miércoles, 20 de mayo de 2015

“A cambio de nada”: auténtico cine de un actor-director


Bilbao, año 7 d.c. (después de la crisis). Seguro que conocéis a Daniel Guzmán. Así, de nombre, igual no, pero si os digo que es el actor que interpretaba a Rober, el novio de La Pija en “Aquí no hay quién viva”, seguro que ya le ponéis cara. Sí, es ese chico de barrio guapete y simpático que te puedes colgar como un llavero (a más de uno/una le gustaría)… Bueno, pues nos ha dado una agradable sorpresa con su primera peli como director: “A cambio de nada”.

Y ahora os preguntaréis que cómo es que no empiezo con algo de política, estando tan cerquita de las elecciones locales. Pues qué queréis que os diga que no esté ya dicho. El Gran Wyoming dixit: “el peor enemigo de la Espe no es La Sexta sino Google”. Vale para todos los políticos. Y yo añado que el peor enemigo de este país es la desmemoria, porque no me explico si no la subida repentina del PP en las encuestas, como si un tsunami de olvido nos invadiera borrando las bajadas de salarios, la ley mordaza, los trabajos basura, la corrupción, los sobresueldos, la financiación ilegal, la caja B, el IVA cultural, la ley Wert de deseducación, la incompetencia de un presidente inexistente, las mentiras, la desfachatez, la burla, la represión y el saqueo del fondo de pensiones. Pero como no me quiero poner serio, yo como los escritores, aquí he venido a hablar de cine. Y en este caso, de buen cine.


Guzmán y el prota, Miguel Herrán

Antonio Bachiller y Miguel Herrán
“A cambio de nada”, como os decía, es la ópera prima de Guzmán. El chaval (siempre en nuestra memoria con esa edad que nos repiten en uno de esos canales de repeticiones) dice que le ha costado diez años sacarla adelante. Y lo raro es que, estando los tiempos como están lo haya conseguido. Sobre todo porque entre el elenco de actores que dan vida a su historia sólo resalta el del siempre maravilloso Luis Tosar, siempre coherente, siempre sexy, siempre creíble… Pero igualmente deberían destacar los dos actores principales (que son los que llevan todo el peso de la trama): Miguel Herrán y Antonio Bachiller. Estupendos y reales a pesar de no ser actores profesionales (¿y qué importa? Quizá por eso sean tan reales), divertidos, tiernos, cercanos, creíbles, cachondos… Herrán es fácilmente imaginable como un joven Guzmán, por algo parte de sus recuerdos están en esta película (además es también menudo, mono, ese chico promete). Y esa señora, Antonia Guzmán… Sí, el apellido la delata, es la abuela del director en la vida real y tiene… ¡¡¡92 años!!! Y lo que es aún más sorprendente, esta es su primera película. Es como un cruce entre la Chus Lampreave de Almodóvar y la Margarita Lozano de “La mitad del cielo”.

Herrán y Antonia Guzmán
Y la historia. Tan fresca, tan divertida, tan de las que te llegan al corazón… Y a la vez tan cruda, tanta soledad, tanta insensatez en esas vidas que se intuyen perdidas pero para las que aún queda ese rayito de esperanza… Es un cine callejero sin llegar a los quinquis de Carlos Saura o Eloy de la Iglesia, una historia de hoy como las de Fernando León de Aranoa o Icíar Bollaín, que nos habla de esta sociedad en la que vivimos, tan poco preparada para las crisis (de cualquier tipo), que tan poco apoya a los desfavorecidos (y eso que en este caso no estamos hablando de inmigrantes - tal y como nos han dejado la vida, hoy en día el desfavorecido es cualquiera). Pero al mismo tiempo nos cuenta el despertar de dos adolescentes a la vida, con sus aventuras y escarceos, siempre salidos, con su inocencia aún de niños y esos equívocos roles de comportamiento que tanto necesitan seguir… Por momentos temí que la historia cayera en la tragedia, en un punto sin retorno al que nos hubieran llevado Ken Loach o incluso Mike Leigh, pero muchas gracias, Daniel: nos has dejado entrever que siempre hay un mañana. Y eso, en tiempos como los que corren, es muy de agradecer.