jueves, 20 de diciembre de 2012

Mejor mirar hacia atrás... (II)

Auténticos precursores
Radio Futura en su apogeo


Esta vez es imprescindible empezar con la banda sonora: “Divina” de Radio Futura… No os perdáis lo guapísimo que estaba Santiago Auserón (y cómo bailaba… Es tan joven que hasta duele). Me imagino que ya sabéis que esta canción se la dedicaron a Alaska, que para entonces era ya todo un icono.

Y es que os había dejado justo justo cuando la modernidad ochentera entró en mi vida. Y claro, algo tenía que cambiar en mí, así que empecé con el pelo, que era lo primero que un moderno de la época se cambiaba. Me di unos reflejos rubios espantosos que más parecían tiras de cuerda extendidas por mis sienes hasta la media melena ochentera que empezaba a crecer por detrás. El flequillo, claro, largo y decolorado. Y por arriba… ¡volumen, que no falte el volumen! Vamos, un cuadro. Pero un cuadro que me acercaba mucho a mis ídolos de Duran Duran o Spandau Ballet.


Duran Duran
Spandau Ballet
Todos queríamos ser “Wild boys”, como ellos. Así que en mi vida entraron las hombreras, las chorreras, guardapolvos, broches y pañuelos anudados por todos los sitios… Pero sobre todo, volumen, mucho volumen. El otro día mi amigo de correrías de la época, Josu, me recordaba cómo éramos capaces de salir un sábado noche con un bote de laca en el bolsillo para no perder en ningún momento ese preciado volumen hacia arriba, ese pelo pincho extendido hacia todas las direcciones posibles… Recuerdo que usábamos todo lo que el mercado ofrecía para conseguirlo: gomina, espuma, laca, cerveza (muy buena si alguna vez te encuentras en la situación en que necesitas gomina y no la tienes a mano…), cola de pescado (lo usaba nuestra compañera punki de universidad y os aseguro que yo la vi levantarse por la mañana con una cresta de casi medio metro perfecta) y hasta mostaza le llegamos a poner una noche a una amiga en el pelo, porque lo tenía tan lacio la pobre que no había nada que lo sujetara, así que probamos con lo que teníamos en la mesa del local… Y claro, no funcionó, sólo se lo puso grumoso y… bastante oloroso. Y así me  enteraría de que, por fin, ya era miembro de una tribu urbana: la de los Nuevos Románticos. Mi amigo Josu sin embargo era más de los siniestros y siempre le comparaban con Robert Smith de The Cure.


The Cure sonaba siempre en el Gaueko
La de veces que habremos bailado esa canción en el Gaueko, local nocturno alternativo por antonomasia al que ningún sábado noche faltábamos. Nos encantaba su toque cutre posmoderno (en aquella época todo era posmoderno, si no eras posmoderno mejor ni te levantabas de la cama), con los inodoros y los lavabos pegados por las paredes de azulejos blancos por todo el bar. La música era muy buena, desde luego The Cure era uno de los favoritos. Y claro, allí se daba cita toda la modernidad realmente alternativa del momento en Bilbao, en pleno Casco Viejo. Y allí nos encontrábamos con la mitad de nuestros compañeros de facultad, porque tampoco había tantos sitios a los que pudieras ir… Y además era el paso previo a subir las escaleras de Solokoetxe para llegar al Txoko-Landan. Era nuestro sitio favorito de la noche. No tenía ningún tipo de pretensiones, pero había que pasar el visto bueno de un portero que te abría la puerta, más que nada porque como era el único sitio de todo Bilbao que se significaba como local gay (de hecho era el centro de la asociación gay de Bizkaia) tenían que evitar posibles problemas (por aquel entonces la mayoría de locales gays funcionaban así, llamabas a un timbre, un portero te abría la puerta, comprobaba que no ibas a dar problemas y te dejaba pasar). Y dentro… Dentro todo era fiesta.


Alaska y los Pegamoides, con Ana Curra, Carlos Berlanga, Nacho Canut...,  jóvenes,  rebeldes...
“Bailando” era como pasábamos el tiempo en el Txoko-Landan. Allí bailábamos todos, gays y heteros, travestis, lesbianas, guapos y feos, jóvenes y mayores (para nosotros cualquiera de más de 25 lo era…), borrokas o apolíticos… Y no bailábamos sólo los últimos hits del momento, sino que lo mismo te ponían a Rafaela Carrá o a Massiel que a Marlene Dietrich cantando “Lili Marlene”, canción con la que cerraban siempre a las 3 de la mañana y que Josu y yo salíamos a bailar a lo agarrado (cuando oíamos las primeras notas nos buscábamos por el local y, aunque estuviéramos cada uno a lo suyo, acudíamos fieles a nuestra cita), cosa que no era muy habitual entonces, la gente llegaba incluso a aplaudirnos, y desde luego, se pensaban que éramos novios (que nunca lo fuimos, por cierto, y por eso seguimos siendo tan amigos).

 

Modern Talking
Después la noche transcurría por lugares menos originales, el bar de la Otxoa, que ni me acuerdo cómo se llamaba, y donde de portero estaba el guapo hermano de uno de mis novios… Pero fuéramos donde fuéramos, siempre había que acabar en el Distrito 9, cuya pista dividía el local entre la parte gay y la hetero. Era bastante aburrido y estaba lleno de “divinas” que no pertenecían a ninguna tribu y que ni siquiera trataban de ser modernas… Aunque alguna la había, como La Eléctrica (todo un personaje, ¿qué habrá sido de él?) o La Duquesa… ¡Qué malos éramos! A saber cómo nos llamarían a nosotros… La música allí solía ser mucho más horrenda, tipo Modern Talking, y cuando alguien intentaba ligar contigo (que era siempre quien no te interesaba, claro, eso nunca cambia, ni entonces ni ahora, ni gay ni hetero) pues el glamour me impedía no pedir otra cosa que no fuera… ¡una copa de champán! ¡Pero qué hortera! ¡Y qué resaca!


The Communards
Para entonces ya habíamos hecho nuestro primer viaje a Londres (paso obligatorio de cualquier moderno que se preciase) y todos en la facultad (o casi todos) estábamos imbuidos de una cierta moda seudo proletaria ochentera, tipo The Communards (con Jimmy Somerville a la cabeza), Culture Club (liderado por Boy George), Fine Young Cannibals (con el atractivísimo Roland Gift al frente)… Vestíamos con camisas atadas hasta el último botón a modo de trabajador japonés, vaqueros anchos doblados hacia arriba, doc martens, rasurados desiguales, 
Culture Club
Fine Young Cannibals
camisetas blancas… Y nos deleitábamos con películas como “Mi hermosa lavandería”, del gran Stephen Frears (recuerdo haberla visto en versión original, doblada al castellano e incluso al euskera), que nos descubrió a un jovencísimo y guapísimo Daniel Day Lewis, “Elígeme”, del maestro indie Alan Rudolph, o la maravillosa (incluso hoy)La ley del deseo(por mucha antipatía que el Almodóvar de hoy me produzca). Además, como era menester en el tiempo, viajábamos religiosamente una vez al año a Madrid para asistir a ARCO, la feria internacional de arte (quién me iba a decir que acabaría viviendo allí casi 15 años y que me compraría mi primera vivienda en su centro). Allí me crucé por primera vez con Eusebio Poncela, mi héroe de “La ley del deseo” (años más tarde le entrevistaría, ¡qué decepción!) y siempre veíamos a una pareja espectacular, dos chicos altísimos y modernísimos, los dos con melena larga, uno rubio y otro moreno… Luego aprendería que se trataba de Las Costus, una pareja de artistas que representaron la Movida como nadie y que murieron trágicamente (de amor). Fueron la primera pareja gay que vi, y me pusieron el listón (de modernidad y de amor) muy alto.

  
Maravillosa escena de "La ley del deseo"
Lesley Ann-Warren y Keith Carradine en "Elígeme"
http://www.youtube.com/watch?=uPudE8nDog0

Estos viajes a Londres o a Madrid nos ponían al día en tendencias, nos ayudaban a encontrar esas gorras que nadie vendía en Bilbao y, sobre todo, nos ayudaban a mantener el espíritu de modernidad que en nuestro pueblo de la margen izquierda escaseaba (de hecho, a nosotros, nos conocía todo el mundo por nuestras pintas, incluso se daban la vuelta a mirarnos y nos señalaban). Pero la facultad de Bellas Artes era otra cosa. Allí campaban a su aire posmodernos, nuevos románticos, punkis, rockabilies, siniestros, borrokas, hippies aún sin reciclar, modestos, damas victorianas, geishas, muñecas de porcelana, modelos subidas de peso, modelos subidos de erección… Había muchas fiestas (las mejores las inauguramos nosotros, incluso establecimos la entrega de premios de los “Manolo”, parodia de los Oscar), encerronas (empezamos la carrera con una encerrona de 15 días en el aula magna y una huelga de 4 meses), ocupaciones (el antiguo Museo de Bellas Artes), manifestaciones, pancartas... Pero sobre todo mucha locura. Siempre recordaré a mi amiga Mª Mar (todo el mundo la conocía porque se dedicaba a cantar ópera por los pasillos de la facultad) con la mitad del cuerpo sacado por la ventanilla del 2 caballos del compañero que nos bajaba al pueblo al final del día, metiéndose a gritos con todos los que hacían dedo y lanzándoles obscenidades ante sus caras de asombro… O María la punki ofreciéndose a robarte el material que necesitaras para la siguiente clase de pintura a un precio más que módico. O las bajadas a la playa nudista para sacar fotos para los trabajos de clase, con más de seis personas en cada coche gritando a las viejas por la carretera…
Obra de Costus protagonizada por Alaska

Las Costus
 















Pero también recuerdo las tardes de charlas interminables tras las clases de la uni en el Bizitza, sentados en la parte de arriba, en las mesas de mármol, criticando las exposiciones… No teníamos ni idea de lo que nos iba a traer el mañana (hoy ya el ayer) y tampoco nos recuerdo particularmente preocupados por el tema, a pesar de la crisis de la reconversión industrial, de la falta de trabajo, de las peleas diarias de los trabajadores de Euskalduna contra la policía en el puente de Deusto… El Casco Viejo se reconstruía después de las salvajes inundaciones del 83, pero a pesar de ello todo Bilbao estaba cubierto por una patina gris, de contaminación, de lluvia, de niebla, de industria… Las fachadas de los edificios señoriales no se podían ni apreciar de tanto gris que las inundaba, y el espacio donde hoy se ubica el Guggenheim era una tierra de nadie, antiguos muelles desocupados por donde campaban a sus anchas yonkis y quinquis de la peor calaña… Y de paseos por la ría ni hablar. El agua era de color caldoso, olía y era mejor evitarla, de hecho, recuerdo el Campo Volantín como un paseo triste, que intentaba evitar la mirada a la ría… Pero si hay algo que recuerdo siempre con intensidad es esta canción, “La chica de ayer”, de los inmortales Nacha Pop. Para mí simboliza la década, con todo lo bueno y lo malo. Me retrotrae particularmente a una tarde de lluvia bajando de la universidad en la tartana de mi amigo Álvaro (una de esas amistades perdidas que, aún a veces, echo de menos). La batería se agotó, como siempre, tuvimos que salir en mitad de la lluvia para intentar repararlo con unas ¿pinzas? (mis conocimientos de mecánica y mi memoria fallan). Nos empapamos, claro, pero eso no nos evitó bajar al Bizitza, para otra tarde de filosofía con los colegas del momento. Algunos lo siguen siendo.

Y hasta aquí llega mi rememoración de hoy de los 80. Quizá algún día profundice en el tema. Claro, si es que mañana no se acaba el mundo. El caso es que hoy me enteraré de si he ganado la lotería de la semana, pero puede que nunca consiga cobrarla (sería irónico). Y llegados a este punto no puedo dejar de acordarme de un corto magistral de Antonio Mercero (antes de "Verano azul"), “La Gioconda está triste”, en el que el fin del mundo llegaba porque la gente se había olvidado de sonreír e incluso la Gioconda había perdido la sonrisa. 


Los políticos y banqueros consiguen que hasta La Gioconda esté triste...

Que no nos pase lo mismo. No dejemos que estos criminales que nos dirigen se queden con nuestras sonrisas. Sigamos luchando y sigamos sonriendo. Porque si mañana llega el fin del mundo, acordémonos de los 80 y que nos quiten lo bailao. 

Adam Ant, mi icono de la época
Siouxsie Sioux, la Campanilla punki


  
Los Electroduendes
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario