domingo, 20 de septiembre de 2015

Gilda se cruza con Belize en la Gran Vía



Bilbao, año 7 d.c. (después de la crisis). Algo increíble ocurrió la otra tarde en las calles de Bilbao. En plena Gran Vía. Los focos se lo perdieron, las incontables cámaras de los móviles, iphones y dispositivos varios también: Gilda se cruzó con Belize. ¿Cómo? ¿Que no sabes quiénes son? Pues está claro, o eres muy joven o muy mayor. O quizá las dos cosas a la vez. O no te gusta la música ni el cine ni los idiomas. ¿Cómo, que no te gusta la vida…? Eso hay que remediarlo.

Belize
Fue un gran acontecimiento. A eso de las 19.45, en el cruce entre El Corte Inglés, Zara, y varios bancos de esos que te cobran comisión doble, se produjo un encuentro irrepetible. Los de Belize, esa fantástica banda que por ahora suena en Radio 3 pero que muy fácilmente podría sonar en cualquier otra cadena, salían de su presentación en la FNAC. Y Gilda, sí, la incomparable, la única Rita Hayworth (“There never was a woman like Gilda” – “Nunca hubo otra mujer como Gilda” – leía la publicidad de la película, y qué razón tenía) se dirigía, embutida en su encorsetado vestido negro con sus inconfundibles guantes largos y su estola de visón blanca, hacia la Sala BBK, donde se proyectaba la película que la convirtió en leyenda, en pantalla grande y en versión original. En glorioso blanco y negro.

Los cuatro componentes de la presentación acústica de su último álbum, nos sorprendieron con unas canciones frescas y maduras al mismo tiempo. Frescas como ellos, como su presencia de niños recién salidos del instituto (sé que no los son, pero lo parecen). Y maduras como sus voces, cascadas, profundas, de una calidez que quién diría que han vivido mucho en sus cortas vidas. Nos sorprendieron porque verles y oírles era como dos experiencias completamente distintas. Si sólo los escuchabas, te imaginabas a dos
Belize al completo
personas adultas, vividas, quizá una dama del jazz y un cavernoso cantante trasnochado en mil garitos. Si sólo los mirabas, veías a unos chavales alegres, frescos (son hermanos, nos dijeron), disfrutando de su música y del hecho de estar allí, con un montón de experiencias todavía por vivir pero que hacen una creación única. Y digo única no sólo por cómo suenan, por esa potencia poética que nos embargó, sino por el hecho de que cantaban a la vez en inglés y español.


Sí, ya sé que muchos grupos cantan en ambos idiomas, ¡pero no al mismo tiempo! Me explico. En las canciones de “Belize” (título también de este su último y reciente álbum) los estribillos en inglés se mezclan con coros en español y al contrario. O sea, que estás oyendo al mismo tiempo ambos idiomas. Me resultó una apuesta arriesgada, original y con un resultado increíblemente suave; ciertamente te entraba por los poros. Igual que su optimismo y sus sonrisas. ¡Qué jóvenes! Cada vez me ocurre más que los que actúan en los conciertos YA podrían ser mis hijos. Y me recuerdan a mi propia energía de entonces…

Gilda a punto de pecar
Y hablando de energía, a la vuelta de la esquina de la FNAC, justo después, nos esperaba otro evento mágico y gratis. Ver a Rita-Gilda-Rita (“Todos los hombres se acostaban con Gilda pero se despertaban con Rita”, según confesaría ella misma amargamente) en el apogeo de su belleza. Y también mezclando el inglés con el castellano. Versión original subtitulada, como tiene que ser. Para apreciar esas voces sensuales, esas inflexiones, esa manera de vocalizar… Y esos labios pintados de rojo bermellón (aunque los veamos en blanco y negro). Gilda, con sus insinuantes movimientos de caderas y de piernas, con ese
giro de melena (parece que durante el rodaje le lavaban el pelo cada cinco minutos para que estuviera perfecto), involucrada en esa trama noir que en realidad a nadie interesaba porque lo que todo el público quería ver era cómo sufría Glenn Ford (tan joven también, podría haber formado parte de Belize) en las manos de esa pérfida pelirroja (que al final se descubre no lo era tanto, ups, spoiler), cómo la abofetea después de que se quite el famoso guante (antes ya le había abofeteado ella a él). En realidad era una historia de resentimiento, de amor y odio mezclado hasta tal punto que era imposible distinguirlos (“Johnny, te odio tanto que soy capaz de hundirme a mí misma para arrastrarte conmigo…”). Si todo el mundo esperaba la conocida escena del guante no nos impactó menos ese otro baile con el vestido blanco –“Amado mío”-, ese movimiento perfecto de piernas (Rita venía de padre español bailarín y Fred Astaire la calificó como “la mejor pareja de baile que había tenido nunca”) y la forma en que el vestido escondía púdicamente su ombligo como mandaba el Código Hays de la época, que hacía que realmente quisieras vérselo...

Se odian-se aman-se odian-se aman...
En España “Gilda” tardó cinco años en estrenarse debido a la represión franquista. De ella decían que tenía que ser comunista, puesto que “una mujer católica nunca podría ser tan
pérfida”. En las iglesias los curas obligaban a confesarse a quien la hubiera visto. Y las malas lenguas decían que a España había llegado la versión censurada (tan acostumbrados estaban a los cortes de escenas) y que en la versión original Rita se quedaba desnuda tras quitarse el guante. ¡Ya les hubiera gustado a ellos! Nada más lejos de la moral del Hollywood de la época. Pero la película convirtió a esa mujer de melena inabarcable en la leyenda que ni ella misma pudo superar. Cuentan que cuando (ya enferma de Alzheimer) se veía a sí misma en la pantalla era incapaz de reconocerse. ¿Quién podría superar eso?



Esa fue una tarde de suerte. Primero, descubrir a Belize y su pop fresco. Después, redescubrir a Gilda gracias a la iniciativa de Arrebato Zinema. Y todo gratis. Ya podía haber más tardes así. 

Bellísimos y apasionados Rita y Glenn