Bilbao,
año 7 d.c. (después de la crisis). Como ya hemos aprendido
del estado de la nación (de ciencia ficción, en plan: “en una
galaxia muy lejana había un país donde crecía miel en los árboles y todo el
mundo era feliz…”) que España va bien (parafraseando
al insigne señor Ansar que la hizo famosa y que tantos réditos ha dado al
partido en el gobierno) me embarqué este fin de semana en gastarme algunos
cuartos dedicado a la cultura, más
concretamente al teatro. OMG (Oh, my God!), se echarán algunos las
manos a la cabeza -¡qué dispendio, gastar en cultura, qué extravagancia, gastar
en teatro…! Y con los tiempos que corren…- No os preocupéis, ya sé que en este
país la
cultura es secundaria, que no se entiende como embajadora de un país ni tan siquiera
como industria, se maltrata, se graba con un IVA imposible y se difama. Pero yo opté por cultura en minúsculas,
por algo muy de moda hoy en día (muy
hipster, muy trendy, muy cool) que se llama Microteatro. Y lo de minúsculas no es peyorativo porque en realidad
significa “de pequeño formato”. Vamos, lo que ha sido un corto de toda la vida
en relación a un largometraje –“¿que no hay dinero para marcarnos un largo?, ¿que
nadie nos lo va a producir? Pues nos hacemos un corto”- Ahora, coges ese mismo
concepto y lo trasladas al teatro, cambias el escenario profesional o
independiente por las habitaciones de un hotel y ¡tachán! Habemus Microteatro.
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"El testamento de María" |
Si
hace unas semanas se me desencajaba la mandíbula en el señor de los teatros de
esta ciudad con la magnavillosa Blanca Portillo interpretando a una Virgen María anciana arrepintiéndose de
muchos momentos de su vida en un desgarrador monólogo de casi dos horas (“El testamento de María”, claro que la
dirección era de Agustí Villaronga,
maestro engoyado del cine español),
esta vez me tocó sentarme a una cama de distancia de una pareja de lesbianas
que discutían si aparecer en la reunión del colegio católico de su hija donde
se reclama un padre, o asistir divertido al proceso de depilación de una actriz
contorsionista que se queja de la esclavitud de la mujer ante las exigencias de
una sociedad que las quiere así, guapas, limpias, depiladas, disponibles… Era
la noche anterior al Día Internacional
de la Mujer Trabajadora (algún día dejarán de ser
necesarios los “Días Internacionales de…”) y esta primera muestra de
Microteatro hacía
el énfasis en “la igualdad de mujeres y hombres”. Y es que de todo te podías encontrar en una
sucesión de microrepresentaciones de lo más asequibles que se repetían durante
cuatro horas (ocho obras en total, cuatro
amateur a 2€ cada una y cuatro profesionales a 4€). Llegabas a la recepción
del bar del Hotel Ercilla y te
recibían unos divertidos maestros de ceremonias con mendigosales de diseño que
entretenían la espera hasta que te llamaban para acudir a la habitación donde
se representaba tu obra elegida.
Y
así acabé a dos palmos de la mismísima Pasionaria.
Sí, como lo oyen, a esta distancia estuve de esa mujer legendaria en la
historia política reciente de nuestro país, la hija de mineros de aquí al lado,
la primera mujer en tener asiento en el Parlamento (que nunca llegó a ocupar por la guerra y que, ya en democracia,
ocuparía a modo simbólico, recuerdo el aplauso cuando entró anciana a sentarse
allí con el orgullo de toda una vida de lucha). Y es que las habitaciones
de un hotel tampoco dan para más… si los que la ocupan son más de diez personas,
claro. Todos éramos público boquiabierto de esta estupenda escenificación de
menos de 15 minutos de una noche en la vida de la Pasionaria allá por el año
1936 (“CTRL-C. 1936 / CTRL-V. 2015”),
en la que intenta acabar un discurso para el día siguiente con el que no
menospreciar el papel de la mujer en esa guerra salvaje que nos hundió en la
miseria moral y económica de las que aún no hemos conseguido salir. Le ayuda su
amante, mucho más joven que ella, y juntos se enfrentan a los prejuicios de una
sociedad que abarcan por igual a izquierdas y derechas. Verdadera total la
interpretación de la murciana Brígida
Molina, cuyo físico de otra época absorbe por completo la personalidad de
la luchadora comunista de Gallarta. Y estupendo también su compañero Xabi Ortuzar, real, cotidiano, tierno y
sexy a la vez. Me quedé con ganas de saber más de esta pareja, de continuar con
ellos la historia para ver en qué acabó su discurso, en qué acabó su amor. Un
pedazo de teatro que, por ser micro, no desmerece para nada del arte que
representa. Ojalá su autor, Chema
Trujillo, pueda continuarlo, convertirlo en largo para los escenarios o
para la pantalla grande o pequeña, pero que nos deje saber más de ellos.
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Dolores Ibárruri "La Pasionaria" |
Al
salir de la habitación no pude más que decirles a los actores lo genial que
habían estado. Y me fui imaginando qué pensaría la Pasionaria ahora si
levantase la cabeza y viera que toda su lucha, que tanto esfuerzo, tanta sangre
y sudor y lágrimas han quedado en esto. En un Microteatro, en un país de
microideas y microvidas donde los políticos no llegan ni a micro y el pueblo se
escandaliza inmóvil ante la que nos ha caído encima, al ver que finalmente nos
la han clavado sin disimulo, sin ni siquiera un poco de lubricante. Para seguir
ganando ellos, los de siempre, los que nos devoran.