algún líder
carismático. De vez en cuando aparecía alguna pintada, algún grafiti sobre
alguna pared, a pesar de que cualquier tipo de manifestación artística estaba
prohibida, pero claro, tampoco había nadie que vigilase el cumplimiento de las
leyes.
Y
así llegamos al día de hoy. 5 de abril del año 23 d.c. En algún punto de toda
esta historia nos hemos hecho mayores. O casi. Eso los que hemos tenido suerte
de seguir estando aquí para contarlo. ¿Que dónde es aquí? Pues desde hace años
vivo en una casa como la que siempre quise, de planta baja y primer piso. Con
jardín. Claro que el tejado tiene agujeros por todas partes y las ventanas
dejaron de encajar hace tiempo. En realidad sólo pude trasladarme aquí porque
nadie más quiso meterse en una casa tan grande. Y porque había tantas viviendas
vacías que se podía elegir la que se quisiera. Como estoy en una colina, desde
las ventanas veo a mis pies lo que en otro tiempo fuera una ciudad prometedora.
Al fondo incluso se dejan ver los restos metálicos de aquel barco de titanio que
tanto hizo por esta ciudad. Hace mucho ya que no me acerco por allí, dicen que
una tribu de merodeadores se ha instalado en su interior y que no es muy
recomendable acercarse. En el jardín tengo un pequeño huerto del que me
abastezco y con el que consigo suficiente como para incluso hacer algo de
trueque. ¿Que a qué dedico mis días? Pues a pasear, a hablar con los vecinos
que forman nuestra pequeña comunidad, a recordar viejos tiempos. Finalmente me
he convertido en el viejo excéntrico que siempre supe que sería. Pero lo que
más hago es escribir. No quiero que todo esto se pierda, es importante que
alguien tome nota y pase el conocimiento de lo que pasó para que los que vengan
después no lo olviden. De hecho existe una pequeña posibilidad de hacer que
todo lo que he escrito en estos años llegue al extranjero, para que lo sepan
los demás, los de fuera. Hoy he recibido una carta que me ha dado esperanzas (aún existe un mínimo servicio de correo, no
muy fiable, no muy constante, pero a veces las comunicaciones llegan, viajan en
caballo de un lado a otro). Parece que está surgiendo un pequeño movimiento
revolucionario de nuevo, y una de las cosas que quieren hacer es llevar mis
textos afuera, al exterior, para que el mundo sepa por fin lo que ha pasado
aquí. Sólo hace falta que pueda ponerme en contacto directo con uno de ellos,
que se pueda acercar aunque sea hasta la costa, donde yo pueda ir andando…
Espero con ansiedad la siguiente notificación.
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