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Auténticos precursores |
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Radio Futura en su apogeo |
Esta
vez es imprescindible empezar con la banda sonora: “Divina” de Radio Futura… No os perdáis lo
guapísimo que estaba Santiago Auserón
(y cómo bailaba… Es tan joven que hasta
duele). Me imagino que ya sabéis que esta canción se la dedicaron a Alaska, que para entonces era ya todo
un icono.
Y es
que os había dejado justo justo cuando la modernidad ochentera entró en mi
vida. Y claro, algo tenía que cambiar en mí, así que empecé con el pelo, que
era lo primero que un moderno de la época se cambiaba. Me di unos reflejos
rubios espantosos que más parecían tiras de cuerda extendidas por mis sienes
hasta la media melena ochentera que empezaba a crecer por detrás. El flequillo,
claro, largo y decolorado. Y por arriba… ¡volumen, que no falte el volumen! Vamos,
un cuadro. Pero un cuadro que me acercaba mucho a mis ídolos de Duran Duran o Spandau Ballet.
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Duran Duran |
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Spandau Ballet |
Todos
queríamos ser “Wild boys”, como ellos. Así que en mi vida entraron las
hombreras, las chorreras, guardapolvos, broches y pañuelos anudados por todos
los sitios… Pero sobre todo, volumen, mucho volumen. El otro día mi amigo de
correrías de la época, Josu, me recordaba cómo éramos capaces de salir un
sábado noche con un bote de laca en el bolsillo para no perder en ningún
momento ese preciado volumen hacia arriba, ese pelo pincho extendido hacia
todas las direcciones posibles… Recuerdo que usábamos todo lo que el mercado
ofrecía para conseguirlo: gomina, espuma, laca,
cerveza (muy buena si alguna vez te
encuentras en la situación en que necesitas gomina y no la tienes a mano…),
cola de pescado (lo usaba nuestra
compañera punki de universidad y os aseguro que yo la vi levantarse por la
mañana con una cresta de casi medio metro perfecta) y hasta mostaza le
llegamos a poner una noche a una amiga en el pelo, porque lo tenía tan lacio la
pobre que no había nada que lo sujetara, así que probamos con lo que teníamos
en la mesa del local… Y claro, no funcionó, sólo se lo puso grumoso y… bastante
oloroso. Y así me enteraría de que, por
fin, ya era miembro de una tribu urbana: la de los Nuevos Románticos. Mi amigo Josu sin embargo era más de los
siniestros y siempre le comparaban con Robert
Smith de The Cure.
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The Cure sonaba siempre en el Gaueko |
La
de veces que habremos bailado esa canción en el Gaueko, local nocturno alternativo por antonomasia al que ningún
sábado noche faltábamos. Nos encantaba su toque cutre posmoderno (en aquella época todo era posmoderno, si no
eras posmoderno mejor ni te levantabas de la cama), con los inodoros y los
lavabos pegados por las paredes de azulejos blancos por todo el bar. La música
era muy buena, desde luego The Cure era uno de los favoritos. Y claro, allí se
daba cita toda la modernidad realmente alternativa del momento en Bilbao, en
pleno Casco Viejo. Y allí nos
encontrábamos con la mitad de nuestros compañeros de facultad, porque tampoco
había tantos sitios a los que pudieras ir… Y además era el paso previo a subir
las escaleras de Solokoetxe para
llegar al Txoko-Landan. Era nuestro
sitio favorito de la noche. No tenía ningún tipo de pretensiones, pero había
que pasar el visto bueno de un portero que te abría la puerta, más que nada
porque como era el único sitio de todo Bilbao que se significaba como local gay (de
hecho era el centro de la asociación gay de Bizkaia) tenían que evitar
posibles problemas (por aquel entonces la
mayoría de locales gays funcionaban así, llamabas a un timbre, un portero te
abría la puerta, comprobaba que no ibas a dar problemas y te dejaba pasar).
Y dentro… Dentro todo era fiesta.
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Alaska y los Pegamoides, con Ana Curra, Carlos Berlanga, Nacho Canut..., jóvenes, rebeldes... |
“Bailando”
era como pasábamos el tiempo en el Txoko-Landan. Allí bailábamos todos, gays y
heteros, travestis, lesbianas, guapos y feos, jóvenes y mayores (para nosotros cualquiera de más de 25 lo
era…), borrokas o apolíticos… Y no bailábamos sólo los últimos hits del
momento, sino que lo mismo te ponían a Rafaela
Carrá o a Massiel que a Marlene Dietrich cantando “Lili
Marlene”, canción con la que cerraban siempre a las 3 de la mañana y que Josu y
yo salíamos a bailar a lo agarrado (cuando
oíamos las primeras notas nos buscábamos por el local y, aunque estuviéramos
cada uno a lo suyo, acudíamos fieles a nuestra cita), cosa que no era muy
habitual entonces, la gente llegaba incluso a aplaudirnos, y desde luego, se
pensaban que éramos novios (que nunca lo
fuimos, por cierto, y por eso seguimos siendo tan amigos).
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Modern Talking |
Después
la noche transcurría por lugares menos originales, el bar de la Otxoa, que ni me acuerdo cómo se
llamaba, y donde de portero estaba el guapo hermano de uno de mis novios… Pero
fuéramos donde fuéramos, siempre había que acabar en el Distrito 9, cuya pista dividía el local entre la parte gay y la
hetero. Era bastante aburrido y estaba lleno de “divinas” que no pertenecían a
ninguna tribu y que ni siquiera trataban de ser modernas… Aunque alguna la
había, como La Eléctrica (todo un
personaje, ¿qué habrá sido de él?) o La Duquesa… ¡Qué malos éramos! A saber
cómo nos llamarían a nosotros… La música allí solía ser mucho más horrenda,
tipo Modern Talking, y cuando
alguien intentaba ligar contigo (que era
siempre quien no te interesaba, claro, eso nunca cambia, ni entonces ni ahora,
ni gay ni hetero) pues el glamour me impedía no pedir otra cosa que no
fuera… ¡una copa de champán! ¡Pero qué hortera! ¡Y qué resaca!
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The Communards
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Para
entonces ya habíamos hecho nuestro primer viaje a Londres (paso obligatorio de cualquier moderno que se preciase) y todos en
la facultad (o casi todos) estábamos
imbuidos de una cierta moda seudo proletaria ochentera, tipo The Communards (con Jimmy Somerville a la
cabeza), Culture Club (liderado por Boy George), Fine Young
Cannibals (con el atractivísimo Roland Gift al frente)… Vestíamos
con camisas atadas hasta el último botón a modo de trabajador japonés, vaqueros
anchos doblados hacia arriba, doc martens, rasurados desiguales,
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Culture Club |
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Fine Young Cannibals |
camisetas
blancas… Y nos deleitábamos con películas como “Mi hermosa lavandería”, del gran Stephen Frears (recuerdo
haberla visto en versión original, doblada al castellano e incluso al euskera),
que nos descubrió a un jovencísimo y guapísimo Daniel Day Lewis, “Elígeme”,
del maestro indie Alan Rudolph, o la
maravillosa (incluso hoy) “La ley del deseo” (por mucha antipatía que el Almodóvar
de hoy me produzca). Además, como era menester en el tiempo, viajábamos
religiosamente una vez al año a Madrid para asistir a ARCO, la feria
internacional de arte (quién me iba a
decir que acabaría viviendo allí casi 15 años y que me compraría mi primera
vivienda en su centro). Allí me crucé por primera vez con Eusebio Poncela, mi héroe de “La ley
del deseo” (años más tarde le
entrevistaría, ¡qué decepción!) y siempre veíamos a una pareja
espectacular, dos chicos altísimos y modernísimos, los dos con melena larga,
uno rubio y otro moreno… Luego aprendería que se trataba de Las Costus, una pareja de artistas que
representaron la Movida como nadie y que murieron trágicamente (de amor). Fueron la primera pareja gay
que vi, y me pusieron el listón (de
modernidad y de amor) muy alto.
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Maravillosa escena de "La ley del deseo"
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Lesley Ann-Warren y Keith Carradine en "Elígeme"
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http://www.youtube.com/watch?=uPudE8nDog0
Estos
viajes a Londres o a Madrid nos ponían al día en tendencias,
nos ayudaban a encontrar esas gorras que nadie vendía en Bilbao y, sobre todo,
nos ayudaban a mantener el espíritu de modernidad que en nuestro pueblo de la
margen izquierda escaseaba (de hecho, a
nosotros, nos conocía todo el mundo por nuestras pintas, incluso se daban la
vuelta a mirarnos y nos señalaban). Pero la facultad de Bellas Artes era otra cosa. Allí
campaban a su aire posmodernos, nuevos románticos, punkis, rockabilies,
siniestros, borrokas, hippies aún sin reciclar, modestos, damas victorianas,
geishas, muñecas de porcelana, modelos subidas de peso, modelos subidos de
erección… Había muchas fiestas (las
mejores las inauguramos nosotros, incluso establecimos la entrega de premios de
los “Manolo”, parodia de los Oscar), encerronas (empezamos la carrera con una encerrona de 15 días en el aula magna y
una huelga de 4 meses), ocupaciones (el
antiguo Museo de Bellas Artes), manifestaciones, pancartas... Pero sobre
todo mucha locura. Siempre recordaré a mi amiga Mª Mar (todo el mundo la conocía porque se dedicaba a cantar ópera por los
pasillos de la facultad) con la mitad del cuerpo sacado por la ventanilla
del 2 caballos del compañero que nos
bajaba al pueblo al final del día, metiéndose a gritos con todos los que hacían
dedo y lanzándoles obscenidades ante sus caras de asombro… O María la punki
ofreciéndose a robarte el material que necesitaras para la siguiente clase de
pintura a un precio más que módico. O las bajadas a la playa nudista para sacar
fotos para los trabajos de clase, con más de seis personas en cada coche
gritando a las viejas por la carretera…
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Obra de Costus protagonizada por Alaska |
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Las Costus |
Pero
también recuerdo las tardes de charlas interminables tras las clases de la uni
en el Bizitza, sentados en la parte
de arriba, en las mesas de mármol, criticando las exposiciones… No teníamos ni
idea de lo que nos iba a traer el mañana (hoy
ya el ayer) y tampoco nos recuerdo particularmente preocupados por el tema,
a pesar de la crisis de la reconversión industrial, de la falta de trabajo, de
las peleas diarias de los trabajadores de Euskalduna
contra la policía en el puente de Deusto…
El Casco Viejo se reconstruía
después de las salvajes inundaciones del
83, pero a pesar de ello todo Bilbao estaba cubierto por una patina gris,
de contaminación, de lluvia, de niebla, de industria… Las fachadas de los
edificios señoriales no se podían ni apreciar de tanto gris que las inundaba, y
el espacio donde hoy se ubica el Guggenheim
era una tierra de nadie, antiguos muelles desocupados por donde campaban a sus
anchas yonkis y quinquis de la peor calaña… Y de paseos por la ría ni hablar. El
agua era de color caldoso, olía y era mejor evitarla, de hecho, recuerdo el Campo Volantín como un paseo triste,
que intentaba evitar la mirada a la ría… Pero si hay algo que recuerdo siempre
con intensidad es esta canción, “La chica de ayer”, de los inmortales Nacha Pop. Para mí simboliza la década,
con todo lo bueno y lo malo. Me retrotrae particularmente a una tarde de lluvia
bajando de la universidad en la tartana de mi amigo Álvaro (una de esas amistades perdidas que, aún a veces, echo de menos).
La batería se agotó, como siempre, tuvimos que salir en mitad de la lluvia para
intentar repararlo con unas ¿pinzas? (mis
conocimientos de mecánica y mi memoria fallan). Nos empapamos, claro, pero
eso no nos evitó bajar al Bizitza, para otra tarde de filosofía con los colegas
del momento. Algunos lo siguen siendo.
Y
hasta aquí llega mi rememoración de hoy de los 80. Quizá algún día profundice
en el tema. Claro, si es que mañana no se acaba el mundo. El caso es que hoy me
enteraré de si he ganado la lotería de la semana, pero puede que nunca consiga
cobrarla (sería irónico). Y llegados
a este punto no puedo dejar de acordarme de un corto magistral de Antonio Mercero (antes de "Verano azul"), “La Gioconda
está triste”, en el que el fin del mundo llegaba porque la gente se había
olvidado de sonreír e incluso la Gioconda había perdido la sonrisa.
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Los políticos y banqueros consiguen que hasta La Gioconda esté triste... |
Que
no nos pase lo mismo. No dejemos que estos criminales que nos dirigen se queden
con nuestras sonrisas. Sigamos luchando y sigamos sonriendo. Porque si mañana
llega el fin del mundo, acordémonos de los 80 y que nos quiten lo bailao.
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Adam Ant, mi icono de la época
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Siouxsie Sioux, la Campanilla punki
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Los Electroduendes
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