miércoles, 15 de febrero de 2012

¿O será un episodio de "Cuéntame"?




©RM
Bilbao, esa gran ciudad
En el poco tiempo que llevo de vuelta en Bilbao, ya ha ocurrido algún que otro hecho histórico. No podré olvidar la tarde en que mi madre me llamó por teléfono para que pusiera la tele, porque se estaba anunciando el cese definitivo de la lucha armada de ETA. En aquel momento no pude evitar acordarme de aquel Viernes Santo de 1998 en que casualmente me encontraba en Dublín, justo cuando se firmaba el Acuerdo del Viernes Santo o Acuerdo de Belfast, que significaría el final de la batalla del IRA. Otro hecho histórico que presencié in situ, qué curioso… Y es que no han sido los únicos. Mi retahíla de pensamientos empezó a trabajar rápidamente y me llevó, cómo no, a darme cuenta de que los argumentos de Cuéntame, al fin y al cabo, no son tan descabellados: una serie de personajes familiares que se ven metidos en absolutamente todos los hechos históricos que han ocurrido en la sociedad española desde que el hombre, supuestamente, llegó a la luna… Y aquí estoy yo, como un Alcántara más, viviendo muy de cerca algunos de los acontecimientos más importantes que han ocurrido en los últimos años. De hecho, al día siguiente del anuncio de ETA, tras toda la conmoción que se formó en Euskadi, con todos los programas de televisión viniendo a comprobar las reacciones de sus ciudadanos, yo paseaba por la ribera de la ría camino de mis clases, en uno de esos mediodías gloriosos de otoño que tuvimos. Según me acercaba a la orilla opuesta al Guggenheim vi que había un pequeño equipo de televisión, aprovechando el tiro de cámara para encuadrar a la reportera con el Guggy detrás. Enseguida vi que me sonaba mucho esa reportera y empecé a preguntarme si habría trabajado con ella, hasta que me di cuenta de que no se trataba de una reportera, sino que era una de mis presentadoras de Telediario favoritas, Ana Blanco, la de La 1. Allí estaba, con uno de sus trajes blancos impolutos de chaqueta y pantalón, con cara de mucha profesionalidad esperando su conexión en directo para las noticias de las 3 y sin  despertar ningún revuelo a su alrededor. Me dieron ganas de gritarle “¡Guapa!” al pasar, porque si los fans de Bisbal o Bustamante lo hacen todo el tiempo, ¿por qué nuestros iconos seudointelectuales no pueden recibir los mismos piropos? Me corté, claro, nunca he sido carne de fan. 


©RM
Bilbao con monte de fondo

Según continuaba mi paseo, me acordé de nuevo del IRA y de Cuéntame. Y empecé de nuevo a plantearme si no sería yo un personaje inventado por algún guionista de ficción recalcitrante que había decidido contar la vida de una familia del entorno industrial de Bilbao desde los años 80… Claro, ¡ahí comenzó todo! Cómo sobrevivimos al desmantelamiento industrial, las prejubilaciones, el terrorismo, la crisis laboral, la búsqueda de ampliar horizontes viajando al extranjero, los reencuentros, la transformación de Bilbao, el Guggy, los fosteritos… Y en medio, interminables charlas telefónicas y muchas cartas. Vamos, que si mi familia era como los Alcántara, yo definitivamente era Inés, la hija pródiga que siempre está fuera… Y ahora que por fin había vuelto a casa, ¡toma! el fin de ETA. Así que no podía hacer otra cosa que retrotraerme a aquellos acontecimientos mundiales que hubiera vivido muy de cerca, para ver si los guionistas se lo habían currado. Y busqué en mi memoria cuál sería el primero. Pero por mucho que me esforzaba no acababa de decidirme. ¿Sería aquella vez en que agachado en la ventana del primer piso de la tienda donde trabajaba en Londres, observaba como un mirón cualquiera los devaneos de Madonna ante el espejo en la exclusiva boutique situada en el edificio de enfrente? ¿O cuando me crucé en la calle, con Kim Basinger y su marido de entonces, Alec Baldwin, guapísimos y altísimos, vestidos como si fueran Lauren Bacall y Bogart, con sombreros y abrigos de gánsters? Pero no, a estos no se les podría considerar realmente como acontecimientos mundiales, digo yo... Ni siquiera cuando George Michael se paró a mirar el escaparate de mi tienda y me sonrió. O cuando le vendí un par de zapatos al cantante de Simple Minds, Jim Kerr. No, no lo suficientemente histórico. Piensa, piensa, me decía a mí mismo, seguro que cuando ibas a Madrid en los 80 te pasó algo… Bueno, sí, recuerdo que en la inauguración de una galería de arte de cuyo nombre ni me acuerdo, estaba Rossy de Palma en minifalda roja y tenía un tipazo impresionante… ¿Acontecimiento mundial? Me temo que no.


Madonna, tal como la vi...
Era realmente guapa
A la tercera...
Entonces caí: 31 de agosto de 1997. Yo solía estar por aquellas fechas de vacaciones, pero aquel año había vuelto antes no sé por qué y ya estaba en Londres. Recuerdo perfectamente que era un sábado y que yo estaba… sentado en la taza del váter. Y entonces sucedió algo inaudito. Mi compañero de piso empezó a aporrear la puerta. Y sí, era inaudito porque Jonathan era muy británico y jamás te molestaría en medio de algo tan privado. Así que algo grave debía estar ocurriendo. A través de la puerta conseguí entender lo que decía: “Que se ha muerto la princesa Diana…” No le hice ni caso y pensé que era una más de sus excentricidades (sí, es verdad, los británicos son muy excéntricos) y no fue hasta que bajé a la sala y lo vi en la tele que supe que era verdad: Lady Di había muerto en un accidente de coche en París, perseguida por la prensa. Aquella semana en Londres fue una auténtica locura que rozó lo obsesivo. Si yo hubiera sido un Alcántara más, me habría paseado entre los kilos de flores mustias que homenajeaban a la princesa muerta justo cuando salió la reina Isabel a saludar y, sin duda, me hubiera dado la mano. Pero mis guionistas deben ser muy sutiles y no me colocaron allí, prefirieron darle un giro más indie a la historia. Resulta que mi amiga Marie se casaba en un mes, aún no tenía vestido de novia y me pidió que la acompañara a elegir uno… justo el sábado que se celebraba el funeral de la princesa triste. ¡Qué impresionante! Las calles de Londres estaban vacías, todas las tiendas a las que entrábamos nos tenían a nosotros como únicos clientes y nos trataban como si fuéramos invitados de la realeza al funeral. No hace falta decir que Marie se casó con un vestido precioso, original y además, muy barato.     

Tirando de ese hilo me di cuenta de que, antes de eso, ya había asistido a la fiesta que organizaron mis amigos ingleses cuando subió al poder Tony Blair, dando alternancia a tantos años de conservadores rancios (incluyendo a la Dama de Hierro, que por cierto, también recuerdo cuando recibí la noticia de su dimisión en la compungida voz de la encargada de mi tienda, que obviamente tenía una opinión muy distinta a la mía sobre la política de Margaret Thatcher…).

Más tarde, en los años que viví en Madrid, mis guionistas se metieron ya de lleno en tema político. Me enteré del atentado del 11M cuando mi cuñado me llamó por teléfono desde Australia a primera hora de la mañana para saber si estábamos bien. Fue un día terrorífico, en el que recuerdo ir al trabajo andando porque todo el mundo tenía miedo de que hubiese más atentados en el transporte público. En la redacción pasamos la mayor parte del tiempo llamando a toda la gente que conocíamos para asegurarnos de que estaban bien. Después, ya en pleno apogeo Cuéntame, estuve en todas las manifestaciones de los días siguientes. Incluso fui de los primeros en llegar a la calle Génova el sábado antes de las elecciones, para reclamar al partido que gobernaba el mítico: “¿Quién ha sido?”. Al principio pensábamos que nos iban a echar a las fuerzas de seguridad encima, pero según el pequeño grupo de protesta se iba convirtiendo en multitud el miedo se pasó y el clamor de los gritos inundó la ciudad. La cacerolada que recorrió las calles de Madrid esa noche no se me olvidará nunca: llevábamos una radio para oír las emisoras inglesas y enterarnos de verdad de lo que estaba pasando, pues los medios nacionales estaban ocultando información. Fue una muestra más de que el pueblo no es tonto y de que cuando se le engaña se echa a la calle a pelear por sus derechos y por la verdad. Que tomen nota los actuales gobernantes.

Antes de eso ya habíamos estado en las marchas del “No a la guerra”, habíamos apoyado a los gallegos ante los desmanes del Prestige y habíamos protestado por las engañifas del Yak-42. Y he de reconocer que en esos meses me sentía como Toni Alcántara, en medio de tanta manifestación histórica. De poco valió, porque años después nos vimos en otra concentración en plena Puerta del Sol, protestando contra la energía nuclear, y a nuestro lado estaban los que clamaban para que se investigasen los crímenes del franquismo. En ese momento sí que me dio la impresión de estar en un túnel del tiempo, porque recordaba las mismas consignas e incluso las mismas pancartas, a finales de los 70, en Bilbao y alrededores. El tiempo, o quizá mis guionistas, tiene la capacidad de establecer círculos concéntricos que vuelven allá donde empezaron. 

Como un personaje de la serie

Pero sigamos ahora con la parte más culebrón de Cuéntame. Mis guionistas son muy modernos y no quisieron dejar escapar el filón del matrimonio gay. Así que acabaron decidiendo que me casara en el pueblo donde más bodas gays se han celebrado de todo el mundo: Campillo de Ranas. Y cómo no, me casó el mismo alcalde que salía en todas las noticias por ser el origen de esta iniciativa en ese pueblo perdido de la provincia de Guadalajara. Éste sería uno de esos capítulos que se usan para acabar una temporada de la serie, lleno de felicidad y con esa sensación de solidaridad y familia que la caracterizan. Yo, que había asistido a marchas del Orgullo Gay en Londres, en Madrid, e incluso había estado grabando el EuroPride de Roma, sería uno de los que acabó casándose en Campillo de Ranas. Vamos, más clavado a la serie, imposible. Veamos qué nuevas aventuras nos deparan los argumentos ahora que el hijo pródigo ha regresado por fin y se ha instalado en Bilbao. Por ahora, el anuncio de ETA ya pone el listón muy alto. Bravo por mis guionistas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario