domingo, 12 de agosto de 2012

No sin mi pasaporte


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Una estrella en Ammán
Me queda menos de una semana en el Cercano Oriente. Y la verdad que no puedo esperar para llegar y besar suelo bilbaíno. Así, como el papa (con minúsculas, como se merece). Y eso que en la última semana he visto algunos de los sitios que hacen que merezca la pena visitar este país. Recordaréis que hacía casi dos meses que no veía a mi marido y que venía a visitarme. Desde luego fue un feliz encuentro. Nos fuimos a Petra, uno de esos enclaves que debería ser considerado como una de las maravillas del mundo, realmente impresionante. No os puedo deleitar con las fotos que sacamos porque se están revelando… (¿Recordáis cuando volvíamos de las vacaciones y teníamos que esperar una o dos semanas a tener las fotos reveladas? ¡Cómo progresamos en algunas cosas…! Y mientras, alah, venga a perder derechos civiles…) En realidad la cámara acabó en la maleta de mi marido cuando se volvió a Inglaterra, así que tendréis que esperar a mi regreso para poder verlas en mi próxima entrega. Sólo os puedo decir que es para quedarse con la
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La Ciudadela de Ammán
boca abierta. Igual que lo es la experiencia de conducir por las carreteras de Jordania, sobre todo por la ciudad o intentando entrar y salir de ella. Tienes que usar todos los sentidos para evitar un accidente. Aquí la gente conduce mientras habla incesantemente por el móvil o incluso contesta sms o comprueba su email. A ello se une una idea generalizada de que las señales de tráfico son orientativas, los intermitentes son aleatorios (da igual para la derecha que para la izquierda) a la vez que voluntarios (los usas… si te da la gana), es lícito cambiar de carril en cualquier momento, en las rotondas puede más el que más empuja y los peatones pueden lanzarse a la carretera en cualquier punto porque no hay pasos de cebra y las aceras se acaban cuando se acaban (o son interrumpidas por arbustos y matorrales). Vamos, que esto se convierte en una carrera de obstáculos más que en un caos circulatorio. Nos vimos en situaciones tan surrealistas como tratar de avanzar en un atasco en el que a la vez que un camión se te echa encima porque viene marcha atrás desde un aparcamiento sin señalizar, otro coche sale de repente sin mirar a los lados porque el conductor va leyendo su móvil y el de más adelante decide abrir su puerta de golpe frente a ti… A todo esto varios peatones se abalanzan casi encima de tu coche y tú te sientes como el protagonista de un videojuego macabro… En fin, no recomendable, sobre todo sin GPS en un país en el que la mayoría de las señales nunca las entenderás porque están en árabe y donde nadie conoce los nombres de las calles. Ni los taxistas. Así y todo fue un descanso de las tensiones del montaje. Eso sí, en ningún momento dejé de llevar el pasaporte en el bolsillo, sentirlo allí me da una sensación de seguridad. Y antes de explicaros el porqué os voy a dejar la banda sonora de esta entrada. Se trata de un tema de Moby que, sorprendentemente, a mí siempre me ha dado mucha marcha:

 
Desde que llegué a Oriente Próximo el pasaporte se ha convertido en mi posesión más preciada. Me explico. Las primeras semanas que pasé en los territorios ocupados de Palestina, me acostumbré a la idea de que (como ya os he contado) varias veces al día tenías que pasar por un checkpoint (os adjunto una foto para que veáis lo mucho que se
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Checkpoint de carretera
parecen a los peajes de autopista, aunque luego los hay mucho más cutres cuando están hechos para peatones y se llenan de colas por la mañaa de la gente que intenta ir a trabajar al otro lado de su propia tierra…) lo que suponía tener siempre el pasaporte a mano, pues era nuestra única manera de que nos dejasen en paz. Durante los días del rodaje, siempre antes de dejar el hostal de la “granny” y mientras ella salía a la puerta a ofrecernos aún más huevos para el desayuno, nosotros nos preguntábamos unos a otro: “¿Llevas el pasaporte?” Y aunque todos sabíamos con certeza que estaba en nuestros bolsillos, así y todo comprobábamos que sí, que era cierto, que nadie nos lo había robado a lo largo de la noche y que no se nos había caído debajo de la cama mientras nos vestíamos. Porque no había nada que nos preocupara más que llegar al jodido checkpoint y tener el pasaporte en la boca cuando el antipático soldadito (o soldadita) de turno nos pidiera con acento parecido al francés (no me preguntéis por qué):
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Soldaditas en entrenamiento
“Paggssport?” En este punto habría que aclarar que viajábamos en un 4x4 con matrícula diplomática jordana, con lo cual por lo general no nos daban muchos problemas. Los pasaportes españoles eran nuestro segundo salvoconducto. Pero es que, aparte de los tres bilbaínos que encabezábamos el equipo, el técnico de sonido y el coproductor eran palestinos (con pasaporte israelí pero con restricciones, ya os expliqué lo complicado que era todo). Si la que conducía era Raquel (rubia y con ojos azules) generalmente no nos pedían mucho más. Si el que conducía era Ossama (moreno, con barba y ojos oscuros), a pesar de su aspecto de español, en cuanto abría la boca se daban cuenta de que hablaba hebreo con acento palestino (o sea, árabe). Y ahí sí, empezaban las preguntas: que qué hacía con los españoles, que de dónde veníamos, que adónde íbamos… Claro que a todo esto, Ossama, muy acostumbrado a lidiar con estos tragos desde su más tierna infancia, se hacía pasar por el estereotipo que los israelíes tienen de los palestinos, o sea, que son tontos. Así que a la pregunta de “qué hacía con nosotros” respondía con un “ganándome la vida”. A “de dónde venís”, con un abstracto “de por ahí…” Y a “adónde vais”, respondía lacónicamente con un “hacia allá”, haciendo gestos de lejanía con obtusa dejadez. Vamos, como que fuera idiota. A todo esto tenéis que recordar que el
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Y los soldaditos en todas partes...
capó del coche iba lleno hasta arriba de material de cámaras, luces, sonido, etc., debidamente cubierto para que no se viera a primera vista. Si decidían abrirnos el coche, podíamos pasar horas intentando explicar qué hacíamos con todo aquello, particularmente cuando nosotros tres teníamos visado de turistas y no podíamos trabajar en el país (ocupante). Y evidentemente tampoco podíamos contarles a los soldaditos (y soldaditas) israelíes, que estábamos rodando un documental sobre los maltratos del ejército israelí a los niños palestinos… Me da la impresión de que no hubiéramos salido muy bien parados. Así que toda nuestra obsesión era que no nos parasen en los checkpoints. Y claro, para pasar por turistas españoles nada mejor que poner flamenquito a tope en el coche… No estaba mal el ardid y nos sirvió. O al menos hasta el último día.
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Mercado en zona israelí

Habíamos pasado ya diez días de rodaje, de madrugones, de aguantar grabaciones al sol, de escuchar historias auténticamente lacerantes de pérdida de derechos humanos (todo llegará, sólo hay que darle más cuerda a Rajoy…), de comer muchos huevos en el desayuno, de ser recibidos por la amabilidad palestina y de pasar muchos checkpoints diarios, con la antipatía que parece caracterizar a los israelíes, esperando que no nos abrieran el portaequipajes… Y la verdad que tuvimos bastante suerte (dicen que en los últimos tiempos están muy tranquilos, hace dos o tres años esto no hubiera sido tan fácil), hasta el último día de rodaje. Nos habíamos levantado muy pronto porque la primera entrevista la teníamos muy temprano y habíamos tenido un día completo en el que nos recorrimos las tierras palestinas de arriba abajo, sólo parando escuetamente para comer. Todo había salido sobre ruedas, más o menos (tan sobre ruedas como una producción de bajo presupuesto con el tiempo ajustadísimo puede salir). Eran las 8 de la tarde y nos dirigíamos hacia nuestra última entrevista en Jerusalén. La cita era a las 9 e íbamos bastante bien de tiempo. Pero al llegar al checkpoint vimos que ya habían parado a una de nuestras anteriores entrevistadas (representante de la Unión Europea). Así que cuando nos pararon a nosotros hicimos como que no conocíamos a los del coche de delante. Pero esta vez sí que nos pararon. Trajeron perros y nos pidieron que vaciáramos el coche. Todos fingiendo infinita tranquilidad fuimos llevando el aparatoso equipaje hasta el detector de metales. Claro, os podéis imaginar, cables, cámaras, micrófonos, pértigas, focos, adaptadores de todo tipo, vamos, lo que cualquier turista lleva habitualmente en el capó de su coche. Nos trataron con cierta amabilidad teniendo en cuenta lo que podía haber sido aquello. Tardamos lo suyo, pero no nos cosieron a preguntas como temíamos. Quizá fue porque Carlos, el dire de foto, no calló ni un solo momento, hablando de fútbol con el soldadito que nos estaba registrando el material. En este punto he de aclarar que desde mi llegada me sorprendió la obsesión palestina e israelí por los dos equipos estrella españoles, el Real Madrid y el Barça. Todo el mundo te preguntaba a cuál pertenecías en cuanto sabían que eras español. Y claro, yo la verdad, con lo inclinado al fútbol que soy, no podía especificar que mi favorito es Beckham, pero no precisamente por su habilidad con la pelota (en singular, ¿eh?).
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Incluso entre israelíes hay buenos mozos...
Total, que salimos de allí con tiempo suficiente para llegar a nuestra última entrevista, la que clausuraría el rodaje. Lo que no nos podíamos imaginar es lo que nos contó el técnico de sonido. Parece ser que para aliviar las tensiones y el cansancio del rodaje, siempre llevaba consigo una china de costo. Pero claro, bajo la ley israelí te puedes pasar una buena temporada a la sombra sólo por ese pequeño detalle. Así que en cuanto vio que se acercaban los perros, no dudó un instante y se la tragó. A todo esto, nadie nos habíamos percatado de esta línea secundaria de la trama mientras ocurría. Pero el ataque de risa dentro del coche fue general. Sobre todo porque aún teníamos una última entrevista que hacer y, como os podéis imaginar, el sonido en una entrevista es “ligeramente” importante. Os lo creáis o no, todo fue como la seda. La periodista a la que entrevistábamos era española, muy maja, y vivía en una casita muy mona en el centro de Jerusalén (en un barrio que hace décadas también fue robado a los palestinos, claro). Y aparte de un momento de la entrevista en el que comentó: “Perdona, pero ¿la pértiga del micro no debería estar dirigida a mí en vez de hacia la puerta…?” Todo lo demás fue muy bien. ¡Y la entrevista se oye incluso mejor que las otras…! Parece que el sistema digestivo de nuestro técnico de sonido estaba más que acostumbrado a sustancias ilícitas… ¡Bendito!
 
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Guardia en la Ciudadela de Ammán
Y hasta aquí han llegado mis andanzas en el Próximo Oriente. En estos momentos me encuentro en mi querido Books Café (por casualidad parte del montaje lo hacemos en la Royal Film Commission, que se encuentra justo enfrente), que sigue siendo uno de los únicos sitios donde comer algo antes de las 8 de la tarde. Recordad que aquí aún es Ramadán. A mí me quedan sólo seis días en Jordania y ya me parecen demasiados. No puedo decir que lo echaré de menos porque cada uno está hecho para una tierra. Y la mía es claramente verde, tiene montes y está cerca de la playa. Aunque llueva. Y aunque nos miremos demasiado el ombligo. Así que aviso, llego el día que empieza la Aste Nagusia en Bilbao. Marijaia, prepárate, que tengo muchas ganas de ti…