lunes, 6 de febrero de 2012

El último metro


©RM
Bilbao y su ascensor desde el Parque Etxebarria
Así que llevo nueve meses aquí. Bueno, en realidad, algo menos, porque los primeros los pasé en casa de mi madre, en mi pueblo. Y fue un poco como volver a la universidad. Sobre todo por las noches. De repente me volví a ver un lunes o un martes o un miércoles, corriendo a las 11 menos diez por el Casco Viejo para coger el último metro. Igual que cuando estaba en la uni y tenía que hacer la maratón para llegar al último tren. Creo recordar que salía a las 23.20. Era el de cercanías, nuestro único medio de transporte nocturno en aquella época. Aunque luego, como ultimísima oportunidad si no te podías permitir un taxi (cosa que los universitarios de entonces ciertamente no podíamos) estaba el búho, que salía poco después de las 12 de detrás del Corte Inglés y recorría toda la margen izquierda hasta Santurtzi... La de veces que me salvó el pellejo ese autobús. Creo recordar que era de esos dobles, unidos por una especie de goma negra en el medio (pero esto puede ser una distorsión de la memoria, que ya hace sus jueguecitos...)

Pero de vuelta al 2011, las carreras tenían que ser incluso más tempranas que cuando tenía 20 años, porque el último metro, entre semana, pasa por el Casco Viejo un poco antes de las 11 de la noche… Y claro, yo me había acostumbrado a horas un poco más racionales para gente con ganas de tomarse algo (seguro que a los hosteleros tampoco les hace ninguna gracia ver cómo, a cierta hora, parte de su clientela desaparece para coger el último metro). En Londres el último salía pasadas las 12 de la noche, con lo que, teniendo en cuenta las grandes distancias, podía pasar por tu estación cerca de la 1 y siempre iba lleno de ejecutivos borrachos que habían empezado a beber cerveza al salir de la oficina, a eso de las 5 de la tarde… Y en Madrid hay metro hasta la 1 y media todas las noches, y es alucinante ver cómo va siempre lleno, cualquier día de la semana… Pero enseguida descubrí algunos secretos de la noche bilbaína, como que nuestro querido tren de cercanías (el mismo que cogía en los 80) sale a las 12 menos 20 con los últimos nocturnos perdidos o los que tienen que trabajar a esas horas. Eso te da unos 45 minutos de gracia, que a ciertas horas, ya es algo. Menos mal que los fines de semana el servicio se extiende: hay metro hasta las 2 los viernes y toda la noche los sábados. Eso sí que puedo decir que no ocurre ni en Londres ni en Madrid. Claro que la vida nocturna en Bilbao no es lo mismo, al menos entre semana. Pero en este punto yo me pregunto, ¿no mejoraría si el transporte público acompañase? Mucha gente así lo piensa.

Aún así, tener que echar a correr desde la calle Santa María e ir encontrándome al pasar con las mismas caras de los 80 y decirles entre risas - “Me voy corriendo que pierdo el último metro…”- hasta cierto punto era como revivir una parte de mi juventud. De la primera. De aquella, loca, loca, loca que se vivía en Bilbao mientras en Madrid reinaba la Movida. Aquí teníamos un poco de complejo de inferioridad, así que cuando hacíamos algo lo teníamos que hacer a lo grande. Y por eso, si querías ser moderno, tenías que ser el más moderno. Que no se pensaran los de Madrid… Que luego, cuando nos íbamos a ARCO y nos cruzábamos por los pasillos con Eusebio Poncela o con las Costus, teníamos que pretender impasibilidad, que no pareciera que éramos de pueblo... Quién me iba a decir en aquellos años en los que soñaba con vivir en grandes urbes que acabaría conociendo a Alaska, a la que he entrevistado varias veces, o que me perdería una entrevista con Deborah Harry (de Blondie) por un funeral, o que presenciaría cómo, en una exclusiva tienda de Londres enfrente de donde yo trabajaba, Madonna se probaba ropa y desfilaba frente al espejo… Todo un espectáculo. Ésas eran algunas de las sensaciones que buscaba en las grandes ciudades, me imagino, o igual ni siquiera me lo planteaba, yo simplemente quería vivir… ¡como en una peli de Almodóvar!


©RM
Escaleras de Mallona bajando hacia el Casco Viejo

Y claro, después de tantos años de turbulencias urbanas no estaba yo ya para andar corriendo por el Casco Viejo para coger el último metro... Así que me instalé en Bilbao en cuanto tuve la oportunidad. Por fin ya podía decir, sin engañar a nadie, que era bilbaíno. Por primera vez y después de 22 años fuera de mi tierra. Pero eso ya, será parte de la siguiente entrega. Ahora me tengo que ir. A coger el metro.

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