martes, 29 de mayo de 2012

Lo que de verdad importa

©RM
El Casco Viejo, como si fuera Estocolmo
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Atardece en Bilbao

Bilbao, 2012. Año del fin del mundo. Y si es verdad que llega, que nos pille bailando. De nuevo. Así que vamos a empezar la sesión con algo de música: 


Se trata de James, con su hit “Sit down”. Para los que nunca los hayáis escuchado os contaré que, a pesar del vídeo, al cantante se le conoce por no parar quieto en el escenario en sus actuaciones en directo. Y os puedo dar fe de ello, pues cuando los vimos en Madrid
El grupo James
hace ya un par de años, aunque eran bastante más mayores de lo que aparecen el videoclip, él no paró de moverse en ningún momento… A pesar de que estaba con muletas por un accidente. Llevaba la cabeza afeitada y una camiseta con dos pechos reproducidos de tal manera, que según le diera la luz de los focos, parecía que realmente tenía tetas. Pero lo que más flaseados nos dejó a mi marido y a mí (me encanta hacer referencias a mi estado civil, así, a tontas y a locas) fue que el trompetista no sólo tenía el pelo como el mudo de los hermanos Marx pero en moreno, sino que (sin ningún tipo de parafernalia travesti ni mucho menos, todo muy hetero) llevaba puesto un vestido de señora y también bailaba sin parar de lado a lado del escenario… Surrealista como la vida misma.
Los infatigables Hermanos Marx

Os pincho hoy esta canción porque me ha salido en mi MP3 mientras estaba en la playa (casi vacía) mirando las olas, y me ha dado unas ganas de vivir enormes. Ha sido mi primer día de playa, después de una primavera infernal de lluvias y bajadas de temperatura. Me he acercado sólo a ver el mar porque hacía medio bueno, pero una vez allí no he podido evitar despelotarme y tumbarme al sol. ¡Qué maravilla! Ésta era una de las razones por las que quería volver a Bilbao, para estar más cerca del mar y aprovecharlo en ratos muertos. En Madrid me iba a sentar bajo un árbol junto al Museo del Prado. Aquí me voy a ver el mar. Además, para mí la playa de Larrabasterra está muy conectada a mi juventud, a tardes, mañanas, días pasados allí, con amigos, con parejas, en soledad (como hoy) y siempre, siempre, me ha dado un sentido de libertad que en pocos sitios más he conseguido (quizá recorriendo alguna ciudad nueva por primera vez, también solo). Puede que sea simplemente por estar allí sin ropa, en plena naturaleza, con los montes detrás enmarcándolo todo. Recuerdo cuando estaba en la uni que en mañanas nubladas me iba yo solo cruzando la ría en “el gasolino” (todavía no había metro) y luego cogiendo el antiguo tren de la margen derecha. Muchas veces tenía la playa para mí solo, rodeado de niebla, otras veces me encontraba allí con amigos que habían tenido la misma idea. También recuerdo con especial cariño confesiones y conversaciones íntimas sobre un saliente de rocas en forma de semicírculo que se adentra en el mar…

El monte y el mar. No sé si ya os lo había dicho, pero fueron dos potentes razones para volver a mi tierra. Deben de estar entroncados en mi ADN, porque llevaban años llamándome, trayéndome de vuelta como antiguas sirenas... Y desde luego, los amigos, la familia, los conocidos… Encontrarse con tanta gente por la calle, en el metro, en las tiendas… Las Navidades pasadas, en mi visita anual a Londres, quedé para tomar un café con una amiga alemana que en mis tiempos allí fue mi jefa durante muchos años (una de las mejores que he tenido nunca). Marina tendrá unos añitos más que yo y en los últimos tiempos ha sufrido la pérdida de varios de sus mejores amigos por esa terrible enfermedad que es el cáncer. Total, que hablando de lo divino y de lo humano (y nunca mejor dicho), nos preguntábamos qué sentido tenía todo esto, la vida, el paso del tiempo, nuestra presencia aquí (sobre todo para los que no tenemos hijos ni vamos a tenerlos), y Marina me dio la clave que en el fondo yo siempre había sabido: LA GENTE, LAS PERSONAS, LOS AMIGOS. Me dijo: “¿No te das cuenta de que cuando miras fotos del pasado, lo único que realmente te interesa son las caras, los rostros de los amigos con los que compartiste experiencias? Los edificios, los paisajes, están allí, pero ya los viste en su momento y hoy en día los puedes encontrar con mucha más calidad en internet. Lo que realmente importa son las personas que hemos conocido a lo largo de la vida.” Y qué razón tenía Marina (por cierto, nombre de sirena también). ¿No os ha pasado muchas veces que daríais lo que fuera por tener una instantánea de una experiencia concreta, de un día, de una tarde, de un café, de una conversación… para poder atesorarla y contemplarla tantas veces como queráis rememorar ese momento? ¿Y por qué? Pues por la gente con la que lo compartimos. 

©RM
Mi Bilbao de película
¡Cómo se nota que hoy sí que estoy cumpliendo lo de no hablar de política ni de religión…! No pienso ni mencionar que el presidente del Consejo del Poder Judicial se va de rositas tras haberse pegado unos buenos viajes a Marbella a cuenta del erario público. Ni siquiera tendrá que dimitir. Sin embargo Garzón, ya vemos dónde está. Y a Javier Krahe le juzgan por blasfemia porque en el año 77 sacaron en televisión un corto suyo en el que enseñaba una receta para cocinar… un cristo crucificado. ¡Por blasfemia, en el año 2012! Sólo podía pasar en este país de pandereta. Y mientras ellos siguen sin pagar el IBI, sin pagar por abusos a menores y por robos de bebés… Pero no me tiréis de la lengua que ya sabéis cómo me pongo… Así que sigamos. 

El otro día, o mejor dicho, la otra noche, soñé que entraba en un bar y pedía… ¡¡¡una Mirinda de limón!!! ¿Os lo podéis creer? Y ni siquiera era un corto de Álex de la Iglesia… El caso es que es verdad que yo, cuando era pequeño, pedía siempre Mirinda de limón, especialmente cuando estaba con mi primo, porque aparte de que nos gustaba su sabor, también nos encantaba que en la mayoría de los bares no la tenían, con lo que los pobres camareros tenían siempre que dar explicaciones a nuestros padres. Y ellos siempre nos decían: “¿Por qué no os pedís otra cosa?” Y nosotros: “No, queremos una Mirinda de limón”. ¡Cómo nos debían de odiar aquellos camareros…! El caso es que en mi sueño estaba viajando con mi marido y con mi madre y llegábamos al pueblo de la Rioja donde, de pequeño, pasaba a veces vacaciones y fines de semana porque mis tíos tenían allí una casa. Total, que entramos los tres en un bar en la plaza del pueblo y pedimos… ¡Mirinda de limón! Y claro, no tenían y nos tuvimos que conformar con un Kas de naranja… ¡Qué curioso, es lo que nos pasaba de pequeños! Después he leído que ya están experimentando con la wifi para… ¡Introducir publicidad en los sueños! ¿Estaré siendo objeto sin saberlo de un experimento para ver si funciona? La verdad que cuando me desperté no tenía unas especiales ganas de tomarme una Mirinda de limón (hace años que no bebo refrescos, los encuentro absurdos). Pero lo que sí que tenía unas enormes ganas de hacer era… Volver a vivir uno de esos días de libertad que disfrutaba en aquel pueblecito, con mi prima y mi cuadrilla de allí… son de los mejores momentos que recuerdo de mi niñez. Y no tengo casi ninguna foto de ellos. Me encantaría por ejemplo haber inmortalizado uno de los momentos en los que nos tumbábamos en las toallas, mojados después de habernos bañado en el río, y nos dejábamos llevar por charlas trascendentes o intrascendentes… Para mí la sensación de oír aquellas voces amigas, sentir el calor del sol sobre mi piel mojada, escuchar el sonido del río a mis espaldas… Es uno de los recuerdos fetiche a los que he vuelto una y otra vez a lo largo de los años. Aquellos rostros, aquellas voces, eran mis mejores amigos de la niñez. Revisitaría esos momentos cualquier día, en cualquier momento, con o sin fotos. Las excursiones en bici, las carreras de vuelta del río cuando nos sorprendían tormentas de verano y volvíamos a empaparnos, nuestras absurdas representaciones teatrales (siempre de terror, las llamábamos Nosferatu y las numerábamos…), las sesiones de espiritismo… ¡Dichosa máquina del tiempo! ¿Dónde estás cuando la necesitas? Definitivamente son las personas las que importan. Con aquellas en concreto yo aprendí a ser amigo. Y empecé a acunar en mi interior una valoración especial hacia la amistad.

Creo que confirmé este sentimiento cuando entré en el instituto y conocí a las personas que hasta día de hoy, han sido y son, mis más viejos y queridos amigos. Quizá lo veo así porque mañana he quedado con ellos para comer, en plan íntimo (me llevaré la cámara, no sea que dentro de unos años me arrepienta). Pero es verdad que a lo largo de los años (y son ya muchos, nos conocemos desde que teníamos 14) hemos compartido lo mejor y lo peor que nos ha pasado: amistades, rencillas, amores, desamores, enfermedades, muertes, trabajos, vacaciones, bodas, hijos, separaciones, casas, ilusiones, sueños, rutinas… ¿Qué más se puede pedir? Con ellos fue con los primeros que salí del armario cuando aún tenía sólo… 16 añitos. Hace nada, en realidad. Y desde un
Jesús Vázquez, tan gupo como siempre
primer momento fueron mi mayor apoyo. Y eso que en aquel tiempo ni siquiera existía la expresión “salir del armario”. Ni habían llegado Jesús Vázquez ni Boris Izaguirre, ni Iñigo Lamarca… Quizá esté particularmente sensible a las amistades de mi promoción desde que un compañero de instituto nos contó que tiene metástasis… Así que para todos los compis, coleguis, amigos y amigas que han pasado a lo largo de los años, os dejo aquí un vídeo de buen rollito que te da ganas de estar allí y ponerte a bailar con ellos: 


Es una flashmob de ésas que están tan de moda últimamente. Lo mejor es quedarse con las caras de felicidad de la gente que se encuentra la sorpresa de un poco de música y baile a primera hora de la mañana, camino del trabajo. ¿No os encantaría? A veces la vida debería dejar de ser una monserga y transformarse en un musical como los de antes, en plan “Cantando bajo la lluvia”. ¡Todo el mundo a bailar!

 

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