Año 1
d.c. (durante la crisis -de la Covid). No sé si os habré contado
alguna vez lo mucho que me ha gustado siempre Viggo Mortensen. Sí, está
claro, es el prototipo nórdico, rubio, guapo y con ojos azules. Es verdad que cuando
empecé a verle en películas como Crimen Perfecto o Psicosis (remakes,
malos, de los clásicos de Hitchcock) solo me fijaba en eso. Luego
llegó El señor de los anillos y poco a poco me empezó a parecer
mucho mejor actor de lo que vaticinaba. Entonces leí varias entrevistas, me
enteré de su pasado argentino, de lo bien que hablaba español (siendo yo mismo
entre otras cosas profe de castellano, eso siempre me impresiona), pero
además aprendí que también era artista, fotógrafo, poeta y no sé cuántas cosas
más. Y ahora, tras haber visto su estreno como director de cine -Falling-,
ya mi admiración se convierte en idolatría.
Porque,
en esta maravillosa, poética y altamente recomendable película, Viggo
Mortensen no solamente dirige, sino que además es uno de los dos protagonistas
principales, cuyo personaje (en distintas edades) está casi en cada
plano. Y al leer los títulos de crédito, tras esa maratón emocional de
contención que es esta historia, me entero de que también ha escrito el guion
(siendo yo también guionista, entre otras cosas, repito, pues os podéis imaginar…),
ha producido el film y… ¡Hasta ha compuesto la banda sonora! Un
auténtico hombre orquesta. Y todo esto así, sin darse mayor importancia, sin
aparecer por ahí haciendo alardes de ego (como hacen muchos en su profesión).
Más bien todo lo contrario, construyendo siempre su persona pública de una
manera suave, discreta, casi secreta. Porque no sé si sabréis que lleva años
viviendo en Madrid con la también actriz Ariadna Gil. Pero, ¿les
habéis visto aparecer por ahí haciendo gala de superpareja? Pues no. Pues eso.
Falling es
una historia seca -a pesar de la poesía que lo invade todo- precisamente por
esa contención de sentimientos de la que hablaba. Viggo interpreta al hijo gay
de un granjero americano (Lance Henriksen de mayor, Sverrir Gudnason de
joven, dos maestros de la interpretación a los que no conocía) más que
difícil, porque lo tiene todo: es tirano, sexista, xenófobo, homófobo, salido, maleducado,
enfadado con el mundo y consigo mismo e incapaz de mostrar sus sentimientos. Y
encima está perdiendo la cabeza al final de su vida. O sea, el típico personaje
al que te apetece dar un buen puñetazo al de poco de empezar la película. Sus
hijos (Viggo y una -exquisita como siempre- Laura Linney en su versión
adulta y unos estupendos niños actores en la versión infantil, e iba a decir
más frágil, pero los adultos tampoco están exentos de esa fragilidad)
intentan lidiar con esta desquiciante personalidad en una continua batalla interna para no estallar y poner sobre la mesa todo el sufrimiento que les ha
causado a lo largo de sus vidas. Y para más inri, el marido de Viggo es de
origen oriental, su hija es hispana y los hijos de Linney no se quedan cortos:
uno tiene el pelo azul y la otra está cubierta de tatuajes y de piercings. El
show está garantizado. En otras manos este drama se hubiese regodeado en
discusiones de alto voltaje, en escenas que dieran a sus protagonistas ese halo
de “gran diva” que a muchos actores de Hollywood tanto gusta. Sin
embargo, Mortensen se decanta por el minimalismo expresivo en todo momento (menos
en uno, claro, tiene que haber un climax). Por ejemplo, la única -e
intensa- escena con la hermana, es un manual del menos es más, de la retención,
de la moderación: Linney intenta mantener todo el tiempo un optimismo y una
brillante sonrisa que todos intuimos que en cualquier momento puede
transformarse en sollozo. Incluso Viggo, en su representación (excelsa)
de un hombre gay adulto que está empezando a hacerse mayor, minimiza los manierismos
y la relación con su marido y su hija fluye sin artificios. Seguro que en algunos
círculos criticarán que haya protagonizado él mismo la película en lugar de
elegir a un actor que sea gay en la vida real. ¡Qué aburrimiento de
discusión! Por favor, si son actores, la esencia de su profesión es
representar ser lo que no son desde las grandes tragedias griegas…
Así
que ya tenemos otro nuevo Leonardo (da Vinci), otro Durero,
hombres renacentistas que lo mismo te pintaban un retrato que se inventaban una
perspectiva o una máquina para volar. Viggo Mortensen toca muchos palos
diferentes pero todos con arte, con sensibilidad y honestidad. Una excusa
perfecta para volver a las salas de cine. Que son seguras, que os
están esperando, que la cultura sigue existiendo y nos sigue necesitando
a tod@s. Y nosotr@s a ella. Porque sin cultura no somos nada.
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