viernes, 16 de octubre de 2020

David Bowie: El Duque

 

©Rob Cristo

Año 1 d.c. (durante la crisis -de la Covid). No sé si será porque en mis años universitarios un querido amigo insistía en llamarme el Duque o porque mi primer novio me contó que David Bowie era el primer bisexual famoso y confeso de la historia y que la archiconocida Angie (por la canción y porque por aquel entonces era su esposa) se lo encontró en la cama con Mick Jagger (hecho creo que nunca probado y que ha pasado a formar parte de las leyendas urbanas relacionadas con famosos, como que Michael Jackson siempre quiso ser Diana Ross y que él y su hermana La Toya eran la misma persona o que uno de los componentes de Modern Talking -creo que el moreno- se cayó al suelo en mitad de un acto sexual y se rompió el pene… Ejem). El caso es que desde que, siendo un adolescente, descubrí las fotos de Bowie en los 70 con aquellos estilismos que pasaban de la androginia a la transgenética o incluso transespecie interplanetaria (mucho antes de que se inventase siquiera el concepto de género fluido), con aquellos vestidos largos acampanados y su melena rubia, que poco a poco se iría moldeando en una estética glam sideral glorificada por su personaje de Ziggy Stardust, me provocó una fascinación que iba -va- mucho más allá de la admiración como profesional o la atracción sexual.

Hay que reconocer que David Robert Jones, su verdadero nombre -su hijo es el director de cine de ciencia ficción (no podía ser menos) Duncan Jones- no era solo un tío guapo y sexy (no en el sentido estético actual probablemente) sino que fue uno de los mayores magos de la música e incluso de la contracultura de las décadas de los 70 y los 80, que sacudió los escenarios y las conciencias -aparte de la moralina de la época- de toda una generación, al menos. No me puedo imaginar lo que pensarían aquellas gentes de semejante presencia y su afán rupturista. Menos mal que le acompañaban una voz y una creatividad apabullantes, envolventes, ensoñadoras, que le llevaron incluso a varios papeles en el cine (nunca olvidaré su vampiro de El ansia, junto a unas inmensas Catherine Deneuve y Susan Sarandon…). No es verdad que tuviera un ojo de cada color (aunque yo eligiera representarlo así para contentar al des-conocimiento popular -más ilustraciones de la Aristocracia del Pop en la página de Rob Cristo). En realidad, parece que lo suyo fue consecuencia de una pelea adolescente -no olvidemos que había nacido en el conflictivo barrio londinense de Brixton- en la que una de sus pupilas quedó más dilatada que la otra de por vida, dándole así ese aspecto tan singularmente reptiliano.

Según se fue haciendo mayor fue depurando su apariencia hasta convertirse en el auténtico gentleman que llevaba dentro, ese Duque Blanco que siempre había aspirado a ser. Se casó con un personaje de cómic (¿quién mejor que Iman podía haber interpretado a Tormenta/Storm de los X-Men en una versión ochentera para el cine?), nunca dejó de trabajar y de experimentar y sus trabajos nunca defraudaron, siguiendo una línea coherente, digna, con clase, algo muy difícil de encontrar hoy en día. Poco a poco se fue asimilando con otra grande de la androginia: Tilda Swinton, que por cierto colaboró con él en el perverso vídeo-autohomenaje de una de sus últimas canciones, The stars (are out tonight). De hecho, quiero iniciar desde aquí una nueva leyenda urbana para añadir a este singular personaje. No os lo vais a creer, pero me han dicho, es más, lo sé de buena tinta, que David Bowie y Tilda Swinton son la misma persona…

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