sábado, 2 de julio de 2016

El orgullo gay y… mi padre


Bilbao, año 8 d.c. (después de la crisis). Este 28 de junio fue la quinta marcha del Orgullo Gay a la que he asistido en Bilbao y probablemente la número veintitantos en toda mi vida. También ha sido la primera en la que tuve que oír cómo nos llamaban “maricones”. 

Algo muy raro está ocurriendo con las celebraciones del orgullo en Bilbao. Desde el año pasado no hay una sino dos celebraciones paralelas y descoordinadas. Y eso en una ciudad en la que muchos de los miembros de la comunidad gay todavía no quieren ser reconocidos públicamente como tales. O sea, que no les importa ir a los bares más o menos “de ambiente” pero no se les verá ni muertos en la marcha reivindicativa del día 28. Es lo que tienen las ciudades pequeñas, que al final todo el mundo te identifica. Por eso me resulta tan raro lo que está pasando. Ahora resulta que los comerciantes y bares del Casco Viejo celebran lo que han venido en llamar “Pride”: cuatro días en los que engalanan las calles, tiendas, bares y restaurantes de banderas del arco iris. Es bueno para la visibilidad, es bueno para el negocio. Hasta ahí nada que objetar. Pero es que no se molestan ni en coordinarse con las asociaciones que históricamente han organizado la marcha del orgullo durante los últimos… 40 años (desde tiempos en los que realmente se insultaba a los asistentes). Hasta el punto que este año ni siquiera han tenido la decencia de incluir el día 28 en sus festejos (Día Internacional del OrgulloGay, así celebrado en la parte del mundo en que se permite) y en algunos periódicos hemos tenido que leer que este era el “segundo año que se celebra el orgullo gay en Bilbao”. ¿Perdón? ¿Periodismo de investigación, por favor?


La primera vez que fui a una marcha del orgullo fue en los primeros 90, cuando vivía en Londres. Ya nunca pude rehabilitarme de la adicción al buen rollo, al amor y a la celebración que rodea a ese evento. El resto de años que pasé en aquella ciudad no me perdí una. Empezábamos la mañana siempre reuniéndonos en casa con un desayuno que incluía champán y croissants. Luego venía la marcha y después la celebración en un parque público con picnics, conciertos y muchas ganas de fiesta. Por ahí pasaron Jimmy Somerville, Pet Shop Boys, Boy GeorgeIncluso cuando privatizaron la celebración en el parque y los más políticos nos negamos a pagar para entrar en algo que considerábamos como nuestro, aún seguí yendo a la marcha.

El primer verano de mi vuelta a España me la perdí porque mi padre murió ese mismo día. Sí, un 28 de junio. ¡Qué simbólico! Mi aita, un obrero sin educación secundaria que cuando salí del armario me abrazó y me dijo que yo siempre seguiría siendo su hijo y que me iba a querer igual… Seguro que si le hubiera llevado a una celebración del orgullo le hubiera encantado, con lo que le gustaba la fiesta. Desde entonces todos los años el día 28 tiene para mí un cierto toque de tristeza. Pero sigo yendo a la marcha.

Ya instalado en Madrid fui testigo de la evolución de las celebraciones allí durante los primeros años del siglo XXI. De ser 100.000 el primer año que yo fui pasamos en seguida al medio millón para sobrepasar el millón en años siguientes. Así se convirtió en la fiesta de la capital que más asistentes reúne. Es verdad que se puede hablar ya incluso de masificación y de morir de éxito, pero algo es seguro: la fiesta y el buen rollo siguen garantizados. No hay un día en todo el año en Madrid con más marcha que ese.

En el año 2000 estuve en la marcha del orgullo de Roma, porque se celebraba allí el Europride (la capitalidad de las celebraciones del orgullo en Europa) y yo lo estaba cubriendo para “Nosolomusica”. Fue un día asfixiante de calor, con una combinación perfecta de celebración y reivindicación, carrozas, disfraces, pancartas y de nuevo, el buen rollo garantizado, desembocó en el Coliseo Romano. ¿Qué más se puede pedir? Por la noche Grace Jones, Marc Almond y Geri Haliwell amenizaron la fiesta. Impresionante.


A mi regreso a Bilbao volvieron las marchas clásicas, reivindicativas, sí, pero sobrias (muy de Bilbao), podría decir que incluso secas, sin carrozas, sin disfraces (sólo puntuales), sin gritos, sin música (a excepción de la batukada del grupo de lesbianas que siempre nos ameniza la marcha, ¿qué sería de nosotros sin ellas?). Pero al menos sientes que estás haciendo acto de presencia, que te reencuentras con viejos amigos y vas tranquilamente charlando con ellos a lo largo de la corta duración del evento. Luego generalmente todo acaba con fiesta en el Casco Viejo. Menos este año. Los ánimos estaban caldeados por la “apropiación” de las celebraciones por parte de comerciantes y hosteleros y, quizá por eso, se alteró la ruta de la marcha. La organización lo justificó con un deseo de integración de otros barrios de Bilbao. Y todo acabó pasando por la calle San Francisco. Barrio donde se acumula un elevado tanto por ciento de inmigración africana. La mayoría viene de países donde la homosexualidad se castiga con penas de cárcel, lapidación o muerte, en algunos casos arrojando a las víctimas desde lo alto de un edificio. Y fue en ese barrio, claro, donde unos cuantos, nos llamaron “maricones”. Como cuando era joven. Como cuando era niño. ¿El contraste? La cantidad de gente joven que acudió este año. Ellos tomarán el relevo. Ya lo están haciendo.

En los últimos años han aumentado exponencialmente las agresiones homófobas incluso en el barrio de Chueca en Madrid. Hace sólo unas semanas se produjo el terrible atentado de Orlando en un bar gay. La semana pasada en Turquía la policía impedía a palos que se celebrara la marcha del orgullo gay. Y en Bilbao, unos pocos (todo hay que decirlo, pero uno solo ya sería suficiente), nos llamaron “maricones”. Mi padre se les hubiera echado al cuello. Yo con los años he aprendido que eso es mejor ignorarlo.

¿Conclusión? Puede que las leyes (aquí) hayan cambiado. Pero queda aún mucho odio por deshacer, mucha incultura por superar, muchas leyes por cambiar en todo el mundo y mucha educación por recibir. Aún hay gente que se pregunta por qué seguimos celebrando el Día del Orgullo Gay. ¿Hace falta que dé una respuesta?