lunes, 21 de noviembre de 2016

Nosotras, mujeres de Euskalduna


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). El sábado, en Zinebi (Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao) me llegaron noticias de unas mujeres luchadoras (lucharon antes y seguro que lo siguen haciendo ahora, en su día a día). Nadie se acordaba de ellas, nadie les había dado unas palmaditas en la espalda, nadie les había hecho un homenaje por su labor. Hasta ahora. Porque ahora ya lo tienen, ahí, en la pantalla grande, en forma de documental. Se llama: “Nosotras, mujeres de Euskalduna”.



Hace muchos años (o quizá no tantos) el Guggenheim no había sido ni siquiera soñado. Bilbao era una ciudad gris, sucia, cubierta por una nube de contaminación que afeaba el Botxo. Las fachadas de todos los edificios estaban escondidas tras una capa de grima, llovía incesantemente (más que ahora, mucho más que ahora), la ría era una inmundicia de desperdicios tóxicos color marrón chocolate y por la noche había una lluvia de microscópicas partículas metálicas. Y es que la industria lo ocupaba todo, estaba por todas partes, rodeaba la ciudad y se introducía en su tejido vertebral. Si encima del Casco Viejo se encontraba la Fábrica de Echevarría y donde ahora está el BEC respiraba hondamente Altos Hornos de Vizcaya, a dos pasos del Sagrado Corazón se hallaban los Astilleros Euskalduna. Sí, de ahí el nombre del Palacio que lo recuerda. Las nuevas generaciones no han conocido ese Bilbao y quizá se piensen que esto ha sido siempre una ciudad limpia y llena de luz. Pero el pasado no hay que olvidarlo.

 

Porque en aquel mundo gris, a pesar de todo lo anterior, se escondía una ciudad muy viva, donde además, se respiraba una estabilidad especial (sólo en ciertos aspectos, claro): había trabajo, mucho trabajo, que pasaba de generación en generación y parecía que nunca se iba a acabar. Hasta que un día la alarma roja saltó: iban a cerrar Euskalduna. Corría el año 84, una época en la que los trabajadores y los sindicatos todavía luchaban por sus
Araitz Rodríguez y Larraitz Zuazo
derechos. Y luchaban hasta el final. Fueron años duros. Euskalduna fue la primera, pero las demás siguieron pronto su camino. Hoy ya no queda ninguna. Lo que sobrevive es el recuerdo de una gente que se sintió expoliada, atacada en lo que pensaba que iba a ser su vida para siempre. Y no fueron sólo los obreros. Fueron también sus mujeres, sus hijas, sus madres, sus hermanas… Y de ellas se ha acordado este documental dirigido y guionizado, claro, por otras dos mujeres: Araitz Rodríguez (hija de uno de los trabajadores de los astilleros y de una de las protagonistas de esta historia) y Larraitz Zuazo. Producido desde el mismo Zinebi, han participado la UPV y EiTB. 

Nosotras, mujeres de Euskalduna” es un documental sentido, sacado de las tripas de 9 mujeres (las dos creadoras y sus siete protagonistas) de una manera elegante, como las historias bien contadas, con sus silencios, sus miradas a cámara, algunas lágrimas y voces quebradas, con testimonios que se conjugan con las conversaciones entre ellas, con imágenes de archivo que nos muestran aquellas manifestaciones y encerronas en las que tomaron parte. Nos muestran también aquellos famosos tiragomas que los obreros usaban como armas contra la policía que trataba de hacerlos callar y que se convirtieron en símbolos de su lucha. Los que vivíamos aquí entonces recordamos cómo atravesar el Puente de Deusto en aquellos tiempos era como pasar por un campo de batalla. Y estas mujeres valientes (entonces por luchar, ahora por contarlo) nos narran su punto de vista de la historia, su participación, cómo les afectó, cómo en algunos casos les cambió la vida. Aún es palpable la frustración que las dejó marcadas, cómo la herida sigue abierta para algunas de ellas, cómo la lucha obrera, el sangrante desmantelamiento industrial de Bizkaia (nunca especialmente aclarado) es como un tatuaje en su memoria.


Es un hecho que el papel de la mujer en la Historia (con mayúsculas) ha sido olvidado, borrado, extraído, disimulado, menospreciado, mancillado… Pero hoy en día, cada vez más, surgen iniciativas para tratar de recuperar su protagonismo en episodios concretos, en la Guerra Civil, en la Guerra Mundial, en la lucha obrera... Como ha hecho este estupendo documental. Cuando aparecen los títulos de crédito te llevas la impresión de que conoces un poco íntimamente a estas mujeres, aunque hayas compartido con ellas sólo una hora, pero has visto a través de sus ojos, has entendido la parte de la Historia que les tocó vivir. Y has admirado su fortaleza. ¡Qué preciosas algunas miradas! ¡Ya quisieran las Kidman, las Jolie, las Vergara tener esa realidad en los ojos!

domingo, 6 de noviembre de 2016

The Kills y GEoRGiA: un concierto-concierto, no un festival



Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Como ya tenemos gobierno y no podía ser más deprimente, entre muchísimas razones porque se intentará aplastar cualquier manifestación cultural a lo largo de los próximos 4 años, qué mejor que ahogar las penas en un buen concierto. Y digo concierto, para diferenciar a los amantes auténticos de la música en directo de los asistentes a festivales tipo BIME (leer mi crítica en el blog de Más Que Traductores) que se han convertido en un auténtico evento social, un “must” al que hay que ir para contarlo a los amigos a través de Facebook, Instagram, Twitter y demás: no importa si me dedico a hablar a grito pelado durante las actuaciones (¿perdona, estás dando la espalda a PJ Harvey para contarle bobadas a tu amigo? ¿A PJ Harvey?) o a fumar todo lo que quiera aunque sea un concierto en interior (¿¿¿estamos en el año 2016???).


Lo de anoche en el Kafé Antzokia (auténtico templo de la música en directo en la noche bilbaína) fue un concierto de los de pelo en pecho. Y lo digo así porque sus protagonistas principales fueron las féminas. Auténticas rockeras de espíritu post punky, tanto la cantante de GEoRGiA como la de The Kills. Potencias de voz y garra sobre el escenario en un show que podría compararse a las sesiones dobles del cine de antaño. Nunca mejor elegidas las dos partes de un concierto para casar a la perfección su energía y su música, ambas difíciles de clasificar.

GEoRGiA fue una auténtica sorpresa, ya que nada sabía yo de este grupo (en realidad la banda la compone la líder, Georgia Barnes, batería y vocales, acompañada en esta ocasión por otra mujer a cargo de los teclados). Sentada a su batería, con voz potente y una presencia que para nada necesitaba de guitarristas melenudos con vaqueros rotos para dejar claros sus radicales mensajes. La clasifican de post-grime pop, algo así como una prolongación británica del garage y el jungle que surgió a principios del siglo XXI. Esta ex jugadora juvenil de fútbol parece haber encontrado una vía para expresar su rabia más allá de la competición deportiva. Ella misma compone y produce sus temas seudo rap y los defiende con pasión (incluidos esos aullidos que ponen la piel de gallina). No sé si el público la conocía, pero al de unos minutos todos éramos fans de la garra de esta tía que parecía decirte desde detrás de su batería: “no te voy a pasar ni una”. ¿Alguien se acuerda de Rihanna o Beyoncé con su exagerada y ultrafemenina sensualidad? GEoRGiA está aquí para demostrar que de algo han servido varias décadas de feminismo: una mujer normal en el escenario, que pasa de poses y de falsos glamoures. Porque ella ha venido aquí a hacer música. Y lo demás sobra.

Y luego llegaron The Kills. Cuentan que los dos integrantes principales (Alison “VV” Mosshart y Jamie “Hotel” Hince) se conocieron en un hotel cuando ella le escuchó a él practicando la guitarra en el piso de abajo. Llamó a su puerta y el resto es historia. E historia es lo que hicieron anoche sobre el escenario del Antzokia. Un público entregado se desgañitó para cantar sus temas bailando sin parar. Claro que nadie pudo alcanzar los espasmódicos movimientos de Alison, que parecía querer parecerse a la replicante

interpretada por Daryl Hannah en “Blade Runner”.  Desde luego GEoRGiA había sido el calentamiento ideal para la actuación de The Kills. A su música se la describe como post-punk revival e indie rock, y viendo la fuerza de la actuación de Alison no pude evitar pensar en una de las aristócratas del pop grunge (por matrimonio) Courtney Love; pero de nuevo, sin ningún intento por su parte de apelar a la sensualidad. Más bien todo lo contrario, fuerza pura, convulsa y rockera, pero carismática y bien compaginada con los alardes guitarreros de su compañero. Se comieron el escenario y se ganaron al personal desde el minuto 1. El momento en que todo el mundo se puso a corear “Doing it to death” te hacía sentir que estabas en uno de esos macro concierto de los grandes vencedores de la escena musical. Ayer, desde luego, The Kills lo fueron. 


Y sólo así, disfrutando de muchos conciertos en directo, yendo a ver pelis en el cine, pasando por el teatro, viendo exposiciones y leyendo libros en papel (no son los actores los únicos que no pueden vivir de su profesión, como han publicado tanto últimamente los periódicos), podremos vencer a esta confabulación anticultural que ha vuelto a establecer sus posaderas (y sus cuentas bancarias) en el gobierno. 

martes, 11 de octubre de 2016

Sonata de un escándalo... en la ficción televisiva


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Sexo fuera del matrimonio, adulterio, ¿hijos ilegítimos?, cocaína, burdeles, alcohol, gángsters, clasismo, amores platónicos, obsesiones, mujeres psicópatas, represión, todo ello se da la mano en la nueva apuesta de la cadena pública por una ficción de calidad: “La sonata del silencio”, basada en la obra de la escritora Paloma Sánchez-Garnica. Se trata de una miniserie y, a diferencia del trato que se ha dado recientemente a otras del mismo formato, esta se emite semanalmente y en horario de máxima audiencia (aunque este sea ya a las 22.40).


Parece que últimamente a RTVE le ha dado por tratar de limpiar su reciente mala reputación (exactamente desde que gobierna el PP: informativos manipulados, quejas de los trabajadores, formatos con precios hinchados parac recompensar a los amigos, programas que aparecen y desaparecen de la parrilla…) con series de ficción de calidad que se dedican a revisitar el pasado. Si “El ministerio del tiempo(ya os hablé de ella en su momento) se ha convertido en serie de culto (uno de sus creadores, Javier Olivares, es también aquí guionista) y “Cuéntame cómo pasó” es la serie más longeva de la historia de esa cadena (a pesar de los casos de fraude en el pago de impuestos y su regusto por Panamá, que pusieron recientemente en peligro su supervivencia), habría que mencionar 

el éxito obtenido por “Águila roja”, así como el mal ojo al cancelar “El caso”, estupenda serie en la estela revival con un sentido del ritmo y los personajes muy bien situados en los años 60 (se agradecía incluso que el Madrid que reflejaba pareciese más el swinging London de la época) y unas tramas que nos han dejado con la miel en la boca a sus (al parecer) escasos seguidores. Thriller y sentido histórico mezclado con tramas sentimentales que hacían esperar cada capítulo con ilusión (algo que no ocurre muy a menudo en esta cadena).

La sonata del silencio” podría encuadrarse en la historia de RTVE entre las series que han adaptado obras literarias: de “Fortunata y Jacinta” a “La Regenta”, pasando por
No es Ava Gardner, sino Charo López en "Los gozos
y las sombras"
“Cañas y barro” o “Los gozos y las sombras”. Pero quizá se parezca más a “El tiempo entre costuras”. Material supuestamente creado para el público femenino, con glamour, caras guapas, enredos sentimentales imposibles, sentido histórico… pero todo contado con gusto y dentro de unos ambientes sofisticados que beben del cine de Hollywood de los años 30 y 40.

¿Que por qué me detengo a hablar de esta serie? Pues en primer lugar porque está muy bien hecha. La estética en encuadres, manejo de cámara y fotografía (picados y contrapicados, juegos de luces y sombras,  espejos y reflejos, encuadres escorados…) demuestra un interés por marcar un estilo determinado, similar al cine negro americano de la época que representa; pero en lugar de elegir un blanco y negro rabioso aquí han optado, claro, por el color elegante, ideal para verse con una copa de champán en la mano con guinda roja incluida. Por otra parte está Marta Etura. ¿Qué os puedo contar de este
Marta Etura
pedazo de actriz que no os haya dicho ya en otros posts? ¿Que me parece de lo mejorcito de su generación? ¿Que tiene una mirada que ilumina la pantalla? ¿Que en una ocasión la tuve al lado en la barra de un bar y me echó una de las sonrisas más bonitas que he visto? A su lado Daniel Grao (si os gustó ver su pecho en “Julieta”, aquí no os decepcionará, una pena que aparezca sin barba), Eduardo Noriega (adulto, cabroncete, con bigotito facha), Lucía Jiménez (cómo me recuerda a una Carmen Polo de Franco joven, tan católica, tan mala), Claudia Traisac (uno de los descubrimientos de “Cuéntame”, qué mirada más limpia, tiene mucho futuro esta chica), Fran Perea (oscuro, interesante, apuesto), Daniel Freire (polifacético, con dobleces, un gusto haber trabajado con él) y una magnífica Mabel Rivera (como siempre, desde que la descubrimos en “Mar adentro” siempre es un placer ver su increíble capacidad para la naturalidad). Una muy buena reconstrucción de época, estupendo nivel actoral y un guión que va de la represión de los años 40 a unos idealizados años 30 en una historia que va hacia atrás y hacia delante, y que te engancha, sobre todo, por el elemento culebrón.

"Hombre rico, hombre pobre"

Y aquí entramos en tema. Porque nos llegan los ecos de “Hombre rico, hombre pobre”, “Capitanes y reyes” o “Avenida del Parque 79” (grandes miniseries que iniciaron en los 70 esa moda de adaptar con calidad obras literarias-culebrón-historias-río). Pero también de “Dallas”, “Dinastía”, “Falcon Crest(sin el sentido del humor, claro) o incluso de “Arriba y abajo” e incluso “Downton Abbey”. Porque al fin y al cabo somos testigos de la bajada a los infiernos de una chica bien y su familia, de los tentáculos viscosos y lúbricos que se ciernen sobre ella y su dulce hija (reflejando a la vez la represión de la mujer propia de la época), la lucha entre familia pobre y familia rica, amores cruzados, violencia, el Hotel Ritz, las noches del Chicote, pero también los burdeles, las prostitutas y los chulos, incluso los garitos gays con drag-queens y fumadero de opio incluidos… Al fin y al cabo, a quién no le gusta un buen enredo sentimental con caras guapas y un poco de lujo. Mucho mejor que asomarse a un telediario y encabronarse con la realidad. Si aún no la has visto, ahí la tienes, en televisión a la carta. Pero asegúrate de ver sólo un capítulo a la semana. Como antes. Como esta serie se merece. Mantengamos el suspense... 

 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La puerta abierta... al buen cine


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Hoy, miércoles, día del espectador en muchos cines, te recomiendo que vayas a ver “La puerta abierta”, primer largo de la directora Marina Seresesky y, tengo que decirlo, la película que le gustaría hacer hoy en día a Almodóvar. Y lo digo así, sin acritud. No porque me sienta traicionado cada vez que voy a ver uno de sus estrenos y salgo con la misma decepción del cine. Siempre busco un atisbo de aquel Almodóvar de los 80 que tanto nos hizo reír y soñar, que reflejaba como nadie la nueva realidad que veíamos en las calles. O la que nos gustaría haber visto. Sin embargo su obra actual (todos sus últimos años, a excepción de “Volver”, e incluyendo el culebrón “Julieta”, absurda decisión de la Academia hacer que represente a España en la carrera hacia los Oscar…) me resulta plana, sobreactuada, teatral, sin sentido, incluso aburrida, y me pregunto si no es el resultado de la mente de alguien que hace demasiado tiempo que no vive.  Todo lo contrario que “La puerta abierta”.

Y hago la comparación almodovariana, porque en sus tres personajes centrales (o debería decir cuatro, incluyendo a la magnífica niña) encuentro ecos de aquella maravillosa “Qué he hecho yo para merecer esto”. Hay aquí un estupendo trabajo actoral, qué grande Terele Pávez, qué tremenda, cómo me ha recordado por primera vez a su hermana (Emma Penella, la doña Concha de “Aquí no hay quien viva”), qué bombón de personaje para una señora de su edad, para una de las grandes damas de nuestra escena. ¡Qué cruel y qué tierna a la vez! Y qué decir de Carmen Machi. Su amargado personaje destila realidad por todos los poros de su imperfecta piel, como aquella Carmen Maura (también amargada) del éxito ochentero de Almodóvar. Machi es el centro de la historia, no intenta despertar simpatía, es lo que es, como le dice su madre en la película (la Pávez): “puta y amargada”. Porque en esta historia todas son putas. Hasta las que no lo son. Por eso todo resulta tan sórdido, tan real, casi se puede oler ese piso-desastre en una corrala madrileña habitada por putas e hijas de puta (muy similar estéticamente a la que yo disfruté durante mis años de vida en Madrid, pero allí sólo tuvimos a un chapero durante unos meses como vecino), todas amargadas, todas haciéndose la vida imposible
las unas a las otras. El único rayo de luz proviene de la casi-inocencia de la transgénero interpretada con dulzura por Asier Etxeandia (otro grande de nuestro panorama actoral, hay que verlo en musical, en comedia, en drama… Yo tuve el honor de trabajar con él en mi corto “Encruzijados”, un auténtico profesional), que tiene que trascender lo increíble de su caracterización para que nos creamos a su tierno personaje, el único que aún conserva cierta ilusión por la vida, ciertos sueños (en su caso un buen par de tetas).

Si las otras vecinas, la cubana, la rusa, son putas, no lo es menos la única que no se dedica a ello profesionalmente, la portera (Sonia Almarcha, tremenda en “La soledad”), que en su propia amargura se comporta como una auténtica hija de puta. Y la que sí lo es, la niña rusa interpretada (y muy bien) por Lucía Balas, encierra en
Sonia Almarcha y la niña Lucía Balas
su mirada la sabiduría que una cría nunca debería tener, por haber visto y oído demasiado, ese instinto de supervivencia que no la hace menos vulnerable. Ella es la que desencadena la riada de sentimientos que quizá llevaba demasiados años encerrada en el interior de estas dos prostitutas ajadas, una vieja (y ya retirada) y la otra a punto de serlo, madre e hija, que se odian, se desprecian, se gritan, pero a la vez te hacen reír. Esas miradas de la Machi, de persona que ya no espera nada, que ya no se cree nada, desmontada por la ternura desesperada de la cría. Esos ojos desorbitados de la Pávez, que se cree su pasado inventado de celebridad. Y esa baratez de todo lo que las rodea. Incluso el licor de la Nochevieja: “era el más caro del chino”… Pero todo puede cambiar cuando menos te lo esperas. Sólo hace falta dejar la puerta abierta.

Terele Pávez y Carmen Machi
Buen cine, simple, bien narrado (sólo me sobra la pistola, esto no es cine americano, aquí no nos hacen falta, ya lo demostró Carmen Maura en aquella maravillosa película con la pata de jamón…), personajes sólidos, interpretaciones que salen de dentro y que se salen de la pantalla… Y, a pesar de lo que pueda parecer, una película divertida, con diálogos chispeantes (el guión estaba pensado para Machi y Amparo Baró, ambas colegas de “7 vidas”, pero Baró falleció durante el proceso) y mucha fantasía (representada en esas pestañas postizas “tan caras”, en las pelucas, las fotos de Sara Montiel). Cine realizado con pocos medios, sin grandes productoras por detrás y sin gran campaña de publicidad. Probablemente si pestañeas desaparecerá de la pantalla. Así que mejor no lo hagas. Vete al cine. Y disfruta. 

sábado, 2 de julio de 2016

El orgullo gay y… mi padre


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Este 28 de junio fue la quinta marcha del Orgullo Gay a la que he asistido en Bilbao y probablemente la número veintitantos en toda mi vida. También ha sido la primera en la que tuve que oír cómo nos llamaban “maricones”. 

Algo muy raro está ocurriendo con las celebraciones del orgullo en Bilbao. Desde el año pasado no hay una sino dos celebraciones paralelas y descoordinadas. Y eso en una ciudad en la que muchos de los miembros de la comunidad gay todavía no quieren ser reconocidos públicamente como tales. O sea, que no les importa ir a los bares más o menos “de ambiente” pero no se les verá ni muertos en la marcha reivindicativa del día 28. Es lo que tienen las ciudades pequeñas, que al final todo el mundo te identifica. Por eso me resulta tan raro lo que está pasando. Ahora resulta que los comerciantes y bares del Casco Viejo celebran lo que han venido en llamar “Pride”: cuatro días en los que engalanan las calles, tiendas, bares y restaurantes de banderas del arco iris. Es bueno para la visibilidad, es bueno para el negocio. Hasta ahí nada que objetar. Pero es que no se molestan ni en coordinarse con las asociaciones que históricamente han organizado la marcha del orgullo durante los últimos… 40 años (desde tiempos en los que realmente se insultaba a los asistentes). Hasta el punto que este año ni siquiera han tenido la decencia de incluir el día 28 en sus festejos (Día Internacional del OrgulloGay, así celebrado en la parte del mundo en que se permite) y en algunos periódicos hemos tenido que leer que este era el “segundo año que se celebra el orgullo gay en Bilbao”. ¿Perdón? ¿Periodismo de investigación, por favor?


La primera vez que fui a una marcha del orgullo fue en los primeros 90, cuando vivía en Londres. Ya nunca pude rehabilitarme de la adicción al buen rollo, al amor y a la celebración que rodea a ese evento. El resto de años que pasé en aquella ciudad no me perdí una. Empezábamos la mañana siempre reuniéndonos en casa con un desayuno que incluía champán y croissants. Luego venía la marcha y después la celebración en un parque público con picnics, conciertos y muchas ganas de fiesta. Por ahí pasaron Jimmy Somerville, Pet Shop Boys, Boy GeorgeIncluso cuando privatizaron la celebración en el parque y los más políticos nos negamos a pagar para entrar en algo que considerábamos como nuestro, aún seguí yendo a la marcha.

El primer verano de mi vuelta a España me la perdí porque mi padre murió ese mismo día. Sí, un 28 de junio. ¡Qué simbólico! Mi aita, un obrero sin educación secundaria que cuando salí del armario me abrazó y me dijo que yo siempre seguiría siendo su hijo y que me iba a querer igual… Seguro que si le hubiera llevado a una celebración del orgullo le hubiera encantado, con lo que le gustaba la fiesta. Desde entonces todos los años el día 28 tiene para mí un cierto toque de tristeza. Pero sigo yendo a la marcha.

Ya instalado en Madrid fui testigo de la evolución de las celebraciones allí durante los primeros años del siglo XXI. De ser 100.000 el primer año que yo fui pasamos en seguida al medio millón para sobrepasar el millón en años siguientes. Así se convirtió en la fiesta de la capital que más asistentes reúne. Es verdad que se puede hablar ya incluso de masificación y de morir de éxito, pero algo es seguro: la fiesta y el buen rollo siguen garantizados. No hay un día en todo el año en Madrid con más marcha que ese.

En el año 2000 estuve en la marcha del orgullo de Roma, porque se celebraba allí el Europride (la capitalidad de las celebraciones del orgullo en Europa) y yo lo estaba cubriendo para “Nosolomusica”. Fue un día asfixiante de calor, con una combinación perfecta de celebración y reivindicación, carrozas, disfraces, pancartas y de nuevo, el buen rollo garantizado, desembocó en el Coliseo Romano. ¿Qué más se puede pedir? Por la noche Grace Jones, Marc Almond y Geri Haliwell amenizaron la fiesta. Impresionante.


A mi regreso a Bilbao volvieron las marchas clásicas, reivindicativas, sí, pero sobrias (muy de Bilbao), podría decir que incluso secas, sin carrozas, sin disfraces (sólo puntuales), sin gritos, sin música (a excepción de la batukada del grupo de lesbianas que siempre nos ameniza la marcha, ¿qué sería de nosotros sin ellas?). Pero al menos sientes que estás haciendo acto de presencia, que te reencuentras con viejos amigos y vas tranquilamente charlando con ellos a lo largo de la corta duración del evento. Luego generalmente todo acaba con fiesta en el Casco Viejo. Menos este año. Los ánimos estaban caldeados por la “apropiación” de las celebraciones por parte de comerciantes y hosteleros y, quizá por eso, se alteró la ruta de la marcha. La organización lo justificó con un deseo de integración de otros barrios de Bilbao. Y todo acabó pasando por la calle San Francisco. Barrio donde se acumula un elevado tanto por ciento de inmigración africana. La mayoría viene de países donde la homosexualidad se castiga con penas de cárcel, lapidación o muerte, en algunos casos arrojando a las víctimas desde lo alto de un edificio. Y fue en ese barrio, claro, donde unos cuantos, nos llamaron “maricones”. Como cuando era joven. Como cuando era niño. ¿El contraste? La cantidad de gente joven que acudió este año. Ellos tomarán el relevo. Ya lo están haciendo.

En los últimos años han aumentado exponencialmente las agresiones homófobas incluso en el barrio de Chueca en Madrid. Hace sólo unas semanas se produjo el terrible atentado de Orlando en un bar gay. La semana pasada en Turquía la policía impedía a palos que se celebrara la marcha del orgullo gay. Y en Bilbao, unos pocos (todo hay que decirlo, pero uno solo ya sería suficiente), nos llamaron “maricones”. Mi padre se les hubiera echado al cuello. Yo con los años he aprendido que eso es mejor ignorarlo.

¿Conclusión? Puede que las leyes (aquí) hayan cambiado. Pero queda aún mucho odio por deshacer, mucha incultura por superar, muchas leyes por cambiar en todo el mundo y mucha educación por recibir. Aún hay gente que se pregunta por qué seguimos celebrando el Día del Orgullo Gay. ¿Hace falta que dé una respuesta?

miércoles, 8 de junio de 2016

ACT supera la maldición del 13


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Tras pasar por debajo de una escalera, tener la sala infestada de gatos negros, abrir paraguas bajo techo y vestirse de amarillo sin miramientos, la 13ª edición del Festival de Teatro Corto ACT ha conseguido salir airosa y volver a llenar sus salas con espectáculos de calidad. Ni siquiera tuvieron la mala suerte de que les mirase un tuerto (o lo que es lo mismo, que un miembro del PP tocara su financiación ni metiera mano en la caja). Y nadie les conectó con ninguna oscura trama en Venezuela, o sea que el fatídico número no les hizo mella.


El que sí que ha tenido suerte he sido yo, amante secreto de la danza contemporánea, que por casualidad acudí a los pases con más muestras de este tan poco apreciado arte. Desde el número inaugural organizado por BAI (Centro de Formación Escénica de Bizkaia), al igual que el resto del festival, en el que tres presentadores vestidos con monos amarillos y paraguas rememoraban el clásico “Bailando bajo la lluvia” (y yo que pensaba que los trajes eran alusión a los presos americanos y a series como “Orange is the new black”, a veces me paso de listo, o de moderno, lo sé), hasta la gala de clausura con el estupendo fragmento de “Carne”, “Latza (Crudo/Bare)”, obra dirigida por Fer Montoya (también director de BAI), con una impactante puesta en escena musical, dos cantantes femeninas subidas a un podio interpretando ópera mientras los bailarines se contorsionan por el escenario hasta quedar totalmente desnudos (y yo pensé: -¡Qué huevos! ¡Con lo jóvenes que son!- y no pude evitar rememorar los tiempos en los que algo tan simple como quitarse la ropa sobre un escenario causó semejante escándalo en los aún dictatoriales años 70: en la vida real fue la actriz Mª José Goyanes, en la reinterpretación de ficción de “Cuéntame”, cómo no, fue uno de los Alcántara, la hija Inés).

"Macho Macho"

En medio de todo ello hubo mucho lugar para el disfrute y ninguno para la mala suerte. El ganador de la edición anterior, el bosnio Igor Vrebac nos volvió a deleitar con su maravilloso cuerpo casi desnudo (quiero decir con su arte y profesionalidad) hablando sobre la homosexualidad en “Homo sapiens” y dejando un charco de orina sobre el escenario (hay que romper moldes como sea). El último día también nos ofreció su nueva obra realizada en la escuela BAI especialmente para el festival (parte del premio de cada año) que, obviamente, se llamaba “Macho macho” y para la cual había elegido a dos (muy atractivos) actores de la escuela. Una pieza sin diálogo esta vez, pero con mucha testosterona, semidesnudos, sensualidad y claro homoerotismo en la competición de machos con clímax y cigarrito incluido.

Destacaron también sorpresas tan agradables como contemplar al francés Charlie Denat (LaBerlue) (¿hacen casting de guapos en este festival?) con su sencilla y curiosa obra “La main dans le sac”, en la que muestra cómo no hace falta más que una sencilla bolsa de plástico blanca para crear un idílico cuento pequeño y etéreo, soñador, cómico y desde luego muy original. Lo que no fue sorpresa es que se llevase uno de los premios.

La Berlue
Disfruté de otras piezas de danza, como “Atávico”, de los madrileños Poliana Lima, que aparte de ganar otro de los premios, le dio a una de sus intérpretes una lesión de rodilla que casi le impide subirse al escenario a recoger el galardón. Y no era para menos, pues la energía y agresividad con la que sus intérpretes femeninas (ataviadas con prendas
"Atávico"
interiores reminiscentes del neorrealismo italiano pero también de las piezas ortopédicas de farmacia)
chocaban contra la única y rotunda presencia masculina, subió la temperatura de una coreografía llena de fuerza y pasión.

Pero para mí, lo que me dejó casi sin respiración (sí, ya sé, soy un poco exagerado) fue la pieza de los iraquíes MokhalladRasem/Toneelhuis, “Body revolution”. Efectiva puesta en escena usando simplemente proyecciones sobre sábanas que hacían el papel de pantallas de las que emergían los tres bailarines transformados a su vez en pantallas en movimiento. La fuerza de las imágenes, algunas fijas, otras en movimiento, representando los horrores de la guerra, lograban encontrar
"Body Revolution"
belleza en lo que ya nos hemos acostumbrado a ver todos los días en las noticias, las luchas que suceden a miles de kilómetros de distancia, las matanzas en las que Occidente tiene tanto que ver y de las que luego nos lavamos las manos como si no fuera con nosotros. Me tocó, de verdad, que consiguieran extraer ritmo, plasticidad, emoción, de la tragedia y el horror…


Y lo principal: lo bien que lo pasamos durante el festival, el ambiente tan relajado, la maravilla de gente joven que viene con muchas ganas de teatro y disfruta de algo tan alternativo y sensorial, el gusto que da que en Bilbao, año tras año, este festival, ACT, se convierta en una cita con la creatividad de grupos del todo el mundo que, si no fuera por los esfuerzos de sus organizadores, nunca llegaríamos a conocer. Un oasis cultural en un país enroscado en la incultura. Recordadlo el año que viene, finales de mayo, primeros de junio, llega ACT, no os lo perdáis. 


martes, 9 de febrero de 2016

Y Bowie pasó por Bilbao

©RM

Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Sí, esto no termina nunca (la crisis) y además sin nuevo gobierno, lo que no sería tan malo si no fuera porque supone tener que aguantar unos meses más al actual “gobierno en funciones” y sus corruptelas generalizadas. Pero no todo iban a ser malas noticias. El pasado jueves, sin ir más lejos, David Bowie, sí, sí, el mismo, el camaleón del pop, el Duque Blanco, Ziggy Stardust, Starman, o como quieras llamarle, se paseó por las calles de Bilbao.


O al menos su espíritu lo hizo sin duda alguna. Seguramente nos estaría observando con orgullo desde las estrellas, a las que tantas veces cantó y en las que obviamente reside ahora con sus colegas Lou Reed y Freddie Mercury. Desde el escenario de SatéliteT, bajo el puente de Deusto, un número incontable de bandas locales rendían homenaje con sus versiones a la estrella del glam. Cada una desfiló para un único tema (aunque algunos de sus miembros demostraron ser muy promiscuos y no creer en ningún tipo de monogamia, ya que reaparecieron en diferentes formaciones) y todas juntas, al final, nos ofrecieron en el más improvisado estilo “We are the world”, el temazo: “Héroes” que daba título a la noche.

©RM

Camiseta de Rob Cristo
La convocatoria de Satélite T: “Podemos ser héroes, un día más” fue todo un exitazo. La sala estaba a tope y no te podías mover sin rozar sospechosamente a quien tuvieras al lado. Y yo que había esperado poder lucir mi nuevo modelo de camiseta de Rob Cristo homenajeando al artista, me quedé con las ganas, hubiera dado lo mismo que fuéramos desnudos, nadie se habría percatado. Eso no impidió que admirásemos a estos valientes que se atrevieron a versionar (como es lógico, unos con más arte que otros) al gran lord del pop, y quedó clara la huella que nos ha dejado a todos este auténtico héroe del atrevimiento, de la genialidad, la ambigüedad y la subversión escénica, cuya música fue siempre pareja al escándalo, a los rumores, a la reinvención y sobre todo, al no quedarse quieto. Jamás. Un auténtico ejemplo a seguir.

©RM
Se lo llevó un cáncer, como a tantas otras víctimas de esta pandemia innombrada aún por las autoridades de la OMS, pero se extiende y se extiende como los plásticos en el océano. Seguro que cada uno reflejamos sobre aquel escenario nuestras propias experiencias, nuestros propios recuerdos de las canciones del hombre de la mirada alienígena: “Let´s dance”, “Starman”, “The man who sold the world”, “Modern love”, “Ashes to ashes”, “Life on Mars”... A cada uno nos han dejado una impronta diferente y no me hubiera importado ver sobre el escenario un vídeo con los recuerdos personales que cada uno de los asistentes le ponía a la música de Bowie. Más allá de sus valores musicales, para mí fue uno de los primeros que pasó de las convenciones sobre género e identidad sexual. Él las exploró todas sobre el escenario (y dicen que fuera también), haciendo simplemente lo que le pedía el cuerpo. Como debe ser.

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Se lo montaron bien los de Satélite T (prometen homenajes a otros artistas cada mes). Consiguieron que reviviéramos a Bowie por una noche (aunque eché de menos escuchar al menos un tema original). Y sí, todos nos sentimos héroes por una noche más. Aunque sólo fuera por seguir estando aquí.