martes, 9 de junio de 2015

ACT actúa, ACT en Bilbao



Bilbao, año 7 d.c. (después de la crisis). ACT: cuatro días, 15 obras de teatro, danza y performance, pequeño formato, dos salas (Teatro Barakaldo y Kafe Antzokia), un público entregado (y dispuesto a saltar al escenario en cualquier momento), un ambiente alternativo inigualable para una ciudad como Bilbao, muchos desnudos (mira que a estos actores modernos les encanta quitarse la ropa), John McEnroe, Bjorn Borg, Rocío Jurado, txistu silbado, seguiriyas en euskera, 70 países donde la homosexualidad está aún penalizada, inmigrantes que esperan sus papeles para tener una vida normal (o al menos como la tuya y la mía), druidas trasnochados, hermanas siamesas danzantes,
presentaciones trilingües (inglés, euskera y castellano) y por encima de todo, muchas ganas de disfrutar.


Este ha sido el 12º año que se celebra ACT, festival singular que trae a Bilbao compañías de todos los rincones del mundo. En esta edición hemos tenido a Corea, Reino Unido, Holanda, España, Euskadi, Cuba, Alemania, Irak, Bélgica y Francia. No está mal para un festival de bajo presupuesto, inversamente proporcional a la diversión que provocan las obras que nos ofrece. ACT lo organiza el Centro de Formación Escénica BAI, escuela ya de larga trayectoria que divide sus actividades entre Barakaldo y Bilbao. Un buen día decidieron que ya era hora de animar el panorama bilbaíno con propuestas abiertas a las nuevas tendencias escénicas y a las interrelaciones internacionales. Vamos, que uno de sus objetivos ha sido siempre el de que su propuesta sirva de punto de conexión entre compañías de todo el mundo. Y que se conozcan aquí, en Bilbao, tomando potes y probando pintxos.

Por todo eso la energía que se respira durante la celebración de ACT es muy difícil de explicar. El público es mayoritariamente joven (pero hay gente de todas las edades), con inquietudes (pero seguro que hay incluso algún aburrido), muchos actores (e incluso hasta científicos e informáticos) y muy pocos prejuicios. De hecho, todos los que vamos allí sabemos que en cualquier momento podemos acabar sobre el escenario haciendo las cosas más absurdas. Por ejemplo, el primer día de actuaciones, cuatro asistentes acabaron interpretando el mítico encuentro de 1981 entre McEnroe y Bjorn Borg en Wimbledon. Sí, habéis oído bien, eran cuatro. Aunque había sólo dos jugadores, claro. Pero los otros dos espontáneos tenían adjudicados papeles no menos importantes: uno sujetaba un huevo, la otra apretaba un desatascador contra el suelo para imitar el sonido de la pelota de tenis al golpear la raqueta… Se trataba de la propuesta del gurú/druida/actor/genio británico Jamie Wood y su “Beating McEnroe”. Un despropósito que llevaba los límites del surrealismo al extremo (acabó en calzoncillos, claro)

Pero antes de eso nos habían invadido… las plantas. Una propuesta multimedia conseguía
"La invasión de los ladrones de cuerpos"
que el protagonista (La casa en el árbol) de “La invasión de los ladrones de cuerpos” nos trasladase su angustia a través de una mini cámara que proporcionaba diferentes puntos de vista sobre su relación con varios maniquíes inquietantes que acababan clonados por plantas. Como tú, como yo, como toda la sociedad. Sus piernas se transformaban en las de su novia, su orgasmo era el de ella, y a la vez era otro, era otra, era todos. Muy ingenioso su juego con la pantalla. Y acabó en calzoncillos, claro.

Si Hannah Sullivan (Reino Unido - si esto fuera una revista aquí pondría su edad, yo, sinceramente, prefiero su nacionalidad) nos hizo bailar los ritmos noventeros de su juventud para que nos fijásemos en cómo baila
"Me, my selfie and I"
la gente que nos rodea, para mí lo más impactante fue ver bailar a dos hermanas siamesas vestidas de glamurosas chicas años 30 y con cara de plástico. Corte de pelo a lo Clara Bow (estrella del cine mudo), aspecto de personaje opresivo de cualquier cómic de Didier Comès… Era la representación de Katja Heitmann (Holanda, y aquí sí, aquí tengo que poner su edad, porque cuando ella y su hermano-nohermana se quitaron las máscaras descubrimos que tienen… ¡15 años!), “Me, my selfie and I”. ¡Qué energía, qué manera de moverse, qué simetría! Al principio pensé que era sólo una persona delante de un espejo, pero no, eran dos, con una mini pantalla en medio que representaba su inquietante rostro de muñeca de plástico… Estos no se quedaron en calzoncillos, pero al quitarse las máscaras nos descubrieron mucho más: su esencia infantil, su potencial, su genio. Si hacen esto con 15 años, ¿qué harán con 25?

"Waiting"
La gente espera. Pero espera, ¿a qué? Sus imágenes en primer plano nos hablan desde tres sábanas en el escenario, nos cuentan su aburrimiento al esperar, sonríen, comparten sus miedos y poco a poco desentrañan un laberinto de historias de inmigrantes que esperan papeles para tener una vida, aquella que añoraban cuando abandonaron su país. Muy potente la propuesta de Mokhallad Rasem en “Waiting”: tres bailarines vestidos de negro inician una danza que los acaba transformando en pantallas de cine en movimiento. Entre los tres componen y descomponen las imágenes de esas personas, esos seres humanos que, al igual que sus imágenes sobre el escenario, se desfragmentan porque nuestra sociedad no quiere que tengan papeles. 

"Homo sapiens"
Y por supuesto, el ganador de ACT 2015: Igor Vrebac (bosnio, residente en Holanda). Nada más llegar al primer día de ACT, sin saber quién era, su presencia entre el público ya nos cautivó a todos (y a todas), alto, cuerpo de escándalo, sonrisa perenne y esa gracia al andar que sólo tienen los bailarines. Su obra, “Homo sapiens”, profundiza en sus recuerdos como niño y adolescente gay en una sociedad machista y heterocentrista; de una manera intimista nos abre su corazón (en calzoncillos, claro) y nos recuerda que, aunque en 70 países todavía se condena con penas de cárcel o incluso de muerte a las personas que
"Homo sapiens"
aman a personas de su mismo sexo, en el fondo todos somos Homo Sapiens. Según ciertos comentarios, fue también la meada más poética que nunca se había visto sobre un escenario.


Uno de los puntos fuertes de ACT es que sus participantes se quedan durante la duración de todo el festival, ven las obras de sus compañeros y están allí al alcance de cualquiera que desee compartir con ellos sus opiniones sobre lo que han representado. Hacen falta más festivales, más expresiones artísticas como esta, con esa energía, con esas ganas de disfrutar y de compartir. Estando allí, te dan ganas de reír, de bailar, a veces de llorar, en fin, te dan ganas de expresarte, de ser artista. ¡Enhorabuena, ACT!

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