sábado, 24 de marzo de 2012

Seguimos en la realidad


Jane Fonda como Barbarella
Cleopatra Jones, qué nombre...
Antes de proseguir con mi camino por la cruda realidad, me gustaría subsanar algunos pequeños olvidos de mi aportación anterior. Me refiero principalmente a las mujeres fuertes y mediáticas de los 60 y 70 con las que crecimos los de mi generación. O al menos aquellas que consiguieron alcanzar el protagonismo absoluto de películas y series de televisión, sin tener que ser de nuevo la chica del prota o la novia del jefe o la esposa de… Ellas llegaron a reinar en la pantalla por sí solas y todas, sin
excepción, daban título a la película o serie que protagonizaban. Me refiero, cómo no, a Barbarella y a Cleopatra Jones, que en su versión rubia despampanante y negra afro consiguieron apoderarse de géneros tan “masculinos” hasta entonces como la ciencia ficción y las pelis de policías callejeros y detectives privados desastrosos… Os recomiendo encarecidamente que las busquéis en vuestros servidores secretos para que podáis disfrutar al máximo con su poderío kitsch. Quizá os sorprenda ver a una Jane Fonda espacial en su época sexy, cuando andaba liada con Roger Vadim, que la convirtió en una muñeca como había hecho ya con sus anteriores parejas, Brigitte Bardot y Catherine Deneuve… Y Cleopatra Jones, bueno, digamos que para ella los plataformones y las campanolas no tenían secretos. 
 
Angie Dickinson fue la mujer policía
Linda Carter como Wonder Woman
Las inolvidables Jill, Sabrina y Kelly



  



A estas heroínas se unieron muy pronto, esta vez en la pequeña pantalla, series tan estimulantes para aquel momento como La mujer policía, Wonder woman, La mujer biónica y, desde luego, Los ángeles de Charlie (cada uno teníamos nuestro ángel favorito, ¿cuál era el tuyo?). Pobre Farrah Fawcett, la rubia de la melena imposible que, tras pasar a la historia por ese póster en bañador rojo que sigue siendo hoy en día el más vendido en el mundo, y una carrera sin demasiados éxitos, tuvo la
¡Qué pelazo!

mala fortuna de no poder elegir ni el día de su muerte (¡qué pocos pueden hacerlo y qué bueno sería!), coincidiendo con la de Michael Jackson, lo que le quitó todo el protagonismo que se merecía. Sobre todo después de una valiente batalla contra el cáncer que incluso fue grabada en un documental. Pero ahí quedan ellas, glamurosas, florecientes, en la cumbre de sus carreras y su representación de una época en la que parecía que sí, que la igualdad había llegado por fin…
Pippi y su mono
Claro, que todas ellas eran guapas, jóvenes y sexys, cada una a su manera. No sería hasta la llegada de una cría pelirroja de trenzas absurdas que se rompería este molde: Pippi Calzaslargas. Ella sí que era fuerte e independiente.
©RM
Escaleras del ascensor de Begoña

Pero me temo que la memorabilia de hoy se acaba aquí, porque por petición popular de mis lectores y lectoras habituales (os recuerdo que en esta misma página os podéis suscribir para recibir una notificación cada vez que haya una nueva entrada en el blog) tengo que hablaros de mis muslos. O por lo menos, explicar a qué se debe ese espectacular desarrollo al que se han visto sometidos desde mi vuelta a Bilbao, hace ya casi un año… (el tiempo vuela, qué dicho tan común pero qué verdadero, ya me lo decía mi aita: “hijo, a partir de los 30 el tiempo se va con una velocidad increíble…”)   

Pues resulta que desde que me asenté aquí, en la ciudad de las maravillas, he descubierto un Bilbao que yo no conocía antes. Estoy hablando del Bilbao de los barrios. Claro, como yo vivía en uno de esos pueblos industriales que rodean a la capi, cada vez que venía a visitar la urbe siempre acababa en el Casco Viejo, en la Gran Vía, el Museo de Bellas Artes y poco más. Para mí, por aquel entonces era suficiente. ¿Qué más quería yo que bares, cines y un único museo, donde además se podían ver pelis en versión original? De hecho, he estado pensando desde que comencé este blog, cuándo fue la primera vez que pisé esta ciudad. Y estoy casi seguro de que fue cuando era muy pequeñito, no recuerdo exactamente la edad (hace tanto tiempo…), pero seguro que tendría unos seis o siete tiernos añitos. Y cómo no, la razón de mi primera visita no fue otra que… ir al cine (tengo que ser un cinéfilo a la fuerza, si lo mamé desde pequeño…). A un cine de los grandes, de los de antes, de esos que estaban cerca de la Gran Vía; podría haber sido el Capitol o el Buenos Aires, creo que incluso tenían carteles gigantes pintados ex profeso anunciando las pelis en el exterior. Tampoco puedo decidir cuál fue la película exactamente, pero estoy casi seguro de que era Bambi. ¿O sería El libro de la selva? Bueno, definitivamente era una de Disney de dibujos animados. Y en mi distorsionada memoria creo recordar que nos trajo a mi hermano y a mí, mi tío Julen, que
©RM
Escaleras de Mallona, son tan góticas...
fue el primero de la familia en trasladarse a la capi. Para mí, la impresión de ver esos carteles gigantescos adornando el exterior de los cines pudo ser precisamente uno de los factores que me dejó clavado en el alma la pasión cinéfila de por vida. También recuerdo que un verano, una tienda que había debajo de mi casa colocó en sus escaparates dos pósters enormes, uno de Lo que el viento se llevó (con unos colores vivos y un predominio del rojo escarlata…) y otro de la rubia entre las rubias, Marilyn Monroe. Ya no pude despegarme de esas imágenes. De hecho marcarían muchas de las decisiones que he tomado en mi vida.
Pero sigamos con Bilbao. Después de eso, mis visitas a la capital se limitaban a las veces que iba a visitar a mis tíos y a mis primas o alguna vez que, como una especie de lujo, mi madre me llevaba al Corte Inglés y yo volaba por esas escaleras mecánicas que nunca había visto en ningún otro sitio antes y que aún tardaría en odiar. Para mí Bilbao era eso, una gran avenida llena de cines coloristas y unos grandes almacenes con escaleras mecánicas. Ya adolescente, recuerdo haber ido allí mismo en busca de un libro sobre sexualidad que
©RM
Escaleras de Zurbaran alto... Y tan alto
despejara mis dudas (entonces no teníamos ni internet ni wikipedia). Y lo encontré. Era muy moderno (¡hasta tenía fotos!) y muy clarito, pero no sé si mis dudas se despejaron o no. Cuando estaba ya en el instituto, convencí a mi amiga Idoia para que se uniera a mí en un trabajo para la clase de Ética (¡menudo nombre!) sobre la homosexualidad. Y allí nos presentamos los dos, como dos críos que no tenían ni idea de nada (lo que éramos), en el Txoko-Landan, la sede de la que entonces era la única asociación gay de Bilbao (aparte de un bar divertidísimo que años más tarde descubriría). Nos recibió un chico altísimo (o eso me pareció) con unos ojos azulísimos (o eso me parecieron) y nos dio toda una serie de panfletos y explicaciones, con las cuales Idoia y yo (me imagino, porque no me acuerdo) hicimos un trabajo genial para clase. El caso es que para mí aquel chico alto de rizos y ojos azules, era la primera persona gay que conocía en mi vida. Y aparte de parecerme guapísimo, me aclaró una cosa muy importante: yo no era el único en el planeta (aún no había llegado Jesús Vázquez…) Y mi concepción de Bilbao empezó a cambiar. Durante los años en la universidad, los añorados y locos años 80 (algún día os hablaré de ellos), la ciudad me descubrió sus lados más urbanos, nocturnos, alegres y divertidos. El Casco Viejo empezó a no tener secretos para mí y la ciudad se me acabó quedando pequeña. Pero ésa es ya otra historia.  

©RM
Escaleras hacia Arabella, que es un barrio y no una peli de Audrey Hepburn


Así que volvamos a mi regreso hace un año. Y a mis muslos. Resulta que mi amigo Aitor nos ofreció quedarnos en su piso, ya que él no lo usaba, y sabía que queríamos estar en la capi. Y eso hizo que me diera cuenta de una cosa que no sabía yo de Bilbao: ¡que está lleno de escaleras! Ríome yo de Lisboa o San Francisco... De ahí estas fotos con las que os estoy amenizando, alucinad con la perpendicularidad de algunas. Porque no sé si sabéis que todas las fotos de Bilbao que aparecen en este blog también las hago yo. De algo tienen que servir los estudios artísticos y el Photoshop… Pues como os decía, Bilbao está lleno de cuestas… y de escaleras. Sobre todo si se vive en cualquiera de los barrios que suben hacia el monte. Hay que tener en cuenta que por algo lo llaman el Botxo, porque está en un valle rodeado de montes, así que la expansión sólo podía ir hacia arriba. Y hacia arriba fue. Menudo filón que encontraron los arquitectos de los 50 y los 60 en esas faldas de monte virgen que ellos poblaron de edificios y rascacielos espantosos que afean el paisaje. Pero hay mucha vida en estos barrios. El mío sube desde Begoña y llega casi hasta el monte Artxanda en una continua cuesta arriba que se convierte en la rutina diaria. El primer día que decidí subir por el monte hasta el polideportivo de Artxanda por unas escaleritas casi verticales, agradecí llevar encima el móvil, porque de verdad pensé que el corazón se me salía por la boca. Y así he ido descubriendo todo un mundo de cuestas y escaleras, de escaleras y de cuestas: Ciudad
©RM
Escaleras Zurbaran bajo
Jardín, Matiko, Uribarri, Zurbaran, Zurbaranbarri, Arabella, Sarrikue, la vía vieja de Lezama, las escaleras de Mallona (mortales tras una noche de pintxos y zuritos en el Casco)… Y así me paso la vida, escalera arriba escalera abajo, siempre con los montes de fondo, mires donde mires (¡cómo los echaba de menos cuando vivía en Madrid!), echando muslos y echando el resuello. Lo curioso es que al final te acostumbras y los glúteos se fortalecen. ¿Que os sentís amodorrad@s y con algo de grasa extra en el cuerpo? Venid a verme a mi barrio. Hay hasta autobuses…

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