domingo, 20 de mayo de 2012

Todos contra la homofobia


La B de Bilbao. Foto sacada por mi amiga Lidia
Bilbao 2012, año del fin del mundo. Anoche fui al concierto de La Casa Azul (conciertazo, vaya directo, no paramos de bailar) y me quedé con una frase que dijo Guille Milkyway: “si esto es el fin del mundo, que nos pille felices, bailando…” Así que esta vez sí que sí, hay que comenzar con música. Sin lugar a errores. Pegaros este link en otra pestaña y que os sirva de guía rítmica por este nuevo relato: 

 
Sí, se trata de “MacArthur Park”, uno de mis temas preferidos de Donna Summer, conocida como “la reina de la música disco”. Porque con ella, en los años 70, las pistas de baile se llenaron de lentejuelas y de esas bolas de cristalitos plateados que se han convertido ya en símbolo de una época… ¿Y por qué es esta canción una de mis favoritas de esta gran reina que acaba de dejar su trono vacío? Pues porque aparte del ritmo endemoniado que hace que estés donde estés tus pies no puedan parar y se vayan por sí solos y te apetezca ponerte a hacer posturitas a lo John Travolta en la cola del bus o en el supermercado, además tiene las letras más surrealistas que haya escuchado nunca en una canción. Parece un tema super dramático. Y realmente lo es. Pero no por las razones que nos esperamos. Y si no, escuchad la estrofa principal: 

“Alguien se ha dejado el pastel en la ventana bajo la lluvia, y no creo que pueda superarlo, pues me llevó tanto tiempo cocinarlo… Y jamás volveré a conseguir la receta. ¡Oh, no…!”


Esto podría ser la vida hoy en día...
¿Es esto surrealismo o qué? Y pensar que a mí, de joven (o sea, de más joven) no me gustaba el surrealismo... Pero según me voy haciendo mayor me parece lo único que tiene sentido en esta vida, el surrealismo. Porque la vida es surrealismo puro y duro. Y si no, abrid un periódico cualquiera por una página cualquiera. Seguro que lo que leáis podría ilustrarse con un cuadro de Dalí. Pero no, hoy no os voy a hablar de política. Ni de religión. Que ya sabéis cómo me pongo. Hoy quiero hablar de grandes divas que se van. Y de homofobia. Mejor aún, voy a hablar de grandes divas y de homofobia a la vez, porque son ingredientes que se mezclan muy bien en el mismo plato (de discos, se entiende). Como os podéis imaginar todo esto viene porque Donna Summer nos dejaba este pasado jueves, día 17 de mayo. Murió relativamente joven. Y digo lo de relativamente porque a mí, los 63 años cada vez me parecen más jóvenes. Sobre todo para morir. ¿Que por qué me ha afectado tanto la muerte de la Summer? Hombre, pues lo primero porque aparte de reina de la música disco, también fue una de las primeras divas gays, antes incluso de que se inventara ese término, antes incluso de la llegada de Madonna. Sin embargo, para cuando empezó a brillar la Summer con sus lentejuelas y su pelo leonino, ya había habido alguna diva gay anterior. Y si no que se lo digan a Judy Garland, auténtico símbolo de todos los gays anglosajones de las décadas de los 40, 50 y
Judy Garland, la diva
60. ¿Por qué? Pues me imagino que porque fue la única que se supo poner los zapatitos rojos que la llevarían por el camino de baldosas amarillas hasta el mundo de Oz, ése en el que todo era posible. O porque tenía una sensibilidad atormentada y desgraciada con la que muchos gays de la época se identificaban. O porque se casó con dos gays y siempre estuvo rodeada de amigos homosexuales. O porque se suicidó, como tantos gays de la época (y de mucho después) hacían. El caso es que su muerte en 1969 fue lo que motivó el inicio del movimiento gay tal y como se conoce hoy en día. Fue en Stonewall, un bar de Nueva York frecuentado por homosexuales y transexuales, donde sus clientes, especialmente sensibles ante la muerte de su adorada diva y hartos de las continuas redadas y hostigamientos de la policía de la ciudad, decidieron rebelarse y enfrentarse a ellos. Los vecinos de Greenwich Village se les unieron y les sacaron la cara, dando lugar a unos cuantos días de auténtica batalla campal contra las fuerzas de seguridad, que hoy se reconoce como el inicio de la lucha del movimiento gay por sus derechos civiles. Menuda catarsis debió ser. ¿Algún 15M tendrá tanto efecto?

©RM
En todas partes sigue habiendo homofobia
Mucho han mejorado las cosas desde entonces, al menos en los países del primer mundo. De hecho en muchos de ellos ya hasta nos podemos casar legalmente (aunque el partido que gobierna ahora aquí sigue teniendo en pie un recurso ante el Tribunal Constitucional para evitar que los gays podamos disfrutar de los mismos derechos civiles que los heterosexuales, en una demostración más de que ellos y ellas no creen en la igualdad). Y todo esto viene a cuenta de que mucha gente se piensa que ya está todo conseguido, que no necesitamos hacer más ruido. Y están muy equivocados. El 17 de mayo moría Donna Summer, ¡qué paradoja! Porque era el día internacional de lucha contra la homofobia (también la lesbofobia y la transfobia, pero como eso complica mucho el término yo prefiero usar sólo el primero, que lo engloba todo). Y porque la Summer había sido, en sus mejores tiempos, una de las pioneras en esto del “divismo gay”. Muchos de sus seguidores pertenecían a dicha comunidad. ¿Por qué? Pues me imagino que porque salían mucho de marcha y les encantaba bailar la música disco que ella hacía. Y porque veían en ella a una mujer de personalidad fuerte que, a pesar de ser negra, había llegado a la cima. Un auténtico ejemplo a seguir. Sin embargo la Summer protagonizó su propia bajada a los infiernos. Hubo un momento en su carrera, ya en los 80, cuando (¡oh, horror de los horrores!) se convirtió al cristianismo renacido (una facción dentro de la Iglesia católica que lleva todo a sus extremos, algo así como la filosofía de Rouco Varela mezclada con la del obispo de Alcalá, ups, había prometido no hablar de religión). Y ahí llegó su caída. Dicen (y esto nunca ha sido confirmado, ya que ella misma lo desmintió, no sabemos si porque realmente no lo dijo o porque vio peligrar las ventas de sus discos) que en un concierto en 1983 les dijo a un reducido grupo de fans gays con los que charlaba entre bambalinas: “He visto el mal de la homosexualidad salir de vosotros, el SIDA es vuestro pecado”. Rápidamente fue publicado en la revista gay “The Advocate” y el rumor corrió como la pólvora. Muchos locales gays dejaron de pinchar su música. Yo mismo recuerdo cómo, a finales de los 80 y aún a principios de los 90, en algunas discotecas gays, nos salíamos de la pista si ponían una de sus canciones. La carrera de la diva nunca se recuperó. Quizá no fue realmente por esto, sino porque su nueva forma de pensar la llevó a hacer un tipo de música que ya no encajaba con su público, que para entonces ya había encontrado sustitutas en las figuras de Madonna o Kylie Minogue. ¿No os parece paradójico que Donna Summer, envuelta en esa polémica, muriese precisamente el día internacional de la lucha contra la homofobia? ¿Qué pensarán de esto los fanáticos religiosos?

Madonna en pose
Kylie en plan diva


 No sé si será cierto o no. Pero lo que sí es indudable es que la Summer nos dejó una serie de canciones que son todo un himno a la alegría del baile. Y si no, comprobadlo en el siguiente link: 

 
Se trata de “No more tears (Enough is enough)”, que cantó junto a otra diva, Barbra Streissand, en el año 1979. Y a esta canción le debo yo muchos momentos inolvidables de mi trayectoria. Recuerdo bailarla sin parar a altas horas de la madrugada en mitad de los 90, con mi amiga Marta, en un apartamento perdido de algún barrio de Londres. Habíamos ido a una fiesta de disfraces de temática años 20 a casa de un ligue de Cerdeña que yo tenía por aquel entonces. Recuerdo cómo fuimos en el autobús, vestidos para matar, Marta con sus flecos y su vestido de cintura caída, con cinta en el pelo para bailar el charleston, y yo con un smoking super elegante con pajarita y pelo engominado con onda… Ciertamente dábamos el cante incluso en una ciudad anónima como es Londres. El caso es que cuando ya nadie tenía ganas de fiesta, serían ya las 7 de la mañana, a alguien se le ocurrió poner esta canción. Recuerdo el suelo del salón enorme, de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez, con la primera luz del día entrando por las ventanas. Y Marta y yo, muy años 20, bailando como descosidos al ritmo setentero de Summer y Streissand. En cuanto acabó la canción, Marta agarró un puchero y se puso a cocinar pasta para los invitados, la mayoría de ellos italianos. Años después, ya en Madrid, la misma canción nos sorprendió a Marta y a mí, siguiendo a una de las carrozas del Orgullo Gay. Y cómo no, la volvimos a bailar como si nos fuera la vida en ello. Sólo por eso, para mí Donna Summer es y será siempre, una gran diva. 



 Lo que no quiere decir que no haya que seguir luchando contra cualquier forma de homofobia, ya sea en declaraciones de esposas de ex presidentes sobre peras y manzanas o en sermones de obispos en misas televisadas o en insultos por la calle. Porque, perdonad que os diga, si nunca os han insultado por la calle, si nunca os han llamado “maricón”, así, con odio y resentimiento, ya sea en el colegio o en cualquier parte donde hayas andado con todo tu derecho y toda tu pluma o ausencia de ella, entonces no podéis entender lo que es la homofobia. Porque a pesar de los cambios en la sociedad, sigue habiendo ataques homófobos, incluso crímenes homófobos, o suicidios adolescentes provocados por la homofobia de sus compañeros de clase. Y ocurre aquí, en nuestro propio país, en nuestro barrio, no sólo en uno de los 80 países que aún condenan la homosexualidad con penas de cárcel y hasta con la muerte. Los que piensan que el SIDA fue un castigo divino aún andan entre nosotros. Sin ir más lejos la semana pasada en Grecia, miembros de un partido neonazi se fueron al barrio gay de Atenas y se manifestaron con antorchas y pancartas que decían: “Ahora son los inmigrantes, los siguientes seréis vosotros”. Por eso, sigue siendo necesaria la lucha contra la homofobia. Y mientras palabras como “maricón, mariquita, marica, mariconada, tortillera, camionera, sarasa, pluma” y tantas otras, se sigan usando como parte de nuestro vocabulario habitual, la homofobia seguirá estando vigente en nuestra sociedad. Sólo en un día de la Semana Grande de Bilbao del año pasado se cometieron tres agresiones homófobas. Sin embargo, un reciente estudio dice que el 81% de los jóvenes vascos están a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Mientras este tipo de estudios se tengan que seguir haciendo, eso quiere decir que la homofobia sigue existiendo. Aquí y ahora. Mientras no haya políticos, futbolistas, camioneros, actores, abogadas, alcaldesas, cantantes, fontaneros, electricistas, que vivan abiertamente su homosexualidad o transexualidad, mientras a tanta gente le siga preocupando lo que cada cual hace en su propia cama y se sientan con derecho a opinar sobre ello, eso quiere decir que aún vivimos en una sociedad malsana. Todavía hay quien nos considera enfermos. Y yo me pregunto, ¿quién está enfermo de verdad? Ya sólo me queda parafrasear a la Summer y decir: “Enough is enough”.  

©RM
Atardecer en la ría de Bilbao

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